Partiendo lo frágil que somos como sociedad ante la comunidad internacional, y especialmente frente a potencias tan decisivas como los Estados Unidos, veamos qué nos dice la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia para iluminar y enriquecer esta realidad.

Ante todo, la Doctrina Social de la Iglesia, en su numeral 434, afirma lo siguiente: “La Comunidad Internacional es una comunidad jurídica fundada en la soberanía de cada uno de los Estados miembros, sin vínculos de subordinación que nieguen o limiten su independencia.”

Y en su numeral 435 del compendio de la Doctrina Social de la Iglesia está dicho todavía con más claridad: “El Magisterio reconoce la importancia de la soberanía nacional, concebida ante todo como expresión de la libertad que debe regular las relaciones entre los Estados”.

Así es en la teoría. En los hechos hay una enorme distancia. Lo que ocurre en Estados Unidos tiene inmediatas repercusiones en nuestra frágil economía y en nuestras condiciones económicas. Somos un país con los tejidos sociales, humanos y culturales rotos. Una sociedad políticamente inestable y con una inequidad social y económica creciente. La democracia a lo largo de más de cuatro décadas se ha constituido en un modelo que garantiza el lucro y ganancias a reducida élites en detrimento de la miseria e inseguridad de la inmensa mayoría.

Somos un país con una población campesina abandonada a su suerte y a la voraz suerte del gran capital, que en los hechos significa que el Estado ha condenado a los campesinos pobres a una muerte lenta en la economía de subsistencia o a que emigre hacia las ciudades. Y luego el gran éxodo hacia Estados Unidos. Es muy difícil encontrar una familia hondureña que no tenga algún familiar en ese poderoso país del norte. Cada vez más la vida de la gente depende de la remesas que envían nuestros familiares migrantes.

En este contexto, la influencia que tiene la Embajada de los Estados Unidos en nuestro país es inmensa, hasta nos puede pisotear y con sus palabras y decisiones, el gobierno de los Estados Unidos nos hace sentir que en los hechos somos una colonia. Esto va en contra de lo que nos recuerda la Doctrina Social de la Iglesia, la cual en el numeral 439 de su Compendio nos dice lo siguiente: “En las relaciones entre los Estados el derecho internacional debe evitar que prevalezca la ley del más fuerte.”

Y en el numeral 433 del mismo Compendio, la DSI es todavía más precisa: “La centralidad de la persona humana y la natural tendencia de las personas y de los pueblos a estrechar relaciones entre sí, son los elementos fundamentales para construir una verdadera Comunidad Internacional, cuya organización debe orientarse al efectivo bien común universal”.

Qué hay detrás de todo esto: que la dinámica que mueve a las personas que tienen puesto importantes, no es la búsqueda del bien común, sino el control de los demás, tanto de las personas como de los países. Ese es el caso del gobierno de los Estados Unidos, y es el caso de los grupos de poder dentro de nuestro propio territorio.  El evangelio nos ofrece un modelo ideal opuesto radicalmente a lo que práctica el mundo de hoy, dominado por el poder.

En el Evangelio se nos narra que los discípulos iban siguiendo a Jesús en su camino a Jerusalén. Van convencidos que Jesús va a derribar el reinado de Herodes y a expulsar a los romanos. Van pensando desde la lógica del desquite y del poder. Entonces Jesús los llamó y les dijo: “Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre.” (Marcos 10, 42-45)

Al estar a pocos meses de las elecciones en Estados Unidos, y por la influencia que ejerce sobre nuestra país condicionado por lo que allá sucede, podemos afirmar que para Estados Unidos la colonización continúa, y esto es posible porque nuestras élites son cómplices, porque obtienen grandes beneficios por su sumisión al imperio.  Y, desgraciadamente, la mayoría de la población acepta de buen grado la colonización cultural que nos viene por el modo de vida americano.

Frente a ese modelo, la Palabra de Dios no se cansa de apostar por una manera radicalmente distinta de vivir y de construir sociedades. El profeta Jeremías en medio de las calamidades y de las distorsiones sociales en las que vivía su pueblo a causa del sometimiento al que estaba sometido, elevó su voz y dijo con claridad: “Practiquen la justicia y hagan el bien, libren de la mano del opresor al que fue despojado; no maltraten al forastero ni al huérfano ni a la viuda; no les hagan violencia, ni derramen sangre inocente en este lugar”. (Jeremías 22, 3).