Lunes, 21 julio 2025  

Economía, violencia y corrupción

En lugar de ser un instrumento al servicio de la humanización de la sociedad, nuestra economía produce desigualdades, desata ambiciones, genera exclusiones y niega oportunidades. Produce centenares de miles de personas sin comida, sin tierra para cultivar, sin un trabajo digno, y obliga a que mucha gente joven emigre y sea discriminada. Y a la par, esa misma economía genera derroche, gasto superfluo, corrupción, privatización de bienes y servicios públicos e irrespeto a la soberanía. Economía, política y violencia en sociedades como la nuestra van de la mano.

Una mentira agresiva, discriminatoria y racista, es la de decir a los pobres que vamos bien, que ha aumentado el empleo, que los maquiladores e inversionistas extranjeros llegan al país porque aprecian la mano de obra hondureña. Esa mentira se extiende cuando nos dicen que vivimos bajo el imperio de una ley que es igual para toda la gente. Mientras tanto, la gente vive en la zozobra ante la amenaza de las lluvias, y el juez le dará siempre la razón al que tiene más dinero y mejor posición política para desalojar violentamente a campesinos que reclaman un pedazo de tierra.

La corrupción es otro acto de violencia. Desde la marmaja que se le da a un alcalde tras el otorgamiento de un proyecto, hasta los desvíos de fondos públicos para campañas políticas, una práctica perversa de todos los partidos sin excepción, o el uso de las necesidades de la gente para elevar perfiles políticos usando la administración pública como plataforma electoral. La institucionalidad se ha convertido en un reflejo de la corrupción. En estos tiempos proselitistas, las secretarías de Estado dejan de cumplir con su función para ponerse al servicio de la campaña oficial. Eso es corrupción.

La violencia es algo más que la brutalidad que vemos en la calle. Es también nuestra actitud y el modo de vivir indiferentes ante la corrupción o la debilidad institucional. Y tanto la violencia delincuencial callejera y la organizada, como la irresponsabilidad social y falta de solidaridad, constituyen rostros diversos de un problema común. En una situación así y en la que nos acabó de hundir este modelo económico excluyente, hasta la indiferencia y el silencio, se convierten en un modo diverso de ejercer violencia. 

Romper con la violencia que produce la economía es una enorme tarea política, ética y social. Es tarea trabajar por una propuesta concertada en torno a una economía que en primer lugar responda a la población víctima del actual modelo demoledor de esperanzas, en donde toda la gente tribute al Estado conforme a sus ingresos y ganancias.  Una política fiscal que a su vez esté vinculada con políticas públicas que rompan con la injusta tenencia de la tierra y con el modelo de desarrollo basado en el extractivismo. Así lo pide la población en el Sondeo de Opinión del Eric. Lo piden y demandan al gobierno y a los partidos políticos. Pero lo se oye, hay sordera.

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