Desde el dolor y la impotencia

Por decisión personal, nunca publico o divulgo asuntos personales o familiares, y menos hacer uso de los medios institucionales donde trabajo para tratar temas personales. En esta ocasión lo hago no solo por el profundo y desgarrador dolor e impotencia que vivo ante el estado deplorable de salud de mi hermana menor –primordialmente provocado por la inhumana atención en el sistema de salud que opera en el hospital del Seguro Social de San Pedro Sula–, sino porque también siento la obligación ética de denunciar el atropello y maltrato, la notable carencia de equipos médicos, la inexistencia de medicamentos y en general las deplorables condiciones hospitalarias que en su conjunto hacen la vida de los pacientes y de sus familiares un auténtico tormento. Y lo hago desde lo que vi y oí en las semanas que visité con una impotencia creciente a mi hermana menor cuando estuvo interna en este centro hospitalario del Seguro Social de San Pedro Sula.

Raras veces en mi vida he experimentado la indefensión más absoluta como la que he sentido en los ambientes y pasillos, en las salas y en los banquillos de las instalaciones de este centro hospitalario, comparado solamente con aquellos momentos de amenazas que viví en los aciagos tiempos del golpe de Estado de 2009 cuando no sabía quiénes, de dónde y en qué momento podrían hacerse realidad las acciones en mi contra o en contra de alguno de los miembros de mi equipo de Radio Progreso. Las dos experiencias tienen que ver con esa indefensión que lo pone a uno cara a cara ante los límites entre la vida y la muerte. Así es la experiencia que viví en las semanas que estuve visitando a mi hermana enferma entre finales de mayo y junio del año 2018.

Uno puede estar seguro que al Seguro Social lleva uno a un familiar enfermo, pero nada ni nadie puede asegurar si ese familiar regresará con vida. Pero de lo que estoy seguro del Seguro es que mi hermana ingresó caminando y la tuvimos que sacar postrada en camilla directo para una clínica privada para lograr que en ese momento escapara de una muerte ingrata. Y la sacamos porque las autoridades del Seguro Social no la quisieron seguir atendiendo. La expulsaron como a una cucaracha.

Un caso entre decenas de miles

Este pequeño escrito es un testimonio de lo que he visto y me han contado sobre la vida y tratamiento de los pacientes en el hospital del Seguro Social de San Pedro Sula a partir de la enfermedad de mi hermana menor, y por igual es una desesperada denuncia sobre el sistema de salud, la indefensión en la que se encuentra la sociedad hondureña ante el mismo, y la necesidad de exigir cambios profundos en las políticas públicas con el fin de alcanzar un sistema de salud que responda no a intereses de reducidos grupos políticos y empresariales sino a la necesidad de salud de un pueblo que como el hondureño está condenado a vivir enfermo y maltratado. Lo que ocurre a la población enferma hondureña no es por voluntad divina, sino por la voluntad corrupta y codiciosa de quienes controlan las decisiones desde el Estado hondureño.

¿Una Vida Mejor”?

La situación de salud de mi hermana menor es un caso entre decenas de miles, ella se encuentra en un estado de postración total, y aunque uno puede advertir por lo que ve, se informa y le cuentan, que teóricamente podría avanzar hacia un estado de estabilidad y todavía llevar a su edad de 48 años una vida con un nivel básico de dignidad, la impotencia y la frustración le quieren ganar a uno la partida cuando nos topamos de frente con el sistema de salud en nuestra Honduras.

No podré olvidar que mientras crecía mi impotencia ante el deterioro creciente de la salud de mi hermana, y mientras rogábamos infructuosamente al personal médico una atención que calmara los gritos de dolor de ella, era frecuente escuchar la voz de Juan Orlando Hernández que decía que el país estaba avanzando a niveles superiores de dignidad y que sus habitantes estaban comenzando a recibir las bondades de una “Vida Mejor”. Sus palabras en la situación que vivía y experimentaba en el hospital del Seguro Social me impactaba como un insulto y como un golpe al hígado.

Que se muera afuera para no manchar expedientes de médicos

Después de varias semanas de estar recibiendo atención en el Hospital del Seguro Social de San Pedro Sula, mi hermana menor, Inés Moreno Coto, recibió el diagnóstico de padecer de Lupus. Pero aclaro, este diagnóstico no se lo dieron en el Seguro Social ni la atendían ahí cuando recibió los resultados del examen. El diagnóstico se lo dio un análisis que le indicó un médico privado. Cuando le diagnosticaron la enfermedad, mi hermana llevaba varias semanas fuera de la atención del Seguro Social, los médicos le habían dado de alta, justo cuando ella advertía signos que de no atenderse de emergencia podría morir, como en efecto le dijeron en la clínica privada, donde se le debió ingresar por los signos de extrema emergencia que mostraba.

Cuando mi hermana ingresó al sistema del Seguro Social en San Pedro Sula, su estado era tan delicado que en emergencia decidieron que debía quedar interna. Pasaron los días y el estado de salud de mi hermana menor siguió empeorando, y, curiosamente, en la medida que su estado de salud era más delicado, las atenciones profesionales disminuyeron ostensiblemente. El médico especialista pasaba por un par de minutos cada 24 horas, la miraba como viendo a otro lado, y decía que estaba mejor. Así estaba a comienzos de julio de este año cuando en el Seguro Social de San Pedro Sula le dieron de alta. Los médicos y las enfermeras sabían que mi hermana estaba mucho peor que cuando ingresó.

Nadie en el Seguro Social dijo nada cuando el médico que la atendía dijo con displicencia y sin siquiera verle el rostro, que ya debía salir del hospital. “Aquí no está haciendo nada”, fueron sus palabras finales y terminantes. Varias personas me han dicho que la decisión de dar de alta a mi hermana en las condiciones en las que se encontraba era para que se muriera fuera del hospital para evitar registrarla en las estadísticas de defunciones porque cuantas más defunciones se registran se reduce la escala ascendente del personal médico. Por eso, es una fábrica para producir muertes, pero el personal médico asegura que las mismas no ocurren dentro del recinto hospitalario para que no manche sus expedientes.

Los médicos en una sociedad enferma y fracasada

El título de médico en una sociedad abrumadoramente enferma sitúa al profesional en un nivel de superioridad que lo hace sentir incluso con la mirada, que nunca es directa, sino de reojo o mirando para otro lado. Es la soberbia del profesional en una sociedad fracasada como la hondureña, tanto que el uso generalizado del tuteo de los médicos hacia los pacientes se convierte en una nomenclatura de poder y desprecio, que establece la diferencia y la distancia entre quien tiene conocimiento y control de la situación sobre el enfermo, que será siempre el despreciado, el que está colocado por debajo, por el solo hecho de no ser profesional, y de ser enfermo en un país en donde la enfermedad convierte a los médicos en posición aplastante de poder.

Mi familia debió auxiliarse de otras personas para cargar la camilla y contrató una ambulancia para traerla a su casa. Las autoridades médicas le dieron al alta a mi hermana para que se muriera. Durante unos dos meses la estuvieron matando de poco dentro del hospital, muchas veces ni agua le dieron, todos los exámenes debieron hacérsele fuera del sistema, en laboratorios privados, bajo estricto pago de la familia. Yo fui testigo de las visitas inútiles de los médicos especialistas. Dos minutos a lo sumo duraba la visita cada 24 horas. No la miraba, no la tocaba, hacía preguntas frías tajantes y a veces crueles, y se iba sin dejar un diagnóstico a su familia, a lo sumo una receta con medicamentos que, por supuesto, había que comprarlos en el sistema de farmacias privadas.

“Usted necesita otro cerebro y no se lo puedo dar”

Mi hermana salió moribunda, sin poderse valer por sí misma. Los mismos médicos decían que mi hermana no tenía una enfermedad de muerte, que la infección que detectaron en su cerebro era reversible. Pero el sistema hospitalario en nuestro país se encarga de convertir en mortal toda enfermedad. Y esto es lo que yo doy testimonio a partir de la atención que mi hermana recibió en el seguro social. Con apoyo de amigas y amigos, la familia debió internarla en una clínica privada, en donde al cabo de seis días se debieron pagar cerca de doscientos mil lempiras, una cantidad que para una familia de tan bajos ingresos era casi inalcanzable. Pero la vida de una persona no tiene precio, y no solo en esos seis días, sino en ocasiones siguientes, se debió internar a mi hermana para tener una atención con dignidad.

Hoy, la salud de mi hermana depende de la cantidad de dinero que logre conseguir la familia para que siga recibiendo atención médica privada y comprando los medicamentos que representan un promedio de cuatro mil lempiras semanales, cantidad que convierte la enfermedad en nuestro país en un lujo o un asunto prohibitivo. Si por el Seguro Social fuera, a mi hermana lo que le espera es la muerte. Mi propia hermana cuenta que un día estaba con un agudo dolor de cabeza, vio pasar al médico muy cerca de su camilla, y le dijo que le diera algo para calmar su dolor. El médico, sin verla, y como dirigiéndose a una cosa, le dijo: “Usted lo que necesita es otro cerebro, y eso no se lo puedo dar”.

En otra ocasión, llegó la enfermera con las pastillas que mi hermana debía tomar. Mi hermana le pidió que por favor le diera las pastillas porque ella no podía mover sus brazos. La enfermera le dijo, “yo no soy su nana para darle las cosas en la boca”. Mi hermana, desesperada le pidió que al menos le llevara agua. Le tiró una botella de agua, pero mi hermana ni tomó sus pastillas porque la enfermera se negó, ni pudo tomar agua porque no tenía fuerzas para destapar la botella. Debió esperar hasta la hora de las visitas para ser atendida por la familia.
El pueblo no merece información

En varias ocasiones que visité a mi hermana en el hospital del Seguro Social, traté de indagar con los médicos sobre el proceso de su enfermedad, y sobre los medicamentos que le estaban recetando. Nadie me dio una información que me permitiera estar al tanto de lo que ocurría con mi hermana. Uno de ellos, apenas me dijo de hacer unos exámenes para saber si el origen de la infección era por virus o por bacterias. Pero los exámenes, por supuesto, debía pagarlos en una clínica privada. En algún momento me dieron a entender entre líneas que la información sobre la enfermedad y los medicamentos a los pacientes solo merecían tenerla los médicos, que esa información no la daban a nadie. Es decir, que nosotros los familiares, no merecemos tener información sobre el estado de salud y los medicamentos que administran a nuestros familiares. Si esa actitud han tenido conmigo que creo comprender y asimilar más lo que sucede, qué no hacen y qué no dicen a la inmensa mayoría de nuestra gente, a la que de verdad tratan como si fuesen al menos un estorbo.

El sistema paralelo de las palancas

La gente que conoce los vericuetos del sistema hospitalario ha logrado crear un sistema paralelo e informal de atención a los pacientes. Alguien que te conoce te da la recomendación de una enfermera o de un médico o de un amigo de algún miembro del personal médico para lograr una atención especial a un paciente aunque sea en cosas pequeñas, como puede ser que un familiar se quede más tiempo, lograr que el paciente reciba visitas fuera del horario establecido, que se adelante la fecha para una intervención quirúrgica o para acceder a medicamentos que si no te conocen no te los proporcionan. En ocasiones ocurre que antes de internar a un paciente, alguien habla con alguien que trabaja para recomendar con alguien del personal médico al paciente. Si hay contactos el paciente puede tener algunas ventajas. Quien no tienen ningún contacto o recomendación, que se prepare a un sistema de salud que aplasta y discrimina. Es justamente lo que ocurrió con mi hermana menor. Este sistema informal paralelo es lo que mejor funciona y devela la irracionalidad e inoperancia del sistema oficial de salud.

Recibí el testimonio de una persona que en los mismos días en que mi hermana sufría por su enfermedad, me dijo que a su madre la habían matado en el Seguro Social. A sus 83 años, su madre se quejaba a gritos de dolor mientras las enfermeras y los médicos pasaban de lejos. En un momento, en que la hija clamó porque atendieran a su madre, una enfermera, sin detenerse en su camino, le dijo, como si no estuviera diciendo nada de importancia: “Señora, no sé por qué usted molesta tanto, si su mamá ya vivió demasiado tiempo”.

El Seguro Social, maquinaria para matar gente. Yo acuso.

El hospital del Seguro Social en San Pedro Sula es una maquinaria productora de muertes. Yo, Ismael Moreno Coto, doy testimonio y asumo esta afirmación. Y responsabilizo en primer lugar a las autoridades directamente responsables de este sistema hospitalario en San Pedro Sula, y en segundo lugar, al gobierno que preside Juan Orlando Hernández y los que dirigen el Partido Nacional por tener una relación directa en el saqueo de esta institución y de proteger a personas y grupos involucrados en este delito. Los responsabilizo por el daño físico y el daño emocional irreversible causado a mi hermana Inés Moreno Coto. Si yo tuviera la posibilidad de hacer una demanda legal en contra de estas autoridades, sin duda estaría dando un servicio a la sociedad entera, pero en nuestro país los abogados son expertos en poner la ley al servicio de los fuertes para protegerlos, y de ensañarse con la misma ley para llevar a la cárcel a quienes no pueden defenderse.

Indefensión médica, indefensión legal

Vivimos en un país con tanta indefensión que no sería descabellado que yo ponga una demanda en contra de los responsables del Seguro Social por atentar contra la vida de mi hermana, y que al final del proceso sea yo el sentenciado a ir a la cárcel en lugar de los culpables, porque aquí la experiencia nos dice que quienes tienen poder tienen la capacidad para torcer las leyes para ponerlas a su favor. En el caso extremo de que hubiese abogados solidarios y profesionalmente competentes, aquí tienen un caso, les garantizo que mi familia no podrá nunca pagar los servicios profesionales por carecer de recursos que no sean para cubrir las necesidades básicas, pero sería una oportunidad para tocar las bases de la impunidad y de la corrupción en este sistema hospitalario del Seguro Social, a partir de un caso específico.

Sin embargo, mi experiencia es que ni los abogados más cercanos tienen un compromiso ético ni tiempo para asumir casos como estos, puesto que no tienen ni la publicidad que les ofrezca notoriedad ni dineros de por medio que les conlleve a arriesgar sus profesiones. Y lo digo yo, que teniendo un reconocimiento relativamente mayor que el común de la gente hondureña y con vínculos con profesionales del derecho, me siento indefenso, no digamos lo que puede sentir y vivir la inmensa mayoría de la sociedad hondureña, a quien una atención médica es un lujo extraordinario, y una protección legal un lujo imposible de alcanzar.

Con las esperanzas postradas

Mi hermana está postrada en cama, con sus esperanzas postradas y en un ambiente familiar muy cerca también de la postración y de ambiente de desánimo y depresión, en sintonía con el ambiente en el que respira y sobrevive una inmensa mayoría de las familias hondureñas. Ella llegó al sistema hospitalario del Seguro Social caminando, y salió del mismo cargada en brazos y hombros de mis familiares, y de inmediato se debió internar, como dije, en una clínica privada, gracias a los aportes familiares y de la solidaridad de miembros de mi equipo de la Radio y del ERIC y de otros amigos y amigas, que en situaciones como estas uno agradece especialmente su presencia, cercanía y solidaridad.

También, repito, el diagnóstico de su enfermedad no se lo dieron durante las semanas que ella estuvo interna en el hospital. En el Seguro Social recibió solo desprecios y malos tratos. Yo mismo fui testigo en varias ocasiones no solo de la indiferencia, sino del trato discriminatorio que recibió mi hermana de enfermeras y médicos. Cuando salió moribunda, las autoridades médicas no dijeron con qué enfermedad salía, solo le dieron alta, sin dar una sola explicación. Dar el alta a mi hermana fue un sinónimo de sentencia de muerte decretada por las autoridades del Seguro Social. A ella le dieron de alta a comienzos del mes de julo del año en curso, y desde entonces ha quedado totalmente fuera de esa cobertura, teniendo que ser atendida por médicos privados y con la compra de los medicamentos bajo la responsabilidad exclusiva de la familia.

Caso cerrado, impunidad encerrada

Para las autoridades del Seguro Social, el caso de mi hermana, Inés Moreno Coto, está cerrado. Para ellos mi hermana debía estar muerta, o en todo caso, no importa, porque no existe, sea que esté viva o esté muerta. Fue un número que pasó por esas tétricas salas de pacientes. El personal médico sigue en sus puestos exactamente como si no ha pasado nada. Y así, es, si acaso llegara este testimonio a alguno de ellos, es que ni por asomo sabrían de quién se trata, porque sin duda, pasan miles de casos como el de mi hermana, que a fin de cuentas reciben el mismo trato, y todo queda sumergido en el manto de la impunidad. Nadie sabe nada, nadie da cuenta de nada, cada quien carga con sus enfermos, cada quien entierra a sus muertos. Yo al menos, además de cargar con el dolor e impotencia de ver a mi hermana postrada, dejo por escrito lo que he vivido y sentido sobre un sistema de salud del Seguro Social de San Pedro Sula para el cual las personas enfermas no cuentan, son un número, que solo cuentan para sumar y restar en las estadísticas.