El Bronx, el distrito más populoso de entre los cinco que conforman la ciudad de Nueva York, con la mayor diversidad étnica de Estados Unidos, con unas 77 lenguas, y con el 84 por ciento de su población latina y negra, se encuentra también un pedacito de bulla hondureña, como no podía ser de otra manera. Un espacio que acoge a migrantes garífunas que llegaron décadas atrás después de salir de La Ceiba y arribar a Nueva Orleans hasta llegar a Nueva York en donde pasaron desapercibidos entre la multitud de rascacielos y sobre todo entre dominicanos, portorriqueños, colombianos y africanos. En ese ambiente gris y de bullicio de edificios multifamiliares emerge Casa Yurumein como un homenaje a la memoria viva de la resiliencia garífuna que, en medio del despojo, ha logrado mantener al son del tambor y de su magistral movimiento de cintura, los procesos de reivindicación en defensa del pueblo negro.
Con casi 15 años de fundación, esta organización se ha convertido en el hogar de cientos de migrantes que encuentran refugio y un espacio de encuentro para que el dolor de la ausencia sea más ligero. Casa Yurumeines, el Caribe en la fría ciudad de Nueva York.
“¡Lleve, lleve, que está calientito!” Con este llamado, Karina hizo su entrada al salón donde nos encontrábamos reunidos esa mañana de domingo. El aroma del pan de coco recién horneado transformó el ambiente. Quienes lo compraron lo acompañaron con café, disfrutando de la fresca mañana en el corazón de Nueva York.
La cotidianidad de las comunidades garífunas de Honduras se trasladó a Estados Unidos gracias a los procesos de organización que los migrantes emprendieron al llegar a la gran manzana. El dolor de la ausencia de sus familias, de su comunidad, de las playas y de sus comidas se mitigó al unirse con otros garífunas en situaciones similares. Son garífunas que abandonaron su tierra por razones de seguridad, dificultades económicas, y también para reencontrarse con sus familiares que ya habían emprendido el camino migratorio. Es la reunificación familiar que no se alcanza en la tierra de origen porque persisten las mismas condiciones por las cuales un día salieron. La reunificación solo es posible afuera. Esa es una de las razones por las que la gente emprende el camino hacia el norte. Los garífunas, pero también las familias campesinas y las ladinas urbanas, que se cuentan por decenas de miles en territorio estadunidense.
La comunidad garífuna recuerda que su presencia en Nueva York se remonta a la primera inmigración en 1930. Hoy en día, solo en este Estado cuentan con más de 20 patronatos que lideran diversos proyectos comunitarios en sus lugares de residencia y en sus tierras de origen.
Ese fue el caso de Karina. Nacida en la comunidad de Limón, Colón, debió dejar Honduras por la pobreza que la acechaba junto a sus dos hijas. Un día, al ver que la comida no alcanzaba, la desesperación la llevó a emprender el camino hacia Estados Unidos, dejando a sus hijas al cuidado de su madre, la abuela de las pequeñas.
Como muchas otras historias, Karina llegó a Nueva York atraída por amistades que le ofrecerían apoyo mientras se estabilizaba y se adaptaba a su nueva vida. La ausencia de su hogar es un dolor constante que pesa cada día, pero, afortunadamente, Karina logró encontrar un espacio que le recordaba sus costumbres en Honduras y pudo construir una comunidad en medio de aquella ciudad.
Casa Yurumein
El Bronx destaca por su contribución cultural a través del rap, el grafismo y el hip hop, manifestaciones que emergen de las ricas raíces afroamericanas y latinas. En medio de esta vibrante diversidad se encuentra Casa Yurumein, un refugio para la comunidad afrodescendiente.
Fundada en el año 2008, Casa Yurumein ha trabajado incansablemente en el Bronx para apoyar a la población migrante de Honduras, Guatemala y Belice. Con más de 15 años de presencia, se ha consolidado como una de las organizaciones más sólidas, dedicándose a promover la cultura y defender los derechos humanos.
“La comunidad garífuna es creciente, pero no son personas preparadas en cuanto a estudios, entonces eso imposibilita su residencia en EE. UU, ante esta situación nace la organización”, nos cuenta Terry Bermúdez originario de Limón, Colón, quien lleva 23 años viviendo en el Bronx.
Terry recuerda que su llegada a Estados Unidos fue difícil, la barrera del idioma fue uno de los principales retos a superar, ya no solo hablar inglés, sino desprenderse del garífuna. “El garífuna es nuestra lengua materna, es nuestra identidad. Llegar a un nuevo lugar sin saber cómo comunicarte con otros es duro, hace más difícil nuestra estadía. En mi caso agradecí que mi madre estuvo presente, ella me recordaba algo de mi amada comunidad, pero sé que hay muchos otros garífunas que no tienen esa oportunidad”, comenta.
En la actualidad Casa Yurumein desarrolla varios proyectos e iniciativas de apoyo y respaldo a la comunidad afrodescendiente garífuna centroamericana. Entre las principales iniciativas destacan la promoción de la lengua materna, educación para personas mayores, inglés como segunda lengua, actividades culturales, como la gastronomía, la danza y las artesanías. Próximamente se inaugurará un programa de asistencia legal en temas migratorios, para atender la creciente demanda en casos de deportación, solicitud de asilo y regulación migratoria en Estados Unidos.
Originaria del municipio de La Ceiba, Atlántida, Carmen Crisancho lleva dos años organizada en Casa Yurumein, y dice que juntarse con otros y otras garífunas le ha devuelto la vida, se siente orgullosa del trabajo que hacen para impulsar la cultura afrodescendiente en Estados Unidos, incluso la incidencia frente a las autoridades estadounidense para visibilizar los aportes que hacen como comunidad en este país. “Estamos comprobando que la comunidad migrante no hemos llegamos a invadir o destruir este país, estamos aportando a su crecimiento y desarrollo”. Periódicamente la organización realiza ferias, encuentros y actividad culturales que tiene como misión la promoción de su quehacer, pero también la recaudación de fondos para sostener la Casa Yurumein, que ahora debe alquilar un lugar para atender a la comunidad, pero que esperan que con el trabajo arduo pronto tendrán su propio espacio donde seguirán atendiendo. Tener una casa propia es ahora el nuevo reto para enfrentar.
“Uno de los eventos que más gusta entre la comunidad es el certamen de Mis Garífuna, un programa donde se le enseña a las adolescentes nacidas en Estados Unidos a hablar garífuna, en tanto lengua materna y original, y que muchas la desconocen. Además, se forman en costumbres y en las realidades propias de estas comunidades en Honduras. Por varios meses reciben clases, y se culmina con un certamen donde se califica no únicamente la belleza física sino el proceso que han tenido, seleccionando una ganadora que cada año representa a la comunidad en Estados y que conecta con la comunidad en Honduras”, dice Carmen.
Casa Yurumein es un lugar de encuentro y acogida. Además de los migrantes garífunas hondureños, también llegan de otros países de Centroamérica; es el caso de Liz Brumon, nacida en Costa Rica pero criada en el municipio de Lívingston, departamento de Puerto Barrios, en Guatemala.
“Conocía a Mirta Colón, fundadora de la organización. Su pasión y compromiso con el trabajo en las comunidades garífunas me trajeron a este espacio que ahora considero mi casa. El trabajo de Casa Yurumein en apoyo a nuestra gente es lo que me trajo aquí. Por eso motivo a toda la comunidad de migrantes, garífunas y no garífunas, a que vengan y conozcan nuestro quehacer, esa apuesta por transformar la vida de las comunidades que viven aquí en Estados Unidos”, dice Liz.
Liz trabaja en el área administrativa de la organización; su labor consiste en auditar fondos y rendir cuentas a los donantes y a la comunidad que brinda apoyo para la sostenibilidad. “El proyecto se sostiene con la solidaridad de algunos políticos estadounidenses, pero se complementa con rifas, barbacoas y el alquiler del local para celebraciones familiares. Con todos estos fondos mantenemos los programas que van desde clases de inglés hasta asistencia emocional y, muy pronto, asesorías legales en temas migratorios”, agrega. Casa Yurumein es un cúmulo de voluntariados y solidaridades. La gente ve este espacio como la comunidad que dejó en Honduras y, en el caso de migrantes nacidos en Estados Unidos, como el lugar del que provienen sus madres y padres. Nadia Meléndez, joven nacida en el Bronx de padres hondureños, aprendió a amar sus orígenes. Ella es comunicadora y acompaña las actividades que realiza la organización a través de las coberturas que hace en su canal digital, NadiaTV.
Esa mañana nos despedimos de Casa Yurumein y de cada uno de sus integrantes, quienes con firmeza aseguraron que seguirán trabajando para que los gobiernos de Honduras y Estados Unidos se involucren con la comunidad, creando políticas públicas que reconozcan y fortalezcan el aporte de la cultura garífuna. “Que se construya identidad en nuestro territorio; entiendo este como el espacio donde nos tocó vivir”, dijo Terry Bermúdez.