Nuestra palabra
Martes, 11 Septiembre 2018

Una “democracia” sangrienta

El valor más importante en una democracia es la vida humana, el cual constituye un derecho que es la base esencial para el ejercicio de los demás derechos. Por ello, nuestra Constitución de la República establece que es inviolable.

No obstante, este derecho no solamente se refiere a no ser privado de la vida arbitrariamente por particulares o por las propias fuerzas de seguridad del Estado, sino también el derecho a que no se impida el acceso a las condiciones que garanticen una existencia digna.

Una existencia con dignidad implica encontrarnos al amparo de la ley, sin temor a la discriminación ni a las represalias, gozar de libertad de opinión, de culto y de asociación, y sentirnos libres del temor, de manera que la violencia no destruya nuestra existencia y nuestros medios de vida.

Sin embargo, cualquier persona puede constatar que Honduras sigue caracterizándose por los homicidios, las torturas, el hostigamiento y la criminalización a defensores de derechos humanos, periodistas, líderes y lideresas ambientalistas, comunitarios, indígenas y garífunas, así como por el asesinato de niños, niñas y jóvenes que deberían tener una protección especial del Estado.

Solo en lo que va del año han sido asesinadas más de 400 personas menores de 22 años y más del 90% de estos crímenes se encuentran en total impunidad. De acuerdo con la organización Casa Alianza, alrededor de 60 personas menores de edad y jóvenes son asesinadas en el país, y en algunos de los casos, hay fuertes indicios de participación de las fuerzas de seguridad del Estado.

Contrariamente a lo que debería suceder en un auténtico Estado democrático de derecho, el desprecio a la vida define una situación de criminalidad sin control en el país y de una ciudadanía indefensa por la incapacidad o negligencia de las autoridades que permiten que se actúe con total impunidad.

Pero dicho desprecio también define claramente que la supuesta democracia de la que habla el gobierno ilegítimo de Juan Orlando Hernández está construida sobre sangre derramada por las balas asesinas e impunes de los poderes ilegales y por las del poder militar y policial.

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