Las deportaciones en Honduras no sólo llegan por la vía aérea, también hay deportaciones vía terrestre de hondureños y hondureñas que fueron detenidos en tránsito por Guatemala y México.

Sólo por la frontera de Corinto, ubicada en el departamento de Cortés, a diario llegan buses llenos con catrachos que se lanzaron a las turbulentas aguas de la migración forzada pero fueron capturados por la migra. La mayoría de las capturas se dan en suelo azteca.

La migración no se trata del simple hecho de irse del país en busca de mejores opciones de vida, arrastra muchas historias de las cuáles llegan hasta colindar con la frontera de la muerte.

Duras historias humanas

«Mi tío me estaba ayudando, íbamos con guía, pero nos agarraron con todo y guía, hay que sufrir, aguantar hambre, humillaciones de algunas mexicanas. México es más difícil de pasar. Voy para mi casa y ya no vuelvo a regresar, fue una mala experiencia», contó una madre soltera que viajaba junto a su hijo de cuatro años en busca del sueño americano. En casa habían quedado otros cuatro niños.

La madre que pidió omitir su nombre formó parte del viaje de regreso junto a otras personas que llegaron en un bus de la migración mexicana hasta la frontera de Corinto en Omoa, Cortés. «A mí me detuvieron en un taxi en Veracruz ya casi para pasar la primera garita (posta policial), nos dejaron durmiendo allí toda la noche aguantando frío, luego nos llevaron a otro lado y nos tuvieron dos días y luego estuvimos tres días hasta que mandaron el bus que nos traería de regreso a Honduras».

Cada vez se está volviendo muy frecuente y muy normal ver a madres cargando a sus hijos e hijas en la ruta migratoria. Van con muchas ilusiones de llegar a Estados Unidos y poder trabajar, pero antes deben sortear la muerte que en México se disfraza de autoridades migratorias, policías, asaltantes y bandas del crimen organizado.

Otra hondureña que bajo la promesa de no revelar el nombre nos contó su historia. «En Guatemala piden 50 pesos mexicanos, paran la Combi (bus pequeño) y le piden a uno su identificación, uno da la identificación y luego le piden el dinero para que se la devuelvan, luego a tres cuadras ocurre lo mismo, uno se queda sin dinero, paga mucho».

Y al quedarse sin dinero, los migrantes deben caminar grandes distancias para poder lograr su objetivo. «Nosotros caminamos hasta más de 200 kilómetros, uno anda con ampollas, con moretes. En Tecún Umán, nos pasamos en una canoa por el Río Suchiate y luego caminamos».

«Yo llevaba sólo cinco mil lempiras que era para los útiles escolares de mis hijos porque pensé que realmente iba a estar bueno ya que algunos de los que iban conmigo conocían», dijo otra de las mujeres que fueron deportadas vía terrestre.

Don Elvin Mondragón es originario de Bonito Oriental en Colón pero debido a que en su casa no había comida para su familia tomó la difícil situación de irse de «mojado». «Me fui de mojado porque mi condición económica está baja, me voy porque necesito mejorar mi vida, ir a Estados Unidos y trabajar. Dejo a mi madre, mis hermanos, no tengo hijos» narró Don Elvin.

Pero ya estando en la frontera norte, a unos pasos de Estados Unidos les cayó la maldición. «Iba por Reynosa cuando me agarraron para deportarme. Estuve detenido por 24 horas hasta que me trajeron, en el bus veníamos como 150 personas. Cuando me detuvo la policía no me trató mal» dijo Elvin Mondragón.

El terror con rostro de Zetas

La migración forzada de muchos centroamericanos ha servido de alimento para bandas criminales como Los Zetas que a costillas de los indocumentados han acumulados grandes cantidades de dinero productos de las extorsiones y los secuestros.

«Íbamos agarrados del tren, muy tranquilos y luego llegaron Los Zetas bien armados y nos dijeron que nos bajáramos del tren, que nos iban a cobrar una cuota de 100 dólares y el que no pagara iba a pagar con su vida, yo vi cuando dos personas se subieron al tren, secuestraron a dos y una chava la mataron en Palenque» narró un migrante que llegó en el bus de las 2:00 pm a la frontera de Corinto.

Según el migrante originario de Tegucigalpa, el camino está difícil. «Esta es la cuarta vez que me voy y yo nunca había vivido algo igual, en las otras veces había llegado a Estados Unidos. La verdad me impulsan mi hija y mi esposa porque aquí está muy difícil la cosa, ellas viven en Tegucigalpa».

El migrante reconoció que la policía de migración los trató muy bien. «Yo no quiero volver ya a Estados Unidos, está muy duro, nunca más quiero volver a pasar por esto, hay varios que van para arriba otra vez porque seguro no han pasado por esto y quieren ir a enfrentarlo, si me escuchan les aconsejo que no salgan de su casa, igual aquí hay trabajo, pagan poco pero se puede vivir»

Otro migrante narró con lujo de detalles lo que acontece en el camino. «Primero lo que hacen los Zetas es ir a preguntarles con quién andas, cuántos andas o sino solo miran al grupito que está allí y ya saben que son migrantes, se hacen pasar como migrantes, y luego nos dicen que hay que pagar para subirse al tren, en cada Estado cobran o sino los matan»

«Nos entregamos para salvar nuestra vida»

Otra joven madre migrante dijo que tomó la decisión de irse para apoyar a sus hijos. «Tengo dos y viven en Tegucigalpa, sobre todo me voy por mi hijo porque padece de la presión y tiene que tomar medicamentos».

La mujer también vivió experiencias amargas con el terror que siembran Los Zetas en la ruta migratoria. «Yo es primera vez que viajo y lo que vi es lo más horrible, no recomiendo que la gente se vaya. Si no pagamos una cuota de 100 dólares nos amenazaban con llevarnos a un prostíbulo a vender, o nos mataban con un «cuerno de chivo» (arma K-47)»

Tras ser perseguidas tomaron la decisión de ir a tocar la puerta de migración. «Nos fuimos a entregar a migración y no nos quería abrir, un bus se puso enfrente de migración y una chava gritaba que la ayudaran que unos hombres la estaban violando, nosotros gritábamos que nos abrieran los portones hasta que nos abrieron y nos dijeron que íbamos a estar 20 días presos pero nosotros les contestamos que no importaba que primero la vida» narró la joven que aseguró que no volvería a irse del país.

Sin atención

En la frontera de Corinto no hay nadie que reciba a esta población más que algunos voluntarios de la Cruz Roja que logran registrar su ingreso al país, les entregan una bolsa con agua, una galleta, les prestan el baño y les facilitan una llamada telefónica. Luego el Instituto Hondureño de la Niñez y la Familia, Ihnfa, traslada a los menores de edad hasta San Pedro Sula.

«En algunos casos se les brinda apoyo psicosocial porque vienen traumados de lo que les ha pasado en el camino, también se les brinda la ayuda en casos vulnerables como mujeres embarazadas, a quienes se les traslada hacia el Consejo de Puerto Cortés y se les consigue alojamiento» dijo una voluntaria de Cruz Roja quién pidió no revelar su nombre debido a que tienen prohibido hablar con los medios de comunicación.

La voluntaria aseguró que no reciben ningún salario. «Venimos de lunes a domingo pero cada quién coordina su tiempo. Necesitamos seis voluntarios para poder cubrir con todo el trabajo» expresó.

A la semana se atienen a más de 500 personas en las oficinas de la Cruz Roja y el Ihnfa. «Ahora ya no nos quieren dejar ir a la casa de uno porque supuestamente tenemos que ir al Ihnfa hasta San Pedro Sula, no tenemos nada que ir hacer allá porque estamos en el país de nosotros, nos hubieran cuidado cuando decidimos salir mojados de Honduras » se quejó una madre migrante.

Pie de foto: Al cierre del año 2013, la Dirección de Migración y Extranjería, registró 36,420 hondureños y hondureñas deportadas por la vía terrestre.

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