Estudiante Universitario.
08 de mayo de 2019
Hacía un calor insoportable.
En la ciudad de El Progreso, Yoro estábamos a 37°C.
Martín nos advirtió: “Lleven abrigo”, nosotros nos reímos y no le hicimos caso ¿¡Quién iba a creer que con una temperatura de 37°C iba a llover!? Ninguno de nosotros llevó abrigo.
Nuestro destino era: “La misión sj 2019”, así la bauticé. Partimos con esperanza, con entusiasmo de vivir la experiencia dando el mag+s, como dicen los jesuitas.
Al principio eramos seis: Froylán Cacho, Aquiles Castellanos, Javier Pérez y Jairo Castellanos, ambos prenovicios Guanacos, así les decimos de cariño, Martín García sj y yo, Jerson Martínez. Más tarde se nos uniría Erick Andrade, Saúl Betancourth, Denis Chou y Julián Aguilar.
Nos esperaba la comunidad de Ocotal, sector Locomapa (Yoro). En el camino, ya muy cerca de llegar, empezamos a ver cómo se aproximaba, lo que en el otro extremo del departamento era imposible. Nuestra impresión por aquello fue de preguntar ¿Qué? ¿Cómo? ¡Era una tormenta!¡Íbamos de El Progreso a 37°C y veíamos venir una tormenta! ¡Era un prodigio! Y como nos lo había dicho Martín, necesitaríamos abrigos.
Inmediatamente nos bajamos a pasar todas nuestras maletas a la cabina del carro, para evitar que se mojaran. Aquiles, Erick, Javier y Jairo se sacrificaron por el grupo y se fueron en la parte trasera, decididos, como parte de la gran aventura, a soportar la tormenta. Yo creo que Dios estaba poniéndole agua a nuestro barro, como lo hace el artesano, antes de amasar y moldear. La pieza era la gran experiencia que nos esperaba.
La tormenta fue una gran experiencia. Nunca habíamos contemplado una lluvia con granizo y eso nos maravilló a quienes permanecíamos dentro del carro, especialmente a Froylán, quien no paraba de hablar, fascinado, de la lluvia con granizo. Tuvimos que parar después de unos minutos porque para nuestros hermanos que iban en la parte de atrás, la experiencia de ver y sentir el granizo, no les resultaba tan maravillosa como nos resultaba a nosotros desde dentro del carro.
Al llegar al desvío de Ocotal, la lluvia había terminado. Tomamos la calle hacia la tribu de San Francisco. Durante el recorrido íbamos contemplando el paisaje hermoso. Martín, el fotógrafo del grupo, iba pensando en cada posible fotografía de las montañas, árboles, etc. Veía especialmente el rojizo sol de la tarde, y decía: “Puedo pasar horas y horas, fotografiando el sol hasta el anochecer.” Su afición por la fotografía era más evidente que nunca.
Después de cruzar varios ríos y quebradas, llegamos, por fin, a Ocotal, donde nos esperaba Chucita, Yolanda y Yubisa, del grupo de catequistas de la comunidad. Nos prepararon la cena y café caliente. Estábamos alegres de haber llegado.
Ese fue el domingo de ramos por la tarde.
Y anocheció y amaneció.
Fue el primer día de la bondad de Dios… en la tormenta.
Para los primeros tres días de la semana, habíamos preparado un retiro espiritual. Todos disfrutamos esa dinámica de rezar primero con ejercicios espirituales, y luego ir al campo de trabajo. A la manera de Jesús, de ir primero al desierto y luego al mundo. Nuestro estilo integraba ambas experiencias. La oración y, paralelamente, compartir con las familias el tiempo de los alimentos. Durante los días que permanecimos en Ocotal, la bondad de las personas, expresada en los alimentos que compartían con nosotros, fue una clara manifestación de la infinita bondad de Dios, que hace salir su sol para todos sus hijos e hijas.
Todos los días nos levantábamos temprano a bañarnos con el agua helada de Ocotal. Muy temprano orábamos, asimismo después del desayuno y por la tarde. Fueron ejercicios en que la gratuidad de Dios se manifestaba en la sencillez del canto de un ave, en la brisa cuando golpeaba las hojas de los abundantes árboles, o en el silencio, como cuando vemos a la persona que amamos, sin hablar, con la sola satisfacción de estar con ella.
Hubo un momento en particular, el ejercicio del barro. A cada uno se nos dio un poco de barro para moldearlo. En este ejercicio, mientras daba forma a mi arcilla, Dios me dio luces de cómo es Él. Comprobé la experiencia del profeta Jeremías. ¡Es verdad, Dios es como un alfarero! Lo amasa, lo limpia, lo acaricia, lo moldea, lo ama… para él la masa, aunque sea deforme, es importante. Para mí el barro representaba cada persona en el mundo, cada persona que conozco, yo mismo era aquel barro. En mi meditación, decía: “Dios ha decidido que su cielo sea el mismo barro en el cual se encarnó.” De esa experiencia surgió la opción por rezar: “Padre nuestro, que estás en el barro…” Esta experiencia marcaría mi camino para el resto de la Semana Santa.
Parte de la gran experiencia que vivimos fue la del martes.
Nos levantamos muy temprano. Nos esperaba un gran día. A las 5:00 am nos fuimos para el Cerro de la Cruz. Es un cerro ubicado frente a la comunidad de Ocotal. En la cumbre hay una cruz que lleva ahí varios años. Según la tradición la primera cruz en el cerro fue puesta como un signo de protección para la aldea, por un misionero llamado Manuel de Jesús Subirana. De esta manera, en otros lugares de Yoro. Subir al cerro nos llevó más de una hora aproximadamente. Llegamos empapados de sudor, a pesar de que el sol aún no salía. Llegamos a la cumbre y ahí estaba La Cruz. Martín no desaprovechó la oportunidad para tomar sus fotografías.
Uno de los momentos más significativos en el Cerro, fue contemplar el amanecer. Esto nos llenó de admiración y de gratitud para con Dios, pues, no todos los días se contempla el amanecer desde un cerro que tiene en la cumbre una cruz del siglo pasado. Después de contemplar el amanecer, nos preparamos para la oración. El ambiente era el mejor. Meditamos el pasaje del evangelio donde Jesús va a la montaña con sus amigos y nos situamos en el cuadro. Esto fue el combustible para todo el día.
Las personas de la Comunidad tienen la tradición de subir todos los años, el viernes de Semana Santa. Nosotros subimos el martes y fue una experiencia extraordinaria.
Por las tardes del lunes y martes fuimos al río de la comunidad guiados por Ever Daniel, un niño que conocimos el domingo tras nuestra llegada. Nos bañamos durante un buen rato. El tiempo pasó rápido y ya era el momento de regresar.
La noche del martes celebramos la misa con el gesto de lavatorio de pies. Fue el cierre de nuestra jornada de ejercicios previos a la misión. Celebrarla para encomendar nuestra misión, después de tantas experiencias como la tormenta con granizo el domingo, la subida al cerro de la Cruz, el ejercicio con el barro, el paseo al río, ver la película de monseñor Romero, compartir con las familias de la comunidad, fue cerrar con broche de oro. En ella ofrecimos nuestras manualidades de barro, ofrecimos nuestra experiencia, nuestra propia vida.
Y anocheció y amaneció.
Fue el segundo día de la bondad de Dios… en la grandeza de cada pequeña experiencia vivida.
El miércoles por la mañana, después de haber desayunado, llegaron en sus motocicletas: Fredy y Brayan. Iban a buscar a dos de los diez misioneros. En ese momento supe cuál era mi destino. Nos dirigíamos, Saúl y yo, para San José de los Guares, una comunidad ubicada en los altos de la sierra Nombre de Dios.
Nos despedimos de nuestros compañeros y nos fuimos para Los Guares. Llegamos a la Comunidad a las 10:00 am aproximadamente. Llegamos a casa de Lupita, hermana de Olivia y tía de Karla. Fueron las mujeres que, como en el grupo de discípulas de Jesús, no se apartaron nunca de la misión. Ellas fueron nuestras guías.
Después de llegar caminando y almorzar en casa de doña Blanca, una catequista histórica de la comunidad, fuimos a la iglesia. Una familia indígena estaba en el velatorio de un niño de unos cinco meses de edad. Murió de fiebre. En las últimas horas de la tarde los acompañamos al entierro.
Durante nuestra permanencia en San José de los Guares nos hospedamos en casa de Celin y Orbin, dos jóvenes con una habilidad inusual para ejecutar la guitarra.
Para el jueves ya había actividades planificadas. Por la mañana fuimos a visitar a don Salvador y su familia, a una hora y cuarenta y cinco minutos de la Comunidad. Don Salvador estaba un poco enfermo, pero, la visita de unos amigos y amigas reconforta tanto o más que los medicamentos que tomaba. Así que, en esta visita, las personas de Los Guares nos dieron una gran lección, sin palabras, del valor de la amistad, de acompañar a un amigo a cargar con la cruz de su enfermedad.
Regresamos a la comunidad, después de que la esposa de don Salvador nos diera un poco de pacaya frita para comer. La “trascendentalidad” de la comida, es como celebrar la misa: encontrar a Jesús en la sencillez y el amor del Pan o la pacaya donde Dios hecho hombre y mujer, se nos da. Por este ejercicio de la búsqueda de Dios, en todo, los momentos de la comida fueron especialmente maravillosos.
En el camino de regreso, a propósito de Semana Santa, las personas nos iban compartiendo sobre las cruces que cargan como comunidad. Algunas de esas cruces eran el daño a la creación, la explotación laboral, campesinos sin tierra a la vez que había grandes terratenientes, el precio del café (4 lempiras por libra – 16 centavos de dólar), entre otras.
Por la tarde nos reunimos en la iglesia para Celebrar la Palabra de Dios (liturgia presidida por hombres y mujeres). En el lavatorio de pies, hicimos algo diferente para romper esquemas tradicionales, fue elegir para el grupo de los apóstoles, a mujeres, hombres, niños y niñas, digo “para romper esquemas” porque la tradición inquebrantable es buscar estrictamente doce hombres, nuestro grupo era de trece y no sólo había hombres. Este gesto fue significativo para todos. Lo novedoso siempre es esperanzador. Esa fue la jornada del jueves santo.
El viernes santo, fue uno de los días más impactantes en mi experiencia. Empezamos con el Viacrucis. Nos reunimos frente a una de las últimas casas de la comunidad para caminar hacia la iglesia. Hubo cantos, estaciones, reflexiones… este viacrucis tuvo la particularidad de ser un viacrucis encarnado. En el camino de regreso de casa de don Salvador, hablamos de las cruces que cargan como comunidad; en este viacrucis también: meditamos a cerca de esas cruces, y cómo leer esa realidad desde la tradición bíblica, en la que Dios no desatiende el grito del pobre. Pero mi viacrucis personal había empezado un poco antes, en el desayuno…
Tuvimos dos actividades después de almuerzo: la oración de la tarde del viernes santo y una visita a Gabriel, un buen amigo que nos presentó Olivia. Esta segunda actividad fue quizás una de las que más impacto tuvo en mi experiencia. Estuvimos, como unas dos horas, en casa de Gabriel en una conversación muy amena. Personalmente valoro cada palabra que, en ambientes como estos, las personas me confían a la confidencialidad de una tarde soleada de Semana Santa, sobre todo el valor que hay en cada una de ellas: la historia de una persona concreta, historia en la cual Dios se manifiesta. No son simples palabras, es la expresión oral de lo que las personas sienten y son capaces de compartir. Esa tarde, de verdad, fue especial.
El sábado cerramos la misión con visitas a enfermos.
Visitamos a doña Chinda, a su esposo y a su hija; los tres muy enfermos.
Visitamos a don Siriaco, ciego hace siete años a partir de un accidente mientras trabajaba.
Por último, a doña Luisa, a su hija y a sus tres nietas. Estas niñas tienen una historia que no es justo que quede en el olvido.
Regresamos a Ocotal por la tarde, después de habernos despedido de toda la gente, agradeciéndoles por su hospitalidad. Y, sin que ellos y ellas se dieran cuenta, en mi corazón, les agradecía haberme mostrado a Dios en la fragilidad y en la fortaleza de su barro.
En Ocotal nos reencontramos con nuestros hermanos. Ellos nos contaron sus experiencias, tan intensas como las nuestras. Agradecimos a Dios por todo, estábamos felices, como los discípulos de Emaús, sentíamos que nuestro corazón ardía después de haber encontrado a Dios en el pan partido y compartido.
Celebramos la vigilia pascual con la comunidad de Ocotal y esa misa fue la unánime acción de gracias a Dios por tanto bien recibido en aquella Semana Santa.
Regresamos a El Progreso el domingo por la mañana.
Y anocheció y amaneció.
Fue el tercer día de la bondad de Dios… en la alegría de reconocernos parte de su resurrección, manifestada en el barro de cada hombre y mujer con quienes compartimos.
Estudiante Universitario.
08 de mayo de 2019