Por: Felipe Pequeño

Lucas 5:1-11 

Un día, mientras Jesús recorría las aldeas del alto Valle de Sula, algunos aldeanos lo reconocieron como el predicador de la aldea del norte, llamada Nazaret, y se reunieron a su alrededor para escuchar sus enseñanzas. 

Mientras enseñaba, se fijó en un misionero alto y delgado que pasaba por allí, diferente a la mayoría y vestido con una sencilla camiseta sin eslóganes ni imágenes. 

Acabando las conversaciones con los aldeanos, Jesús se acercó al misionero y le dijo que ya le había visto antes. Jesús le dijo que sabía que era seguidor de Ignacio de Loyola y que, como él, el misionero había sido soldado y había venido herido de la guerra. Sin embargo, sus heridas eran del alma, por los horrores que había presenciado como soldado. 

 Luego se le dijo al misionero que su camino le había llevado, a través de sus estudios y destinos, a atender a los pobres en Honduras. Las heridas de la guerra, las experiencias de la discriminación y la injusticia permitieron al misionero ver más allá del sufrimiento de los pobres. 

 Jesús le dijo al misionero: «Camina conmigo un rato». En esa santa presencia, el misionero vio más allá del sufrimiento de los pobres. Comprendió que esa miseria era creada por personas malvadas y sistemas corruptos. Incluso el misionero comprendió que él mismo era un activo de todo lo que se utilizaba para oprimir a la gente, para robarles su dignidad y negarles el reconocimiento como hijos del Dios Creador. 

 El misionero se dio cuenta de que estaba en presencia del Santo. Dijo: «¿Soy digno de que vengás a mí?». Jesús respondió: «Siempre he estado contigo, en tus dudas y pruebas, cuando te sentías incómodo con tu mundo y cuando incomodabas a tantos otros.» 

Caminando juntos Jesús tomó del brazo al misionero y le dijo «Soy muy exigente. A partir de ahora serás conocida por mi madre, Guadalupe Tonantzin. Ella, que ha demostrado amor por los niños indígenas de las Américas, sabe que tu amor por el pueblo es honesto y verdadero. Ya no te pesa la fragancia de la riqueza, el poder o el prestigio. Ahora tus votos de pobreza y obediencia serán creíbles y liberadores.”

 Jesús miró al Padre Guadalupe Carney. Quedaba un detalle más: «Lupe, ¡desbloquea el azote del patriotismo! Para identificarte y compartir con los pobres debes ser uno de ellos». 

 Así que el padre Guadalupe lo dejó todo y lo siguió.