
Melissa Cardoza
Escritora y Feminista
Las imágenes de las personas deportadas, con cadenas en sus tobillos, con las manos atadas, sus rostros de desesperación y rabia ocupan ahora las portadas de los periódicos de esta región centroamericana.
Están devolviendo a la gente de un modo que recuerda capítulos escalofriantes de la historia de la humanidad, hoy reeditadas a colores y en tiempo real para que no olvidemos que la lógica de quienes se supone definen quienes merecen y no la vida nunca se acabó, y no está empolvada allá en los anaqueles del horror de Hitler y sus aliados.
Las imágenes las hemos visto antes, pero ahora están por todos lados. No se trata de los pueblos negros esclavizados y traficados, falleciendo por miles en los barcos, a quienes casi nadie recuerda o menciona; hoy las olas de ese mismo crimen histórico, quizá el mayor de la humanidad, llegan a cada una de nuestras familias donde siempre hay al menos uno que se fue mojado y que no arregló papeles, pero arregló la casa de su papá, mantiene el estudio de sus sobrinos, le manda tenis nuevos a sus hermanas, compra las medicinas y les promete que ya casi regresa, pero aún se queda.
Las historias son miles, hoy vemos caras rotas, y compartimos sentimientos de ira ante el trato despreciable contra nuestros hermanos y hermanas que son tirados a los aviones sin importar el destino que tengan porque sólo quieren sacarlos de ese territorio que expropiaron a los antiguos pueblos que les habitaban, cuando ellos fueron inmigrantes rateros y mafiosos.
La política del supremacista naranja que habita de nuevo la blanca casa de sus sueños, encontrado culpable de varios delitos antes de ser el presidente de ese país, señala a los pobres y les llama delincuentes, mientras su más cercano colaborador repite gestos fascistas con entusiasmo. Los expulsa con odio y violencia de todas partes, olvidando, gracias al furor de su racismo, la enorme riqueza que suma el trabajo explotado de los migrantes a los ya muy ricos.
Ahí mismo, al lado de ese señor, ya hay redes de gente que está organizando la resistencia contra la violencia de la deportación, ciudadanos de ese país y del mundo que entendieron por dónde viene el asunto, y salen a autodefenderse, finalmente. Se han generado mecanismos de información y movilización, documentación y resistencias.
De este lado, las personas retornadas se encuentran con lo que quisieron dejar; países donde no había trabajo, donde se les amenazó a muerte, en los que se les persiguió o excluyó de miles de formas. Vuelven con un profundo sentido de derrota, con miedo y sin proyectos, vuelven obligados y humillados.
Nos toca recibirlos. Nos toca abrir los brazos, las casas, compartir las tortillas, los frijoles y el café. Son compatriotas, y aunque no lo fueran, necesitan ser recibidos por nosotras, que si bien no tenemos el dinero que necesitan o anhelan podemos acompañar su vuelta, mostrarles la fuente de agua donde pueden lavarse una vergüenza que no les pertenece, y pensar con ellas y ellos como seguir adelante aquí donde hay que reocupar la casa, la tierra, la sociedad y sostener la vida.
En Honduras tenemos práctica con la desgracia, le sabemos al infortunio, y hay quienes luchamos contra el olvido. Aquí está la tierra, el río, el ombligo sembrado en sus comunidades, en este territorio lleno de luchas por hacer. Aquí está el país, entre todas y todos hay que peleárselos a esos gringos que hoy les roban sus bienes, los sueños, la fuerza vital, les quitan hijos; como lo han hecho siempre.
Ya veremos si los jóvenes de ese imperio entretenidos en sus iPhone, en su obsesión por la delgadez y entusiasmados por las huellas de la vida de sus pálidas actrices y cantantes sabrán como hacer el trabajo de cuidado, el más necesario para la vida que hasta ahora le hicieron las mujeres y hombres que vienen de camino.
En momentos así, cada una tiene que hacer lo que sabemos hacer. La historia de los momentos más tenebrosos de la humanidad y donde parece que el poder no tiene contrapesos ni oponentes, están llenos de rendijas y por ahí siempre entra luz, aire fresco y murmullos desobedientes.
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