La tierra, hacia donde el corazón nos lleva
En los aciagos tiempos de pandemia nació en el corazón de mucha gente del Aguán, Intibucá y el Valle de Sula la necesidad de encontrarnos con la tierra, reencontrarnos con la comunidad –incluso en la dispersión–, sembrar, cuidar la siembra y compartir la cosecha. Decíamos entonces que para evitar la llamarada de tusa, la iniciativa debía hacer su nido en el corazón. Para que la tierra sea hacia donde el corazón nos lleve.
Ocurrió como aquella parábola del sembrador, la semilla se regó, despertó entusiasmo, pero los trajines cotidianos, el escritorio y las urgencias de los verificadores, dejaron para después el encuentro con la tierra, y no toda la gente la apropió en el corazón. Para bien o mal, siempre hay algo más que hacer ante la compu y el escritorio, y un adonde ir puestos en el timón del carro o con el boleto de avión en mano, más urgente que la atracción de la tierra. Pero con un poco de amor, la semilla y la tierra nos siguen esperando.
En escenarios movedizos e inciertos como los del contexto actual, solo podrá sobrevivir aquella experiencia que entronque con el testimonio y su vínculo con la madre tierra, y si la amamos y si la hacemos parte esencial de nuestra vida. Lo que no se ama o se queda solo en la mente o buenas intenciones, no podrá sobrevivir. Será como la paja que se la lleva el viento.
En el llamado testimonial de la tierra, se experimenta una fuerza que atrae, mucho más que el escritorio, mucho más que la computadora o los papeles y planes de trabajo, con su vida sedentaria. El llamado de la tierra es una convocatoria fuera de orden, desinstala, saca del espacio de confort. Llena un vacío que se gana con mucha vida y sencillez. Es un ir al llamado de la tierra que nos vincula con un mundo lleno de generosidades, porque generosa es la tierra y generosa es también la cosecha.
Pisar la tierra, sentir el aire y el verdor del campo, relajarse con el rumor de un arroyo o de una quebrada, es un toque especial entre las muchas tareas y demandas que cada organización tiene en el día a día. Ir a la tierra y sentir su aroma y su generoso abono no es un programa, no es un plan de trabajo, no es un horario a cumplir. Es un regalo.
Pisar la tierra con su semilla y su siembra da riqueza a la oficina, llena de sentido nuevo a las redes sociales y al correo electrónico. Tener contacto con la tierra, con la siembra y con el rumor de los arroyos, es recrear la vida; es perder el tiempo en el encuentro con la madre naturaleza. Y así se gana en generosidad y se acentúan energías positivas.
Entrar en contacto con la tierra es celebrar la vida. En cualquier circunstancia, por muy difícil o árida que sea la coyuntura, es gratificante ponerle el toque de fiesta al contacto con la tierra, sea con elotadas, frijoladas, mercados populares de agro ecología y artesanías, fiestas religiosas, memoria de los mártires. La tierra nos espera. Con un poco de amor, y haciendo a un lado las urgencias, nos colmará con sus regalos.
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