Murió ayer, en el día del solsticio.

Apenas un día antes le dijo a su compañera que quería comer, porque ella, como nos han enseñado nuestras abuelas,  sabía que la comida cura, y quería vivir.

Pero ya no se pudo.

Tuvo compañía, cuido y amor de su amora, Joseline,  de mujeres de la sala donde estuvo por muchos días, de algunas buenas enfermeras  del San Felipe, de amistades y hermanas y hermanos de OFRANEH, de otra gente inesperada.

Cuando la conocí pensé que venía llegando del Bronx o de un barrio de Los Ángeles, tenía toda la pinta de allá, su ropa, la infaltable gorra,  los tenis. No conoció los Estados, nunca se fue. Pero le gustaba que le dijeran norte, no sé porqué.

Era una lesbiana potente, no tenía ningún problema para mostrar que las mujeres le gustaban, galanteaba con frescura y su  risa era fuego.

Misty, la norte, compañera activista que tuvo pocos años en este mundo de mierda donde gente como ella nos hace sostener la esperancita que amenaza sucumbir   con esto vientos de  diciembre, y  de impunidad insoportable.

Como muchas de su pueblo, pese a los terribles embates de los pésimos gobiernos, ladrones, narcos, asesinos que manejan los dineros de toda la gente para sus riquezas, pese a todo eso, como muchas de su pueblo, Misty era vital, apasionada, comunitaria, parrandera, intensa y morir no estaba en sus palabras de uso diario.

Cada tanto dan ganas de irse de aquí, en caravana o en soledad; cada demasiado una siente o escucha de sus amigas cercanas un rumor parecido al deseo de morir, de ya no estar, de no saber qué más hacer y abandonar la vida.

Tanta lucha, tanto trabajo, tanto hablar, crear y hacer para que los pandilleros que se quedan con la energía de todas y todos sigan como nada, en las instituciones, en las organizaciones, en los ámbitos privados de la vida.

Se naturalizan los escándalos, sonríen ante las cámaras los narcos y sus parientes, hechos presidente a la fuerza, se defiende a los acosadores y agresores sexuales y racistas, se nos pide olvido ante el oprobio.

Pero gente como Misty, como sus hermanas y hermanos de la OFRANEH, aun con sus propias crisis, con sus enredos, problemas, persecuciones, enfermedades y males, vuelven a poner el dedo en el renglón. Vivir es la respuesta que ellas creen y comparten, que mueve sus actos.

Una vez estuve en casa de Misty, hablamos poco, me contó de cómo se vivía lesbiana en una comunidad, los conflictos y las opciones, a ella le daba igual, era como decidía ser y no pedía permisos como tantas de su estirpe que dan clases sin mucha paja blanca, porque bien entienden que nuestras vidas, deseos y decisiones no están en permisos, leyes, decretos, proyectos y cuanto ingenio malvado y normativo exista,  sino en esos actos autónomos de ser quienes deseamos ser junto a otras y otros.

Perdimos a una compa. Estaba, junto a otra gente que cada vez más crece en la OFRANEH, organizando la revuelta más profunda de todas, la de las sexualidades antirracistas y anticapitalistas.

Esa que aún no se entiende en el movimiento social de Honduras, por ignorancia, hipocresía y  racismo; por vanguardismo y  comodidad de agresores machistas y hómofobos que aún tienen espacio en sus organizaciones. Pero a quienes, por suerte, el tiempo se les acaba porque fallecen las propuestas que no entienden la justicia para todas y de una sola vez.

Perdimos a una guerrera de las que se van con un solsticio, en una noche de lluvia de estrellas, dejando un reguero de lágrimas en la tierra y su imagen de risa, música, abierto deseo lesbiano, lucha popular y negra como legado.

Honor a Misty, la norte. Que la tierra le sea leve.