
Ramón Romero
Una propuesta desde la ética
Engañar o mentir es inmoral. Los códigos de moralidad, explícitos o implícitos, condenan el engaño, asumiendo que quien miente traiciona la credibilidad y la confianza en él depositadas, siendo con ello desleal a los demás. En algunas sociedades -las menos- el mentir deshonra y conduce a la marginación. En tales sociedades la condena social y moral de la mentira se aplica tanto a las personas como a los grupos, organizaciones e instituciones que mienten o difunden mentiras. En esas sociedades la vida tiene mayor calidad.
Mentir es ilegal. Las leyes prohíben el engaño y sancionan su práctica de muy diversas maneras. El derecho público proscribe los actos que traen consigo engaño o dolo. Los códigos penales establecen como delitos distintas acciones que tienen en la mentira su elemento constitutivo. La fe notarial, que se traiciona y destruye con la mentira, se defiende con normas contra el engaño y el fraude. En el derecho privado, los códigos civiles ordenan la nulidad de actos o contratos asentados sobre falsedades o mentiras.
Con criterio epistemológico, Aristóteles explicó que mentir es decir que algo es, y no es, o decir que algo no es, y es. En perspectiva ética, mentir o engañar es falsear o distorsionar la realidad de manera deliberada y consciente, con propósito de obtener ventajas particulares, aunque con ello se cause perjuicio a otros. Mentir por el solo deseo de hacerlo, es poco frecuente. Lo usual es que se mienta y engañe para obtener algún beneficio.
Se miente en la vida privada y en la vida pública. Las mentiras en la vida privada se dirigen a engañar a una o varias personas. Sus efectos perjudiciales pueden ser de más limitado alcance, aunque siempre condenables por la moral y el derecho.
En lo público, mentir es engañar en forma interesada, a la nación o a un segmento importante de la ciudadanía, sobre asuntos de interés general. Sus efectos perjudican a muy amplios sectores ciudadanos, a la sociedad, al país e incluso a la comunidad internacional.
Los mentirosos irrespetan e instrumentalizan a quienes engañan. Siembran en ellos temores, falsas esperanzas y pensamientos justificatorios sobre acciones que no se corresponden con la realidad, para conducirlos a actitudes y prácticas equivocadas pero congruentes con fines particulares, obscuros y distintos al interés de la sociedad. Los discursos ideológicos o deformantes del presente y el futuro, con los cuales se pretende atraer adeptos políticos, suelen estar saturados de engaños sobre el pasado y el presente, con falsas promesas hacia el futuro.
El mentiroso no reconoce límites morales; carece de respeto hacia los demás y no le importa dañarlos. Para él, la mentira es un medio a su disposición. El fin que con ella se pretende lograr justifica su uso. Gran parte de la propaganda política y comercial así lo evidencia.
A través de la historia, y no solo aquí y ahora, mentir ha sido usual. La persistencia del engaño lleva a muchos a creer que la mentira es “natural” o “inevitable”. Es tenida como natural cuando en una sociedad este acto no recibe sanción. En un estado más avanzado del engaño, muchos terminan aceptando que es inevitable cuando su presencia en la vida pública ha sido permanente. En tales condiciones se produce una no declarada aceptación o complicidad implícita con los mentirosos. Tal complicidad implícita es un indicador del nivel de degradación moral que impera en la sociedad y el Estado. Así, una sociedad y su Estado que no sancionan a quienes practican la mentira pública o privada, se encuentran más degradados en lo moral, jurídico y social, que las sociedades que se resisten a ser engañadas. La degradación es aún mayor cuando desde la misma sociedad y el Estado se tiende a la protección de los engañadores.
La mentira en la vida pública florece cuando es abonada con la impunidad. Puede afirmarse -con escasas probabilidades de equivocación- que mentir es el ilícito que más impune permanece, sin que importe el daño causado. La sanción moral o el castigo legal a los que mienten es, con mucho, la excepción y no la norma.
La mentira pública es la puerta de entrada a otros grandes males sociales. Es una de las causas -no la única- que da lugar a la corrupción, el autoritarismo, la manipulación y saqueo del Estado por grupos particulares, incluyendo entre estos al crimen organizado y los narco negociantes. Además, a la base de la pobreza de las mayorías, y la debilidad de las instituciones públicas, hay grandes engaños, mentiras y fraudes.
Por esta vía, la mentira en los espacios públicos es una causa importante de la destrucción de los mínimos de convivencia social, provocando la desconfianza generalizada, el pleno descreimiento, la pérdida de la esperanza y con ello la ley de la selva y el ahogamiento de la democracia por estrangulación autoritaria. Esta vía arrasa con las perspectivas de justicia y libertad en la nación, manteniéndola sumida en la miseria, opresión y sometimiento. Otras consecuencias de los grandes engaños son: la ruptura de los balances y equilibrios necesarios entre distintos sectores, la polarización profunda de la sociedad, las injusticias de diferentes tipos y magnitudes, el debilitamiento del contenido del derecho y su reducción a formalidades, también vulnerabilizadas. Mentir conduce al fracaso de perspectivas democráticas y de desarrollo, con la grave pérdida de confianza en personas, organizaciones e instituciones. Con mentiras constantes y repetidas hasta la saciedad -que fue la táctica de Goebbels, ministro de propaganda de los nazis- se ocultan gravísimos actos anti sociales. De esta manera, en Nuestra América se han encubierto y justificado innumerables transgresiones a derechos humanos.
La mentira es un instrumento al que acuden muchos grupos de interés, en procura de beneficios indebidos. Se miente en la vida pública porque el engañar a otros produce beneficios ilícitos, sin recibir sanciones. En estas condiciones, la moral y la ley ni operan ni importan.
Mediante el engaño a la ciudadanía se anatematiza lo que no conviene a los intereses hegemónicos. Quienes engañan a la nación pretenden predisponer a los ciudadanos respecto a diversos asuntos, bajo cuya aceptable apariencia se mueven insospechados intereses mezquinos y opuestos al bien público. El engaño está en sintonía con los intereses políticos, económicos y financieros de grupos de poder internos y transnacionales, que en el trasfondo mueven los hilos de la trama “y todo se consuma bajo esa sensación de ternura que produce el dinero.” como bien dice el poeta hondureño Roberto Sosa.
Destacan como engañadores en la vida pública muchos políticos y sus partidos, comunicadores y sus medios, opinadores, líderes sociales y religiosos, empresarios, gremios, ONG, profesionales y muy diversos demagogos, quienes mintiendo pretenden influenciar a amplios sectores de la nación. En Honduras, la mayor experiencia de engaño y sus efectos destructivos está en nuestro pasado muy reciente, cuando se instaló en el gobierno, por más de un período, un equipo de corruptos y narco negociantes, que mintieron a la nación para abusar de las instituciones del Estado y asaltar los fondos públicos. De cara a esta realidad es del interés nacional y ciudadano que ninguno de los actos del referido equipo corrupto y sus cómplices quede impune. También es tarea ciudadana el mantenerse atentos a las acciones públicas presentes y futuras, pues el engaño y la mentira, con todas sus consecuencias destructivas, fueron ya inoculados dentro de la sociedad y el Estado, y suelen ser como una cabeza de hidra, que hoy se corta y mañana surgen muchas otras en su lugar.
Enfrentar el acoso de la mentira es necesario, pero es cada vez más complejo. El engaño sobre lo público aumenta de magnitud en el mundo entero, con la expansión de medios tecnológicos y redes sociales.
En estos tiempos de obscurantismo también se predica una mediocre moda pseudo intelectual: la post verdad. Se trata de una patraña sustentada en el irracional y destructivo relativismo moral. Desde la post verdad se afirma que hay tantas verdades como criterios y opiniones. De esta manera, cada sector, clase social, grupo o persona es dueño de “su verdad”, que es tan válida como cualquiera otra, asumiéndose, en consecuencia, que la verdad ha dejado de existir, asfixiada por las opiniones. Como derivación de estas ideas, hace poco en la cadena de noticias Fox se afirmó que si resulta útil mentir, hay que hacerlo.
Frente a las presunciones irracionales y destructivas de la post verdad y sus derivaciones, cabe preguntar a sus apóstoles lo siguiente: ¿Como se fundamenta la afirmación de que no existe la verdad, sino solo las opiniones? ¿Es esto sensato? ¿Es bueno? ¿Pueden ser eficaces la justicia y el derecho sin la verdad y con solo opiniones? ¿Pueden existir las ciencias, por ejemplo la medicina, la economía o las ciencias jurídicas, fundadas solo en opiniones y no en verdades? ¿Pueden las sociedades funcionar de esta manera?. Por último, la pregunta decisiva sobre la post verdad: ¿Se trata solo de una opinión el afirmar que la verdad no existe?
El avanzar en la construcción de una sociedad democrática y con niveles aceptables de desarrollo humano requiere, con carácter de necesidad, que cese la impunidad de que hoy gozan los engañadores y farsantes, procurando su sanción tanto en las dimensiones morales como legales.. Esto es responsabilidad ciudadana.
Además de poner fin a la impunidad de engañadores y farsantes, la sociedad necesita prevenir engaños futuros. Ello lleva a abandonar la moral del rebaño a la que se refiere el filósofo Nietzsche, y actuar de manera autónoma, pensante y por ello crítica contra los engañadores. De esta manera, en una sociedad crítica los engañadores huyen, como el vampiro de Bram Stoker, cuando raya el alba.
Cerrar los espacios públicos a la mentira; lograr que esta no quede impune; que se sancione a los engañadores y farsantes, es uno de los mayores desafíos ciudadanos para avanzar en la construcción de una mejor sociedad, pues ni la democracia ni la justicia social se erigen sobre engaños y mentiras. Es ejercer el real poder de la ciudadanía, que hasta ahora ha permanecido anestesiado y reemplazado por sucedáneos como el pseudo poder de las élites intolerantes y su corte de engañadores.
Revertir el imperio de la mentira empieza por la opción subjetiva y ciudadana de hablar con la verdad, denunciando el engaño y el fraude. Por esta vía puede empezar a construirse un amplio consenso social contra el engaño.
Un consenso con estas características puede ser capaz de forzar a las instituciones públicas, como a las organizaciones y agrupaciones privadas de todo tipo, a que su discurso sea respetuoso de la verdad y confiable, so pena de perder credibilidad. Es la ciudadanía imponiendo, de manera soberana, las normas políticas y sociales, como corresponde en una democracia genuina.
El consenso contra el engaño es el consenso en favor de la actuación apegada a la verdad. A través de él la ciudadanía se hace respetar, y con ello logra que la sociedad funcione sobre bases de transparencia y confianza.
Superando el engaño se reduce la polarización y la intolerancia, abriéndose la posibilidad de diálogo genuino entre todos los sujetos sociales, para debatir sobre los asunto del interés público. Este es el espacio para el florecimiento del pluralismo, la discusión racional y la tolerancia.
El punto de partida es la conciencia plena y compartida sobre la necesidad de acabar con el engaño. Es asumir que no mentir es necesario. Que continuar mintiendo o tolerando la mentira es seguir aportando a la ya muy avanzada degradación de la sociedad. Que hablar con la verdad dignifica, y que la verdad conduce a la libertad.
[1] Ramón Antonio Romero Cantarero es hondureño, doctor en filosofía, abogado y notario, profesor universitario e investigador asociado del Centro de Documentación de Honduras (CEDOH).