Jerson Martínez,

Estudiante Universitario.

12 de junio de 2019


Una vez leí una historia sobre personas extrañas, con vestidos extraños que llegaban a las tierras de unos indígenas. Les enseñaron otro modo de ver el mundo y su propia vida. Les despojaron de aquello que por tiempos inmemorables habían tenido para sí… y me decía a mí mismo: ¡Qué barbaridad, cómo fue posible que sucediera eso: dejarse engañar por esa gente para que saquearan sus riquezas!

Pero, un día mi conciencia se despertó y se dio cuenta que vivía en las páginas de un libro de una historia como esa: gente extraña llegando a mi Pueblito, atraídos por la deslumbrante riqueza. Gente blanca y con la lengua enredada. Otros se parecían más a nosotros, pero hablaban en un lenguaje extraño, querían aprovecharse de las necesidades de los más pobres. A veces les dicen políticos, aunque también usan palabras como ladrones, sinvergüenzas o mentirosos. Algún día, cuando sea grande, entenderé por qué.

Una vez escuché hablar en una clase de historia, de unos hombres crueles que dominaban el mundo, les decían emperadores o reyes. Eran hombres despiadados que usaban coronas y dominaban el mundo con sus numerosos soldados y armas. Ellos vivían muy bien en sus palacios. Pero, fuera de los muros de sus inmensas casas, había mucha gente sufriendo, con hambre… y me decía a mí mismo: gracias a Dios que ya no hay reyes que nos dominen.

Pero un día mi conciencia despertó y se dio cuenta que hoy esos hombres despiadados y opulentos ya no usan corona, pero que siguen usando soldados y armas para dominar el mundo, y para disimular ya no les dicen reyes, en mi país el señor de las noticias le dice presidente.

Una vez vi un documental sobre un país lejano llamado África: muchos animales extraños y árboles gigantes, y un sinfín de riqueza natural, como decía el señor que narraba. Pero vi unas escenas que me hicieron llorar: niños muriendo de hambre y sin poder ir a la escuela, mujeres y hombres muy flacos, extrema pobreza, desiertos, escasez de agua… y me decía a mí mismo: ¡Qué mal vive la gente en África! ¡Ojalá pudiera ayudarles!

Pero, un día mi conciencia despertó y se dio cuenta que vivía en las escenas de un documental como el de África: con mucha riqueza natural… pero, también con aquellas escenas dolorosas: mucha pobreza, personas buscando comida en medio de la basura, niños y niñas teniendo que trabajar para comer, como en una de las colonias más olvidadas de Tegucigalpa, La Nora a orillas del río Choluteca.

Una vez vi unas fotografías de un país en guerra, Siria. Las fotografías ilustraban destrucción, armas, Ejércitos, muerte, pobreza, niños y niñas llorando, en una palabra, muchísimo sufrimiento…  y me decía a mí mismo: menos mal aquí no estamos en guerra… y rezaba por la paz del mundo.

Pero, un día mi conciencia despertó y se dio cuenta que vivía en un lugar como en el que tomaban las fotografías de guerra. Ese día fue muy doloroso, vi cómo gente de mi propio país usaba uniformes como los hombres del Ejército en la guerra y disparaban igual que ellos… disparaban a sus hermanos y hermanas que pedían a gritos ya no vivir en un país como África.

Una vez escuché hablar sobre unas personas que dejaban sus casas abandonadas, porque huían de la muerte… no pensé nada, no me dije nada, sólo lloré.

Y un día mi conciencia despertó y esta vez ya no sólo escuchaba hablar de las familias que huían de la muerte, las vi… ¡yo las vi con mis propios ojos! No era al otro lado del mundo donde las personas estaban abandonando su casa, su tierra; eran mis vecinos y vecinas, mis amigas y amigos…era mi propia familia.

Una vez leí un cuento sobre unos hombres con uniformes a los que llamaban superhéroes. Uno de ellos podía hacer lo mismo que una araña colgando de edificio en edificio. Otro podía volar sin alas y tenía tanta fuerza como para levantar a todos los niños y niñas de África y Siria y llevarlos a su país, donde había tantas escuelas y comida, no entiendo por qué no lo hizo.

Esos cuentos me parecían un poco extraños, en mi aldea nada de eso existía. En cambio, una vez, en un libro de mi mamá, vi la fotografía de un hombre llamado Martin Luther King, y al pie decía: “Asesinado por defender los derechos de sus hermanos negros” Esa historia me pareció más cercana a lo que vivía en mi país. Me hizo pensar en que los que tienen poder como el hombre de la súper fuerza no lo usan para ayudar a los niños y niñas de Siria, o las mujeres y hombres flacos de África. Me di cuenta que los que no tienen súper poderes son los que quieren ayudar y me hizo recordar a una tal Berta, asesinada por defender los derechos de sus hermanos y hermanas indígenas y de la madre Tierra.

Una vez seguí leyendo sobre la historia de los reyes y la gente pobre. Hubo algunos capítulos, casi al final, en que la gente no aguantó más, se rebeló y destronó al rey… eso me hizo pensar en el poder que tienen muchas manos, pies y voces unidas. En ese libro había ilustraciones de la gente con la bandera de su país y luces que representaban la unidad y la esperanza de su lucha. Esta vez no me dije nada porque mi conciencia ya había despertado… desperté en una calle y yo, entre miles, era uno de los que tenía la bandera en mis manos, mis pies eran de los mismos que avanzaban hacia donde iba la luz que nos dirigía y mi voz, con miles de voces más, era una de las que gritaba:  ¡ … !