Viernes 03, enero 2025  

Encunetados y atollados

El vehículo se encunetó tras deslizarse por el lodo que dejaban las lluvias en la carretera de tierra de una alta montaña. Con lluvia y neblina y tras fallidos intentos, el conductor y sus acompañantes se convencían de que no había salida. Les deparaba  quedarse estancados en aquellas desparramadas montañas.

Tampoco tenían señal para solicitar auxilio por sus celulares. Estaban aislados y la angustia parecía ser su compañía. De pronto, y sin saber de dónde, unos 25 hombres con palas, piochas y machetes, y en medio de la lluvia, comenzaron su trabajo, y en menos de diez minutos habían sacado el vehículo de la cuneta y así dejó el atolladero.

Su labor no terminó ahí. Puesto que la neblina y el barro impedían que el vehículo avanzara por rumbo seguro, dos hombres con sus linternas iban por delante, mientras otros caminaban a ambos lados de la carretera para asegurar que el vehículo no se deslizara  ni hacia el paredón ni hacia el precipicio. Y así hasta que se convencieron de que el vehículo y quienes en el mismo se conducían estaban bajo resguardo.

Así va la vida. El parecido con el país salta de inmediato, como país atollado, encunetado por largas décadas, mientras sus conductores no han tenido capacidad para desatollarlo, sino lo han hundido más. Cuanto más quieren sacarlo adelante, más se atolla, más se encuneta. Esperan que vengan a sacarlo de afuera, de arriba, sin confiar en el entorno.

Sin embargo, el desatolladero está en el entorno, en la comunidad. Pero la desconfianza ha ganado la partida. Los conductores del país no confían en la comunidad, y la comunidad no confía en los conductores del país. ¿Qué hacer para disminuir desconfianzas? Los conductores del Estado han de convencerse de que están encunetados, atollados, es la primera condición. Y la comunidad ha de convencerse que son una fuerza con su propia identidad, es la otra condición.

Los que conducen el Estado han de convencerse de que la alianza con la comunidad ha de ser garantía para salir del atolladero, siempre que dejen de tratarla solo para proselitismos. Y la comunidad se ha de convencer que ella tiene fuerza propia cuando se organiza, se pone en movimiento y hace sentir su presencia y capacidad de lucha.  

Si quienes conducen el Estado reconocen y aceptan la fuerza propia de las comunidades organizadas y en movimiento, y las comunidades descubren su capacidad transformadora, el país entero poco a poco saldrá del atolladero y dejará de seguir encunetado. 

Salir de los atolladeros, una clara y hermosa señal para tiempos inciertos y cargados de amenazas, como la que nos espera en este año que comenzamos.