Cada mañana el Horror se levanta temprano y se activa para que la energía le dure mucho, amo y señor como se siente de tanto y tantas.

Ha pasado horas, más bien meses con los compañeros y compañeras de su infamia para decidir a quién le toca el despojo del día, sin entrar en minucias porque él sólo está interesado en las importantes decisiones de su proyecto millonario, bilingüe y color de cielo.

El Horror se ducha lleno de arrogancia y se siente ligero y feliz. Sale al día, muy cómodo y desde sus alturas observa a los carritos peleando por una ruta, y no tiene idea de como es que anda cierta gente que busca con que darle esperanza a la mañana hermosa.

Sonríe de lado con un brillo en los ojos que no se alcanza a notar porque los lentes son oscuros, caros y oscuros.

El Horror apunta a la cabeza, pero no lo hace en persona. Sus pequeñas bestias van por los muchachos a los mismos barrios donde ellos crecieron y les pegan un económico tiro. Para qué gastar tanto, que ya han usado  mucho gas.

El Horror desgobierna el otrora turquesa espacio que nos junta a quienes vamos quedando.

Hace sus apuntes y calcula quien puede caer en sus redes de  convenios, negociaciones, comisiones para que el aire no le falte y más bien le sobre porque para eso es el patrón del mundo y sus seres.

Compra gente, tierras, talentos, armas, más horrores. Se siente seguro porque una gran valla de seguridad se mueve con él.  Sonríe enternecido mirando niños entrenados en el oficio del crimen uniformado, pues ahí están sus guardianes y su patria; mientras las niñas crían bebés que ni han imaginado en sus peores pesadillas.

Pero no sabe el Horror que este tiempo, aunque parezca suyo, ya se le escapó de las manos porque al gentillal de gente no lo puede parar, así en chancletas y despeinada la gente.

De hecho, nadie puede hacerlo, porque avanzan con gritos y piedras donde otros tiran balas a mansalva.  Se sientan campesinos y amas de casa,  respaldadas con mantas y ancestras ante sus instituciones inútiles y oprobiosas, para restregarles su sabiduría que afirma: ahí para nosotras no hay nada.

Y las indígenas recuerdan tiempos de aires libertarios que arrulla un río revuelto que vienen del futuro donde ellas ya fueron felices con sus cipotíos y el maíz tierno.

No sabrá el Horror cómo ni para dónde va este gentío,  y ahí está su más profundo miedo, porque no tendrá a quien sentar a pactar porque no hay uno que diga YO represento,  son  cientos, muchos  que no saben dialogar, porque nunca les escucharon y no comen chucho, y si comen no es mucho.

Esos y esas que no entenderán su corte de estrellas y salones limpios porque son quienes limpian los salones, mientras sus sobrinas aparecen muertas  en los cañales.

No van a hablar con mesura, y con palabras alusivas al acto, sino con expresiones que insultan los oídos de los más letrados, impertinentes, nunca inútiles, pues así son los días de carretas de frutas marchitas bajo soles sin piedad, tierra ajena y pilas sin agua.

  Y ese gentío hará que se caiga todo, tanto que tenemos que saber bien en qué lugar pararnos y más vale que nos agarremos fuerte, porque no se sabe cuando, pero se siente.

Y para entonces no importará más cual proyecto o ruta, unidades populares en masculino, análisis de coyuntura o el estratégico horizonte; porque es la vida, y siempre fue ante todo la vida la que puede aún decidir si vale la pena  ser humano o ya no,  en la matria herida.

Y será bueno el tiempo, aunque duro como ya lo sentimos, porque las revueltas siempre lo son, con ese desorden que aterra y alegra. Pero eso no imagina el Horror, porque arrogante se pone su camisa blanca, silba el himno nacional que para eso es septiembre, y se alisa un pájaro colorido justo ahí, en el sitio donde reside su más profunda ausencia.

Y por si acaso, se lleva entre los objetos del día un pasamontañas.