

El encanto de aspirar a un cargo público
Es fascinante aspirar a un cargo público. Es la mayor atracción en un país en donde se ha traficado con la política. Es fascinante llevar al pueblo en lo más hondo del corazón. Así lo dicen y lo expresan con pasión los que buscan cargos públicos. Para ellos y ellas es la entrega a la patria lo que les mueve en sus campañas. No hay gente más demócrata y más abnegada que la que anda en campaña política electoral.
Lo hemos dicho en varias ocasiones, hay personas que habiendo sido alcaldes por una, dos, tres, cuatro o más veces, siguen con más ímpetu que antes con sus palabras llenas de amor y honestidad. Lo que tienen no tiene nada que ver con corrupción. Todo es bendición de Dios y esfuerzos familiares, nada que ver con abusar del cargo. Lo material no los mueve, sino su vocación de demócrata y el respeto a la ley. Eso sí, Ellos mismos lo dicen, hay corrupción, pero la hacen otras personas. Ellos sí están comprometidos con los cambios que el país necesita.
La honestidad y la lucha contra la corrupción son las divisas de cada una de las candidaturas, así lo vociferan. No existe en la faz del territorio nacional gente más desprendida y honesta que aquella que se lanza al ruedo electoral. Algunos de los más emblemáticos, dicen que combatirán el crimen organizado y el narcotráfico, y para ese propósito lo que menos importa es si aparecen en alguna de las listas vinculadas con actos reñidos con la honestidad. Esas son minucias. Ellos o ellas son honestos y punto.
En un país como el nuestro, tan repleto de problemas y abusos, el encanto de las candidaturas no es tanto por resolver problemas, sino por resolver “su” problema, porque los cargos o puestos públicos son trampolines para trepar o para escalar posiciones económicas, y para enchambar a familiares y amigos.
En medio de tanta bulla, y quizá con pocos recursos, hay personas que aspiran honestamente a un cargo de elección popular. Y lo hacen con austeridad y mucha honra. Gente valiosa que busca defender los derechos de la población oprimida. Por esta gente, que es poquísima, vale la pena seguir creyendo que se pueden salvar y recuperar los procesos electorales.
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