
Por: Glen Flores
En los pasillos del palacio de justicia de Tela, Atlántida, resuena el eco de unos pasos firmes y decididos. Son los pasos de la jueza Doris Fuentes, quien recorre incansablemente las calles de esa ciudad con la misma determinación con que imparte justicia en su sala.
La jueza Fuentes representa la encarnación del equilibrio entre la solemnidad de la ley y la calidez humana. Bajo su toga negra, un destello dorado revela su espíritu: un enorme corazón que nos recuerda cómo la justicia puede caminar con comodidad sin perder su dignidad, cómo lo formal y lo práctico pueden convivir en armonía.
Su formación académica es el cimiento de su excelencia judicial: maestra de educación primaria egresada de la Escuela Normal de Tela, posee una maestría en Desarrollo Comunitario de la Universidad Autónoma de Madrid y ha cursado estudios doctorales en Derechos Fundamentales. Esta combinación única de pedagogía, compromiso social y especialización jurídica ha forjado una jurista excepcional que comprende profundamente tanto el corazón de su comunidad como los principios más elevados del derecho.
En los tribunales de sentencia, su labor garantista ha marcado un antes y un después. Pionera en la aplicación de la justicia con perspectiva de género, ha transformado el sistema judicial de nuestra región, asegurando que los derechos fundamentales sean el eje central de cada proceso. Como feminista convencida, ha trabajado incansablemente para garantizar que todas las voces sean escuchadas, especialmente aquellas que históricamente han sido silenciadas.
Lo que distingue verdaderamente a la jueza Fuentes es su felicidad genuina. Sus largas caminatas por Tela no son solo ejercicio; son una conexión vital con la gente a quien sirve. Esa cercanía con su pueblo la hace una jueza excepcional: nunca olvida que detrás de cada expediente hay seres humanos reales.