

¿Se pueden erradicar el narcotráfico, la pobreza y la violencia?
En Honduras no hemos nacido ni para vivir en la pobreza ni para vivir en la violencia. No somos pobres por un designio divino ni somos violentos por razones culturales. Existen signos generalizados que hablan más de una sociedad arraigada en la solidaridad y la generosidad que de gente violenta y destructora.
¿Qué es lo que ocurre entonces? Lo que existe es ausencia de cultura ciudadana y de una institucionalidad de justicia. Esta ausencia ha conducido a que impere el “sálvese quien pueda”, a que cada quien se tome la justicia por su mano. En décadas anteriores esta práctica se solía concentrar en zonas del interior donde el Estado era el cacique, el coronel de cerro, el capataz… Hoy se ha generalizado. Hemos pasado a ser Estado de los fuertes. Las estructuras son productoras de violencia y legitimadoras de un poder que aplasta.
Alguien preguntaba, ¿quién es responsable de que seamos violentos? ¿Las estructuras en las que estamos o las personas? Sus respuestas no son fáciles. Desde el magisterio de la Iglesia se dice que los males de la humanidad residen en el corazón. De igual manera, una vez que echa raíz en las estructuras, no basta solo con el necesario cambio de actitudes en las personas.
Es necesario el cambio de estructuras pecaminosas. Bien lo dice entonces la letra de uno de los cantos de la misa de los quinientos años: “Jesús quiere hacer personas nuevas y nueva la comunidad, cambiar personas y estructuras para una nueva sociedad”.
Estas estructuras de pecado se expresan hoy en la codicia extrema de la criminalidad organizada, liderada por el narcotráfico, el cual se alimenta de una institucionalidad de justicia que favorece a los fuertes y a los corruptos. ¿Cómo situarnos ante esa violencia estructural? Nos situarnos desde los más indefensos, desde las personas y sectores más débiles y víctimas. Y desde ellos, identificar a los fuertes y a los que sostienen la impunidad y la corrupción para hacer un llamado a un cambio de actitud. Pero por igual toca denunciar los delitos y contribuir para que las instancias de justicia investiguen, enjuicien y condenen a los responsables de dichos delitos.
De igual manera, toca animar y exigir a quienes corresponde a que se ponga en marcha un nuevo modelo económico con nuevas reglas productivas, fiscales, agrarias, de inversiones y de empleo, basadas en capacidades y necesidades internas, soberanía sobre los bienes y públicos, y en relación de complementariedad con la comunidad internacional. Y toca animar a nuestra gente a descubrir su fuerza humana y organizativa para defender y exigir sus derechos. Porque, como lo recuerda Monseñor Romero, un pueblo que se organiza y lucha es un pueblo que se hace respetar.

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