Mercy Ayala,

Socióloga Feminista.


Una noche de febrero nací y me he ido construyendo como una mujer apasionada por lo que hace, sueña, piensa y siente. Mujer fruto de las múltiples experiencias en la vida, tanto las acertadas como las lecciones aprendidas. Antes de nacer me sentí amada por mi madre, padre, padrinos y familiares cercanos y quizá lejanos. En minutos decisivos luché, luché y tuve la posibilidad de que la atención médica estuviera justo a tiempo. Sin embargo, muchos niños y niñas en Honduras no tienen la oportunidad que su madre sea atendida adecuadamente o al menos atendida para no morir en el intento, pues el acceso a la salud es limitado. Tanto, que el presupuesto de la Secretaría de Salud para 2019 aumentó levemente un 1.8%, que implica L. 271.8 millones, mientras la partida de Defensa aumentó un 7.1% que significa L.571,6 millones. El contraste ya acentúa las prioridades gubernamentales.

En el recorrer de la vida he conocido y reconocido el amor, la comprensión, la ternura, la protección, los cuidados y la bondad de las personas que me rodearon y algunas con las que sigo coincidiendo. Ese cariño que solo en las familias numerosas y comunidades hermosas se puede sentir y respirar, así como el aire puro, la confianza, cercanía y hermandad, hoy amenazada por la contaminación y el “desarrollo” impuesto desde el poder que atropella, ahoga y desplaza.

Así fui creciendo con sueños, pesadillas, costumbres, estereotipos, motivaciones, miedos, fantasmas y aventuras. Conociendo personas con enorme capacidad de amar, hermosas por sus luchas, valentías, humildad y compromiso por los cambios personales, espirituales, sociales y políticos, de las cuales he aprendido mucho desde la lectura, siempre motivada o a veces casi obligada por mis padres; o desde la escucha, observación y luego compartir cara a cara con hombres y mujeres que hacen aportes importantes. Tales como Margarita Murillo, Berta Cáceres y Gladis Lanza, quienes nos han dejado su legado y que será nuestro compromiso como mujeres y pueblo mantenerlas en la historia. Aunque haya quienes prefieran borrarlas, pues sus vidas siguen siendo un arsenal de ideas y luchas revoloteando en las generaciones presentes y futuras.

Morir es imprescindible en la vida. Podemos morir muchas veces, sin ser gatos o gatas (como se dice popularmente que los gatos tienen 7 vidas…). Resuena en mi memoria el inmortal Che Guevara con la necesidad del “hombre nuevo” y aunque no consideró la mujer en su expresión, la mujer nueva es fundamental en la transformación humana y social. Sin duda, para que nazca el hombre y la mujer nueva, es necesario morir.

Morir a muchas realidades y miserias humanas, como la ignorancia, opresión, mezquindad, superioridad, egoísmo y sed de poder con la finalidad de dominar y acumular despojando al resto de las personas de su dignidad y la vida misma, la cual, solo es posible sostenerla con lo que nos rodea, la tierra, el territorio y la necesidad de hacer prevalecer los derechos económicos, políticos, sociales, culturales y ambientales.

José Cecilio del Valle destacaba que “La primera necesidad de una nación es la educación”, algo que tanta falta nos hace en Honduras, pues la promoción del intelecto es limitada y/o negada con la falta de oportunidades y garantía de derechos fundamentales a la niñez y juventud debido a la falta de interés y voluntad política de los gobiernos. El actual régimen ilegal e ilegítimo producto del fraude electoral sigue priorizando la partida de Defensa y Seguridad (de los suyos), demandando recientemente aumento del presupuesto al Congreso Nacional, como si la militarización de la seguridad pública haya contribuido a bajar la criminalidad que se complejiza con la vinculación del narcotráfico. Honduras puede ser considerada hoy un “Narcoestado” y, para muestra un botón gigante, la afirmación de la Fiscalía Federal de los Estados Unidos Distrito Sur de Nueva York que señala: “El exdiputado hondureño y hermano del actual presidente de Honduras acusado de conspiración para importar cocaína a Estados Unidos y delitos de armas conexos”[1], siendo catalogado como uno de los mayores traficantes de la región centroamericana.

“Tony Hernández señalado como narcotraficante a gran escala por Departamento de Justicia”.

Criterio.hn, noviembre 2018.

Celebrar la vida es un derecho y una oportunidad de saber, sentirnos vivas y vivos; porque en el corre corre del día a día, podemos olvidarnos hasta de nosotras como personas, como mujeres, como humanas, como hermana, como hija, como pareja, como amiga, como confidente, olvidarnos de nuestra esencia. Es merecido cada día, mes, año, es decir a cada instante por más agobiado que parezca: Agradecer a la vida, al universo, a la madre tierra, al Dios de la vida, a las Diosas y brujas (aquellas que mataron por poseer conocimiento, la ciencia negada a las mujeres sabias). A las ancestras por su ejemplo de vida, destacando a mis abuelas, madre y mujeres que su vida ha sido una lucha constante de amor, compromiso y aporte invisible a la historia que poco les cuenta.

Así mismo, es importante reconocer la lucha de hombres que, en episodios de su vida, luchan contra el sistema patriarcal conscientes o inconscientes que también les oprime y limita la posibilidad de sentirse a sí mismos, con miedos, fragilidades, fortalezas, cargas, penas y desafíos; como son y con todo lo que son, sin apariencias. Dándose la oportunidad de sentirse y construirse como personas y respetando la humanidad de las personas, tanto mujeres como hombres y personas LGTBI. Pues como dice Jorge Bukay, se nace humana o humano, pero para ser persona hay que construirse, transformarse.

En muchas ocasiones, nos invade la tristeza y el coraje. Hombres y mujeres están siendo criminalizadas, estigmatizadas y violentadas por defender los derechos de la humanidad, por defender la madre tierra, los bienes naturales, el agua. En fin, la vida misma de las ancestras, presentes y futuras generaciones. Pues quien defiende los bienes comunes (para la comunidad/ todas y todos) son las personas que han visto más allá de lo visible, más allá de los egoísmos, más allá de la avaricia e inmediata satisfacción vacía, más allá de “la sensación de ternura que produce el dinero”, como bien lo expresa Karla Lara en la canción “Casa de la Justicia”.

 Justicia atrapada en la legalidad de un Estado de derecho que no corresponde al derecho del pueblo, sino de una élite enquistada en el poder, para la cual, el Estado es su maquinaria de distribución desigual de la riqueza y mediante el cual, tienen el uso de la violencia garantizada y legitimada, ya sea simbólica, física, psicológica, y legal, última que han utilizado ferozmente como lobos hambrientos contra un pueblo cuyas ovejas han ido al matadero cada 4 años, matando su participación ciudadana, pues ésta involucra hacia el colectivo y no se limita al mero acto de ejercer el sufragio.

Es oportuno remitirnos al revolucionario de antaño, Jesucristo, quien hablaba de la “ceguera”, la cual sigue afianzada cuando a pesar de tener ojos no vemos las injusticias, la violencia estructural que implica la desigualdad social, el despojo de nuestra soberanía, el zarpazo a la memoria histórica de un pueblo mancillado por la bota imperialista, militar, y politiquera apátrida. Monseñor Oscar Arnulfo Romero nos recuerda que “Las estructuras de injusticia social, son las que han dado muerte lenta a nuestros pobres”.

Recordando a Rosa Luxemburgo, luchemos “Por un mundo, donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

 


Mercy Ayala,

Socióloga Feminista.