(Una crónica salpicada de testimonio personal)

Tras varias escaramuzas de apurados saludos y abrazos con sudor a concierto después de largas jornadas de canto, a lo largo de la última década del siglo veinte –después de que en 1974 con mis años de ferviente adolescencia me había quedado pasmado escuchando “No basta rezar”–, fue hasta en marzo de 2004 cuando me planté frente a ellos, cara a cara, mientras departían con un molote de amigos en un hotel de la ciudad de San Salvador, tras el “Festival Verdad” en memoria y homenaje de Monseñor Romero. Fue en esta ocasión que los miré de frente para implorarles que vinieran a Honduras.

Traer un sí de Los Guaraguao para cantar en la conmemoración de los 50 años de la huelga bananera de 1954 había sido mi juramento ante el Comité organizador bajo la responsabilidad de la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular. Iba entonces decidido, pero los nervios no jugaban a favor de mi compromiso. Con timidez ingresé al lobby del hotel y  mirando para el piso y en voz baja dije que quería hablar con los Guaraguao. Lo pedí por mediación del cantautor salvadoreño, Paulino Espinoza, amigo de toda la vida. Cuando tuve enfrente a Eduardo, no me salían las palabras, y tuve el angustioso temor de que me saliera la tartamudez contra la que he luchado ferozmente y que me había acompañado desde mis años de adolescencia cuando en 1976, entre otros amargos recuerdos, en un arrebato de confianza irresponsable, Chema Tojeira, a la sazón director de Radio Progreso, me puso delante de un micrófono para dirigir un programa de los sábados en la tarde, bajo el nombre “Así es Honduras”, de muy infame recuerdo por lo mal que lo hice, de cabo a rabo, y que no admite discusión.

Y en efecto, me salió lo tartamudo. Eduardo me encaró con su fina y melodiosa voz (cuando habla parece que está cantando, o que casi iniciará a cantar), la misma de “Las casas de cartón”, y con la confianza de quien tenía delante suyo a un amigo, me preguntó de un tajo qué era lo que deseaba. “Que vavaaayan a Honnnduras”, le dije como viendo para ninguna parte y como con tristeza, con el alma en vilo. “Pero nosotros estamos cobrando y queremos ver lo que nos ofrecen”, fue su  respuesta, como estribillo luego de centenares de veces de repetirla ante solicitudes, y como si estuviera delante de un negociante de conciertos. “Y fíjate que nunca hemos estado en Honduras, y esta es una gran oportunidad la que nos ofreces”, me dijo a renglón seguido, y a lo que de inmediato, y ya sin tartamudear, respondí con firmeza, “pues no pueden perder esta oportunidad, si es que de verdad quieren alegrar y dar fuerza a un pueblo que lucha, pero que no es conocido por mucha gente luchadora de América Latina”, y sin dejarlo responder le dejé ir el final de esta primera respuesta, “entre esa gente están ustedes, que han cantado en tantos países, y si no estuviera yo aquí, ni se les ocurriría volver su voz para Honduras. Y no piensen en lo que cobrarán, vengan nomás, y te aseguro que quedarán enamorados de este país que tiene de todo, pero de todo eso nada se conoce, ni por ustedes que dicen que son trovadores de los pueblos latinoamericanos”. Y me callé.

Eduardo bajó la vista y guardó silencio por unos segundos. “Déjame llamar a los demás”. Fue así que se selló la primera visita de los Guaraguao a Honduras. Y ocurrió en la conmemoración de los 50 años de la huelga bananera. Cantaron ante miles de personas en mayo de 2004 en la noche en El Progreso. En esa primera visita yo estaba hecho un saco de nervios, una de las más grandes y angustiosas tembladeras de mi vida. Ya me habían dicho, “hasta que no los veamos aquí y los escuchemos no te creeremos”. Y tampoco yo estaría seguro hasta no verlos en “presencia y en figura”. Yo mismo fui al aeropuerto a recibirlos. Para variar, el vuelo tuvo un retraso de varias horas que a mí me pareció como una eternidad en el purgatorio. Pero llegaron. “El mismo calor de Venezuela”, dijo Jesús Cordero cuando nos dimos el abrazo de bienvenida. Eduardo callado como suele estar cuando no está ante un micrófono con su guitarra. José Guerra “Cachacha”, sin perder de vista los instrumentos y Luis preguntando por alguna farmacia.  Eran entonces cuatro hombres, Eduardo Martínez, vocalista y requintista, José Guerra, baterista, Jesús Cordero, bajo, y Luis Suarez, piano, y arreglista. En 2006 regresaron para el 50 aniversario de Radio Progreso. Y así vino la lluvia de visitas. Las últimas tres visitas ya no vino Luis, pasó a otro nivel de vida, a ese misterio de la vida que se complementa a la nuestra.

La última vez fue para los 70 años de la huelga bananera, veinte años después de su primera visita. Llegaron más cabizbajos que siempre. Y con el peso de los años. Pasan de los 70 años, su piel arrugada y con su caminar, como canta Piero “como perdonando el tiempo”. Eso sí, suben al escenario y se transforman. Tocan y cantan como hace veinte años, y como hace 50 años. Y transforman en algarabía hasta los rostros más apáticos, aburridos y hasta a los que los miran con desdén porque ya se afiliaron a los nuevos ritmos y música del siglo veintiuno, y escuchan el nombre de los Guaraguao y se hacen los que no oyeron y miran disimuladamente hacia otro lado, quizá tarareando la música de alguno de los cantores que dan caché y que vendrá en alguno de los meses siguientes. Convocan a viejas generaciones, y con ese mismo ímpetu que cantan, entusiasman a las nuevas generaciones. Los años no pasan sin dejar huellas, en su piel y en sus canas. Pero su espíritu y su mensaje son los mismos de hace 50 años cuando comenzaron a proponer su canto a comienzos de la década de los años setenta del siglo pasado. Y son los mismos 20 años después de su primera visita a Honduras. Los Guaraguao han pateado y cantado en casi todo el territorio nacional. A El Progreso han cantado casi en todas las ocasiones que han venido. Pero han cantado en Tocoa, Jutiapa y Tela en Atlántida, en Guaymas, Choloma, San Nicolás y El Pital (Santa Bárbara),Santiago (Pimienta), San Pedro Sula, Villanueva (Cortés), Olancho, La Esperanza (Intibucá), Tegucigalpa, El Triunfo (Choluteca).

Con nosotros, y conmigo en particular, nunca han tenido problemas. Ellos han tenido problemas cuando invitados por otra gente, el gobierno narco del siempre mal recordado Juan Orlando Hernández les prohibió el ingreso al país con el argumento de que no contaban con la autorización de gobernación para actuar. Y yo he tenido problemas en 2017 con la entonces rectora de la UNAH porque los Guaraguao actuaron en un concierto en el campus universitario en el marco de una protesta estudiantil y sin haber contado con la autorización de la rectoría. Fue una afrenta. Yo me opuse tenaz e inútilmente a ese concierto porque veía venir el vendaval de conflictos. Los estudiantes me lo pidieron, yo argumenté con la agenda llena. Ellos se contactaron directamente con los Guaraguao, y estos desoyendo mis plegarias, abrieron hueco en la agenda mientras regresábamos de El Triunfo, Choluteca. Yo no los podía dejar solos, y me trepé en el escenario. Y el vendaval se vino con más furia incluso de la esperada. La rectora rompió un contrato de acuerdo de mutua colaboración entre la UNAH y el ERIC, y rompió todo tipo de relación. Pero los Guaraguao se echaron a la bolsa todas las rebeldías de aquellas gestas universitarias. Canciones del siglo veinte estremeciendo e impactando en una generación mileniam. Es el milagro de la música en toda su dimensión social y política.

Hoy siguen en pie Eduardo Martínez, Jesús Cordero y José Guerra, los tres originales. Son hombres curtidos por su historia de canto y cultura. Se han cargado de austeridades y de reconocimientos humanos. Pero se han agachado ante el paso de la fortuna económica. Son tres hombres ricos en canto y rebeldía, y pobres materialmente. En sus giras cargan con sus instrumentos, a los que cuidan como se cuidan los hijos, y alguna indumentaria, pero eso son casi todas sus pertenencias. Pudieran tener una fortuna millonaria, pero no se han preocupado ni por derechos de autor ni de establecer una tarifa para sus conciertos. Cantan y cantan y como no ponen precio a sus conciertos, acaban recibiendo lo que los organizadores de los conciertos les ofrecen, que casi siempre es muchísimo más bajo de lo que merecen. Reciben lo que les dan y aunque sean pocas monedas, siempre las reciben con gratitud. Y por no haber cuidado los derechos de autor, no falta gente que abusa y se han apropiado indebida e ilegalmente de ese derecho que por su originalidad y trabajo les pertenece.

Son hombres con una sencillez a prueba de toda soberbia. Tan sencillos y cercanos son con una mujer campesina que se acerca a pedirles una foto para subirla al Facebook como con una alta autoridad o funcionaria de un gobierno o de una organización social y política como de la empresa privada. Así como la fortuna económica nunca hizo morada en sus vidas, tampoco lo ha logrado ningún ego que busca atravesarse, ni arrogancia o petulancia alguna. Nunca dejaron de ser hombres de pueblo, y de pueblo sencillo. Es sin duda uno de sus mayores aportes a una historia musical que sueñe estar bañada de dineros y privilegios.

Tienen un rasgo, raro entre los artistas. No se drogan ni se emborrachan. Quizás un par de cervezas, una copa de vino. Y nada más. No son pobres porque despilfarraron fortuna, sino porque han amado en exceso el arte y el canto popular, que se descuidaron de guardar algo en su bolsillo y en alguna cuenta bancaria para sus años de sus recuentos de vida. Y así están, hombres sencillos y pobres económicamente. Y repletos de ritmo y canto caribeño y popular. Hubo un tiempo cuando estos hombres dicaron sus vidas a sus estudios y empleos particulares. Eduardo se hizo médico pediatra, y pudo con su profesión hacer fortuna. Pero, como hizo de su canto, dedicó la medicina para atender a los niñas y niños pobres que en su Venezuela no podían pagar un médico privado especialista. Los otros se especializaron en oficios técnicos, y así han hecho frente a sus responsabilidades familiares, pero al igual que con la música, con sus afanes nunca se preocuparon por acumular cosas materiales.

Es cierto que con el paso de los años, de las décadas y del cruce de los siglos, los gustos y fanfarrias han visto abrir puertas a muchos ritmos y cantores, y la farándula musical parecía haber dejado en las telarañas de los olvidos a los cantautores de la música trova y contestataria. Centroamérica y Honduras ven pasar cada vez con más frecuencia a bandas, grupos musicales y cantautores que llenan estadios y financiados por los bancos de más alta solvencia financiera cuyas ventanillas y banca en línea ofrecen los boletos de los conciertos que se realizarán seis u ocho meses después. Y los conciertos rebalsan de seguidores de cantores que a todo pulmón corean “te quiero mi amor, no me olvides”. Y las bandas y solistas se van del país atiborrados de dólares dejando a su paso un reguero de lágrimas despechadas, y los bancos patrocinadores se quedan con una porción notable de la tajada de un pueblo hambriento de los ideales perdidos.

Los Guaraguao, se dice que ya están desfasados. Y razón no falta a quienes lo dicen. Viejos y cabizbajos dejaron muy atrás aquellas glorias que vivieron en el siglo veinte, y ahora van cruzando sus atardeceres. Muy atrás quedó la primavera de sus días. Cantan las mismas canciones de antaño, adobadas con los cantos de la urgente realidad actual, como los niños de Palestina y un café para una paz tan lejana entre ensordecedoras bombas de muerte. Y la gente vieja las coreamos, y más gente joven de la que a veces se cree, se suma a esos coros. Y como dicen ellos, los Guaraguao, su canto, por muy antiguo que sea, impacta porque la realidad del siglo veintiuno sigue impactando, porque sus paisajes siguen siendo los mismos de aquel cada vez más lejano siglo veinte, pero muy a flor de piel por sus lacerantes angustias. Desfasados para una gente que vive del esnobismo, quizá porque se tapa los ojos ante la desbordante y desafiante cotidianidad, o porque se empecinan en perseguir a ciegas cantos de sirenas que anuncian quimeras desprendidas de los ideales de la tierra, pero forrados de dinero fácil y rápido.

Sea lo que fuere, esos hombres arrugados en su piel, nos siguen convocando a cantar y bailar al ritmo y voces de un amor que trasciende los amores pasajeros de muchos de los conciertos que pasan por el país y cuyos cantautores y bandas se forran de pisto. Su amor emerge del clamor de las casa de cartón, y desde esas angustias corea con su pregunta desafiante “Cristo al servicio de quien?”  Porque a fin de cuentas las tormentas, los soles y las guerras siguen trayendo y haciendo sentir los colmillos del carnicero Tío Caimán. Y con ellos confesamos que el Dios que camina con su pueblo nos recuerda que “no basta rezar”. Así son y así seguirán siendo los Guaraguao. Y ellos seguirán siendo por igual muy dueños de su canto rebelde y muy dueños de su pobreza. Y seguirán siendo nuestros Amigos a prueba de tiempos, modas y ritmos. Ellos nos dejan el alma en vilo y prendidos a su canto, y nos invita a que en nuestro patio nacional promovamos los nuevos talentos del canto y música popular y comprometida con las transformaciones humanas, éticas y sociales.

Los Guaraguao regresaron a su Venezuela de origen. Nos dejaron el cálido sabor, olor y voz de su canto legendario, que lo bailamos al son del ritmo y del intenso calor de la temporada más ardiente que nunca jamás hemos vivido en la costa norte hondureña. Ya volvieron a su país, y en sus bolsillos –apenas y con pena–, se llevan lo mínimo necesario para seguir viviendo como seres humanos humildes, austeros pero con su dignidad a cuestas desde 53 años atrás. Ellos son y así son nuestros amigos Los Guaraguao.

Melo, 13 de mayo 2024 (Setenta años después, la Huelga nos convoca)


Ismael Moreno SJ