Este cuento no es más que la necesidad de contarle a usted lo que he escuchado de mujeres privadas de libertad, quienes desde sus emociones, vivencias, carencias, y las muertes en vida han retratado su estadía en un centro penitenciario en Honduras. Siendo fiel a expresiones y vocabularios, espero que le estremezca, así como a mí al escuchar lo que muchas mujeres mal viven en una sociedad machista y violenta como la nuestra.
Por Ismael Moreno Sj.
Aquí estoy. Hablo con usted no sé si me escucha, quizá solo yo me escucho, y seguramente hablo para escucharme a mí misma, sin importar si alguien atiende mi voz. Pero hablo con usted, sea persona real o imaginaria. Llevo 17 años de estar en prisión. Y he agarrado aversión a los hombres, porque por ellos vine a parar aquí y por ellos pasé la mitad de mi vida aquí y por ellos me ha pasado esto que le comparto, y que por eso mismo, los barrotes se fueron al carajo. Entré a los 18 años y ya me ve, o al menos quisiera que me viera, como solo yo tengo la suerte de verme, flaca, con las chiches caídas y míreme el culo, o quiero imaginarme que usted me está mirando, más aguado que nalga de puta envejecida. Al menos he pasado pintándome el pelo, para esconder o disimular las canas, que si no, con este culo caído y las arrugas que ya se me ven o se me vieron, parecería anciana decrépita.
He llegado a los 35 años, al menos pasé la edad de Cristo. Y la otra mitad la he pasado bajo rejas, cagando delante de las otras mujeres, y cogiendo casi a la vista de ellas con el jefe de los presos que por unos ocho años cuando estaba en la otra cárcel me mantuvo, mantuvo a mis dos hijos a cambio de que le abriera las piernas cada vez que le daban ganas. Acepté por necesidad, al inicio hasta me gustaba el cabrón, y en ocasiones me hizo sentir rico cuando me cogía. Pero eso duró poquito tiempo.
Después hasta me daba asco cuando lo miraba venir, y más asco me daba cuando miraba que se sacaba ese tolete erguido y duro que hasta se me pasaba por la mente arrancárselo de una sola mordida a ese hijuemilputas. Pero pensaba en los hijos y en mi mamá, si yo no me dejaba hacer lo que a él se le antojaba, me quedaba sin dinero para la comida de ellos. Por ese asco que le agarré, y por las amenazas que recibía cuando me agarraba y yo no le respondía como él quería fue que decidí aprender a hacer hamacas y luego con varias mujeres aprendimos a hacer pan, y la organización que nos instruyó también nos enseñó a hacer un horno, y nos dieron dinero para hacerlo, aunque por esa puercada de billetitos que nos dieron tuvimos que firmar como cuatro papeles, poner el número de identidad, dónde nacimos, direcciones de la familia y al final tuvimos que garabatear la firma. Pero así hicimos un horno y comenzamos a hacer pan, lo vendimos a los otros presos y después a los familiares y hasta vendimos en las aldeas cercanas. Contar con esa platita semanal con la venta de pan, las hamacas que ocasionalmente vendía a algún visitante, unos dulces que hacía y otras cosas que inventaba, me dio fuerzas para resistirme a las presiones, amenazas y chantajes de ese hombre. Me amenazó con matarme, o mandar a matar a mis hijos. Un día se metió con un puñal, y me lo puso en el pescuezo.
Me dejó una seña fea, si pudiera se la mostraría, pero ya nadie la puede ver, menos usted que a saber quién es. Fue grande esa cortada que las muy condenadas de mis compañeras de celda me clavaron el apodo de la rajada, porque me ensartó la puntita y la fue deslizando por mi pescuezo, y como estaba filudo sangré, y entonces grité y había una compañera que andaba afuera, creo que venía de coger con uno de los guardias, y ella avisó, los guardias vinieron y me lo quitaron de encima. Como loco decía que seguro yo estaba con otro preso o con alguno de los guardias, y cuando comprobó que no había hombre de por medio, me acusó de ser marimacha, que seguro que yo vivía con alguna de las mujeres del pabellón femenino. Dos años me costó quitármelo literalmente de encima.
Ya estoy libre de él, ahora quiero librarme de los hombres hasta del pensamiento. No solo no verlos sino hacerlos desaparecer de mi mente, porque en mi corazón ningún pendejo tiene cabida. Aunque me los pusieran enfrente y me amenazaran o me torturaran para aceptar un hombre, en mi corazón soy mujer libre de hombres, y hasta he logrado ser libre de esta ingrata vida. Los hombres son malos, solo daño hacen. Se lo digo yo, ¿por qué cree que vine a parar aquí? ¿Por delincuente, ladrona, marera, extorsionadora, corrupta, sobornadora? Por nada de eso. Dicen que los que están presos siempre juran que nada deben, que nunca hicieron nada, que están pagando delitos que no deben. Eso es cierto. Yo no le digo que me crea, así como estoy me vale pija que no me crea, allá usted, nada consigo con decirle esto, la mera neta que lo hago por desahogo, porque le vi cara de escuchar. Pues ahora se está tragando las consecuencias de tener cara de buena gente. Pues yo le puedo asegurar que estoy aquí desde hace 17 años por un delito que nunca cometí. Usted está delante de una mujer inocente, y lo mal portada y las malas palabras, la mala fe y lo mal pensada, así como tengo este chajazo en mi pescuezo, lo aprendí y lo recibí en prisión.
Yo me casé, bueno, me rejunté con un tipo al que yo le creía todo, y vivíamos tranquilos, mis padres me habían criado con lo necesario, estudiaba y tenía las puertas del futuro abiertas. Pero cometí la estupidez de hacer vida de pareja con ese hombre. Así estaba, así vivía, así pasaba mi vida, hasta que un día llegaron unos tipos vestidos de policías y me apresaron. Eran cuatro sujetos, me enchacharon y sin decirme nada, me encaramaron a un pick up y me llevaron a la posta policial donde pasé encerrada 24 horas. Luego me llevaron a la fiscalía en donde me acusaron de complicidad con mi pareja de haber asesinado a un tipo y de ser parte de una banda de asaltantes y vendedores de droga por menudeo.
Con el tiempo constaté que mi pareja, ese hombre pues en quien yo confiaba, era parte de esa banda criminal que no solo asaltaba sino que participaba en secuestros y en el tráfico de droga. Y yo no sabía nada. Sí me imaginaba que en algo chueco andaba porque llegaba tarde, desaparecía por largos días, andaba tres celulares, pasaba secreteándose con gentes raras que pasaban de carrerita por la casa, no entraban, solo se detenían, se cargaban unos mulos de pistolones y nunca se quitaban los anteojos oscuros que brillaban de negros. Pero a mí nunca me dijo nada, solo que andaba haciendo negocios y que no me metiera en cosas que no eran de mi inconveniencia. Como ve, algo sabía, pero solo como suposiciones.
Me anduvieron del timbo al tambo, que de unas oficinas a otras, pasé por serios interrogatorios, y en esas estaba cuando me dijeron que mi marido no me defendía, que más bien asentía como garrobo cuando le preguntaban si yo era parte de la banda y si había participado en el crimen por el cual lo acusaban a él y a mí como cómplice. Pasaron a acusarme de ser copartícipe del crimen, y por eso me llevaron a los tribunales y me condenaron a veinte años de cárcel. Mi marido no solo no me dijo nada de en qué andaba metido, sino que nunca dijo que yo era inocente. ¡Semejante hijueputa! Hubo algunos testigos que hablaron bien de mí, que testificaron a favor de mi inocencia, pero faltaba su testimonio que nunca lo dio. Al cabo de unos meses, compinches de mi marido que lo habían traicionado declararon que yo no había participado en ninguna de las actividades ilícitas por las que acusaban al cerote ese de mi marido. Y entonces me dieron sobreseimiento, como dicen los abogados que enredan todo con palabras raras. Me dieron carta de libertad. Salí y respiré hondo de alegría.
¿Qué cree que pasó? ¡El semejante hijuecienmilputas! escapó de la cárcel, y corrieron a re capturarme, con la excusa de que si él se había escapado alguien tenía que pagar el delito, y como yo estaba como coautora, me clavaron a mí el muerto, y aquí me quedé, pagando un delito que cometió ese mierdero, que dicen que tras fugarse agarró camino pal norte y que allá anda, de drogadicto y haciendo fechorías. ¡Y no lo matan a ese cabrón, que no merece estar vivo por mal impío! ¿Ve porqué odio a los hombres? Todos son unos malditos, ayúdeme a decir malditos, ojalá los mataran a toditos. Yo ni con torturas me dejo coger por un mierdero de esos. Aquí estoy, mejor me he pasado pajeando, que ese es mi destino, porque es la única manera de sentir rico, y no pasar por la tortura de echarme encima a uno de esos cerotes que nacieron solo para matar la dignidad de nosotras las mujeres.
Me trasladaron aquí a esta cárcel de mujeres, y eso me alivió un poco porque así ya dejé de encontrarme con muchos hombres, porque todos ellos son unos acosadores, y si una se descuida le quitan el calzón a la fuerza y la violan. Sí es cierto, he estado esperando la carta de libertad, ojalá me la hubieran dado, pero espera y espera y nada que me la dieron, porque eso no es seguro con esta justicia pura mierda que tenemos en este país llevada por hombres cerotes, y por mujeres que tienen rajadura entre las piernas, pero se comportan igual o peor que los hombres. Hace un año me dijeron que ya venía la carta de libertad, y hasta me dijeron que desde hace años saben que yo soy inocente, pero como no quieren dar su brazo a torcer y por no tener dinero para pagar un abogado, de esos que solo sirven para sangrarlo a una, y al menor descuido, se arreglan con la fiscalía y el juez para que uno siempre pague los patos. Por todo eso decidieron que debía pagar toda la pena. Y fíjese usted que esos abogados, los políticos y toda esa gente perpera que manejan los juzgados y la fiscalía, dicen que todos somos iguales ante la ley. Mejor que me pelen el gallo, porque cuando hablan así parecen pepa recién pisada.
Por mi comportamiento me rebajaron tres años, pero esa carta de libertad como podría llegar un día de estos podía venir hasta dentro de tres años, cuando a los tribunales les ronque la gana o dejen de tirarse pedos. O sea nunca, porque esa gente como se harta hasta más no poder pasan la vida entera tirándose pedos y eructando, por eso en esas sus oficinas tienen desodorantes ambientales para disimular el tufo que se cargan en sus cuerpos hasta que parecen tacuacines con una semana de muertos. Están podridas esas gentes, pero son expertas en disimular. Son como aquello que creo que se dice en la Biblia, sepulcros blanqueados, limpitos y olorosos por fuera, pero es pura apariencia porque apenas se descuidan salen los tufos a zopilote muerto.
A esa gente le vale verga si una está aquí un año, dos años o veinte años. Fíjese que aquí la mayoría de estas mujeres nunca fueron condenadas. Y como en la cárcel estamos las que no podemos pagar buen billete a los abogados, aquí nos podrimos aunque seamos inocentes, como es mi caso. Como le he dicho, yo he estado ya por recibir la carta de libertad. Y me ha tocado compartir la celda con otras compañeras, y me dicen entonces que soy marera, porque aquí en estas celdas solo mareras hay. Aquí donde estoy solo hay de la Mara Salvatrucha, y a mí me dicen que soy de esa misma mara. Yo no soy ni vengo de pandillas, pero me he hecho amiga de todas ellas, y viera cómo hemos compartido nuestras cosas, nuestras penas y angustias, porque en estos ambientes carceleros nunca hay alegría que compartir, solo destrozos y pedazos de miserias que cargamos. Pero sobre todo compartimos el odio a los hombres.
Cada una de ellas ha vivido experiencias amargas con el engaño y abuso de novios, maridos y hasta de familiares cercanos. Allá enfrente está el pabellón de las mujeres de la pandilla 18, como ve, –o a saber si ve– usted cruza esa tranca y ya está en terreno enemigo. Dicen desde hace tiempo que, o nos matan a nosotras o nosotras las matamos a ellas, porque en estas cosas no hay enemigo mayor que quienes pertenecen a la otra pandilla. Es enemistad de muerte, no hay otro camino que matar porque es condición para seguir viviendo. Se ha escuchado de muchos movimientos de esa mara enemiga que está unida con los guardias y otras gentes militares, que trajeron materiales raros, que dicen que es para matarnos. Aquí algo nos estuvimos preparando por si acaso.
Todo ha sido demasiado tarde. Yo estoy muerta, muerta de verdad, porque desde hace 17 años me he venido muriendo de a poquito. Toda mi existencia la pasé muerta en vida, pero hoy llegó el final total. No existo. Ya los hombres me hicieron morir antes de morir, porque mi vida ha sido una muerte continua, nunca se ha detenido. Mi vida ha sido así, muerte en vida. Nací para vivir muriendo. Ahora ya terminó todo, acabé de morir del todo. Si existí, que a saber si fue cierto, ya no tengo vela en esta vida. Yo no sé usted si existe, ni me importa, pero yo no tengo ni la menor duda de que pasé mi vida entera muriendo, y ahora estoy muerta de un tajo.
Me zamparon siete disparos, tres puñaladas, no por encimita como el puñal con el que me hirió el cobarde del jefe de presos, sino me zamparon los cuchillos filudos hasta el fondo, que la sangre salía como cuando sale el agua de una vertiente de montaña. Y bañada en mi propia sangre, me metieron siete tiros, todavía sentí los impactos en mi pecho, y después, para acabar de dejarme peor que un bagazo, me metieron fuego hasta quedar achicharrada. Soy difunta irreconocible, solo yo me reconozco, porque me fui viendo morir poquito a poquito. Me reconozco más así como estoy achicharrada, sin piel y sin carne, con los dientes pelados y salidos, que cuando parecía mujer de carne y hueso. Me reconozco más hoy con mi muerte inerte que con la vida que no tenía y que solo la aparentaba. Mis hijos y mi madre no pudieron saber cuál era mi cuerpo, usted ni siquiera me mira, y a saber si me escucha. Me mataron los hombres, me mató este sistema de justicia de mierda, me mató el machismo, me mataron por ser mujer.
Lo triste de todo es que odiando a los hombres por todo el daño que me han hecho, y odiando este sistema que lleva a las mujeres al matadero, fueron las mujeres las que me acuchillaron, me dispararon y me prendieron fuego. Eso es lo más crudo de esta mierda de sistema machista, que lleva a que las mujeres nos agarremos de las greñas por los hombres, que nos matemos por los hombres, y le puedo asegurar que a ese montón de mujeres que nos mataron con tanta crueldad lo hicieron las mujeres con tanta saña con el respaldo y decisiones de hombres que mandan y hacen lo que quieren con las mujeres. Y nunca logré la libertad en este mundo de mierda. Solo ahora que me dirijo a usted, que a saber si existe, es cuando tengo la libertad de decir lo que quiero y como quiero. Y lo expreso como nunca en vida lo pude decir. Solo la muerte me ha dado la libertad que nunca tuve en eso que mucha gente de bien dice llamarse vida.
¿Dónde estoy? A saber, ni pienso ni me interesa donde estoy, solo puedo decir que estoy mejor que durante los 35 años que existí respirando eso que usted y toda su gente llama vida. Aquí donde estoy y como estoy tengo más vida que la que tuve en ese mundo que me trató a patadas. Aquí estoy bien, como le dije, nunca tuve la libertad para decir lo que siento y pienso. Tenía que salir de ese mundo, aunque salí a puñaladas, disparos y fuego ardiente, que fue el sufrimiento final que concentró todo el sufrimiento diario que padecí en eso que usted llama vida. Tantas veces escuché a curas y pastores y a cualquier predicador que se cruzaba que después de la vida en el mundo nos esperaba el cielo para quienes se portaban bien y el infierno para quien se portaba mal. Yo pasé en el infierno por 35 años. Y ese infierno lo sufrí a tope en unos pocos minutos de puñaladas, balas y fuego.
Ahora estoy aquí, tranquila sin la vida que dicen que tuve. Ya no siento dolor, solo lamento que la humanidad y especialmente los hombres hayan hecho de ese mundo un infierno cuando pudo ser distinto. Hoy estoy aquí, no es el mundo de infierno que sufrí, y es cierto que no fui buena gente, aquí donde estoy no es el infierno, porque aquí tengo libertad. Y si no es el infierno así como lo predicaron los pastores, entonces estoy en el cielo, o en algo parecido al cielo. Y yo digo que ustedes ahí en su mundo busquen la manera de entenderse mejor, de llevarse como gente decente, hagan y actúen algo distinto para vivir algo de cielo y no en el infierno que actualmente tienen. Esa vida de ustedes es corta, y si no la viven entendiéndose, la van a vivir como infierno, cuando la podrían vivir como un camino al cielo, allí mismo en la tierra. Aquí me quedo, y si esto es vivir en paz y en libertad, así quiero seguir eternamente, porque a fin de cuentas, allí nunca encontré la paz que aquí siento. Muerta pero en paz y en libertad, como quise vivir y no la miseria humana que me tocó sufrir.
Como le he dicho, yo estoy en el otro lado, quizá no es cielo ni es infierno. A saber qué será, lo único que sé es que estoy muerta y bien muerta. Ustedes creen que están vivos, pero se están matando, y han hecho de ese mundo, un mundo infernal. No digo que toda la gente sea mala. Todos los hombres que conocí fueron perversos, pero puede que haya hombres buenos, pero no creo que sean ellos quienes cambien esta sociedad infernal. Han de ser los hombres buenos con las mujeres buenas, porque no todas las mujeres son buenas, y si no mire pues que fueron mujeres las que me achicharraron después de apuñalarme y zamparme balas a lo macizo. Pero mi sentimiento hacia la maldad de los hombres no cambiará mientras los hombres sigan maltratando a las mujeres, mientras ellos sigan dominando el mundo. Irá cambiando mi sentimiento si ustedes que siguen en este mundo se dedican a transformar esas relaciones con sus compromisos y entregas.
Todas las mujeres que fueron apuñaladas, asesinadas y quemadas solo podrán descansar en su paz y reconciliadas cuando ustedes cambien las condiciones, y cuando las mujeres respiren en paz. Quizá ya no estoy buscando venganza o desquite, pero solo seré plenamente libre cuando ustedes caminen liberándose de esas ataduras. Yo ya estoy en el otro lado, aunque parezca que estoy aquí con usted, yo ya pasé al otro lado, aquí ya no siento el dolor y la angustia que padecí en ese lado de ustedes.
Mi deseo para usted y su gente es que hagan de su mundo miserable, vanidoso, mezquino y machista, un mundo con algo de paz y libertad, que no tengan que sentir paz y libertad hasta después, cuando ya estén muertas como yo. Pero tienen que hacerlo ya, dejen ya de vivir viéndose solo el ombligo, dejen de vivir revolcados en sus miserias y cagadales humanos, abran sus puertas a los demás y abrácense desde sus propias angustias y descúbranse como gente que se necesita una con la otra, para que así algo de cielo experimenten y no solo ese infierno de mierda que me tocó padecer a mí. De ese infierno del que me liberaron a costa de apuñalarme, balacearme y achicharrarme en esta cárcel de mierda.