Una empresa en el norte de Honduras muestra cómo las cooperativas de aceite de palma pueden empoderar a las comunidades y obtener ganancias.

Honduras cuenta con unas 200.000 hectáreas de palma aceitera, casi exclusivamente en el norte del país (Imagen: Peg Hunter / Flickr , CC BY NC )

Un texto de chinadialogue.net

La cooperativa de aceite de palma Hondupalma se erige como un faro de esperanza en un contexto de violencia en Honduras, según varias personas involucradas con la empresa. Al reunir a más de 600 pequeños propietarios, todos los cuales son socios de la empresa, Hondupalma desafía el modelo predominante de las grandes empresas familiares de aceite de palma, explican, y agregan que también empodera a las comunidades.

Sin embargo, en medio del panorama inquietante del país marcado por ataques dirigidos a los agricultores, la cooperativa se enfrenta a su propia serie de pruebas. Se ha esforzado por diseñar una estrategia integral para abordar los desafíos apremiantes relacionados con el clima. Y no tiene un plan real sobre quién tomará el relevo de sus líderes. A medida que envejecen, la posibilidad de que Hondupalma pierda los valores que la han sostenido se vuelve cada vez más real.

El gobierno hondureño comenzó a promover el cultivo de palma aceitera durante la década de 1960, como parte de reformas agrarias más amplias destinadas a abordar la desigualdad de tierras y la pobreza rural. Pero fue realmente a fines de la década de 1990 cuando la producción se disparó . Ahora, más de dos décadas después, el país tiene aproximadamente 200 000 hectáreas de palma aceitera que producen cerca de 600 000 toneladas métricas de aceite al año, lo que lo convierte en uno de los principales productores de América Latina.

Si bien la materia prima ha traído desarrollo económico y prosperidad, no ha estado libre de controversias ambientales y sociales. En particular, la industria ha estado plagada de disputas por la propiedad de la tierra. Estas disputas enfrentan a los campesinos (campesinos) y las pequeñas cooperativas contra los terratenientes poderosos y, a menudo, conducen a la violencia.

Del total de la producción nacional, el 61% proviene de solo tres empresas -Corporación Dinant, Grupo Jaremar y Aceydesa- y sus plantaciones están ubicadas donde se han registrado los mayores índices de violencia. Hondupalma, a modo de comparación, produjo alrededor del 8% de la producción nacional en 2021, según cálculos basados ​​en su informe a la RSPO (Mesa Redonda sobre Aceite de Palma Sostenible).

Para Elvin Hernández, sociólogo e investigador de ERIC-SJ, un centro de investigación y comunicación de Honduras, la crisis sociopolítica que vive la industria del aceite de palma repite el patrón de las élites bananeras del siglo pasado: “Toma tierra, explótala con monocultivos y colúdete con el Estado”.


La industria del aceite de palma repite el patrón de las élites bananeras del siglo pasado: ‘Acapara la tierra, explótala con monocultivos y colúdete con el estado.

Elvin Hernández

En una zona del norte de Honduras, el Valle del Bajo Aguán en el departamento de Colón, 160 campesinos han sido asesinados en la última década. Los conflictos entre los terratenientes de la zona y los campesinos despojados de sus tierras tienen una larga historia y no parece que vayan a resolverse en el corto plazo. Hace más de un año se hizo un nuevo intento de resolución. Los trabajadores agrícolas y la administración de la presidenta Xiomara Castro firmaron un acuerdo para reducir la violencia en la zona. El ambicioso documento buscaba poner fin a la crisis de manera integral con un enfoque en los derechos humanos, la reparación de las víctimas y el acceso a la justicia a través de las investigaciones de los crímenes cometidos en su contra.

Sin embargo, desde esa fecha han muerto otros cinco trabajadores agrícolas. ¿Qué pasó con la iniciativa del gobierno castrista? La situación es compleja, pero Jhony Rivas, vocero de la Plataforma Agraria del Valle del Aguán, lo tiene claro: “Los terratenientes tienen mucho poder en el país”.

Un enfoque alternativo

Hondupalma, una de las empresas palmicultoras más reconocidas del país, fue fundada en 1982 en Guaymas, un pequeño pueblo del Valle de Sula, al norte de Honduras, conocido por organizaciones y comunidades como la cuna de los movimientos campesinos que lucharon por la reforma agraria .

Ramón Cruz es uno de los fundadores de Hondupalma. Recuerda cómo los ideales fundacionales de la empresa tienen sus raíces en las luchas campesinas por los derechos a la tierra. (Imagen: Iolany Pérez)
Ramón Cruz es uno de los fundadores de Hondupalma. Recuerda cómo los ideales fundacionales de la empresa tienen sus raíces en las luchas campesinas por los derechos a la tierra. (Imagen: Iolany Pérez)

Ramón Cruz, o “Monchito”, uno de sus fundadores, nos dice que Hondupalma es fruto de los ideales que han motivado las luchas campesinas por la tierra y la dignidad desde la década de 1950.

Con más de 75 años, pero con una memoria excepcional, Monchito sonríe y da nombres, años, datos y hechos en torno a la demanda de tierras en las últimas cuatro décadas en Honduras.

Sentado en la banca de su amplio patio a la sombra de un frondoso mango, explica que hoy “Hondupalma está entre las 50 empresas más grandes de Honduras”. Tiene más de 10.644 hectáreas de palma aceitera en 30 plantaciones certificadas según los estándares líderes establecidos por la RSPO y por ISCC Plus (International Sustainability and Carbon Certification).

Anualmente, estas plantaciones producen alrededor de 178.000 toneladas métricas de racimos de frutos de palma, que ellos mismos procesan para fabricar aceite comestible, jabón, detergente y otros productos bajo sus tres marcas: Clavel, Jansur y El Portal. “Exportamos a El Salvador, Nicaragua y Guatemala, incluso a Europa; estamos en los Países Bajos y Alemania”, dice.

Para Monchito, lo que distingue a Hondulpalma es haber logrado este éxito comercial sin perder su identidad como cooperativa socialmente responsable fundada por grupos campesinos .   

Su organización es ampliamente democrática. Los 603 socios, a quienes el Estado les otorgó tierras como parte de las reformas agrarias, están organizados en 30 sociedades asociativas. Ellos “eligen a tres representantes cada uno para formar la junta directiva, órgano que luego selecciona al gerente general y los puestos clave y de confianza de la empresa, todos socios o hijos de socios”, explica Monchito. Las ganancias se distribuyen entre los socios, se reinvierten en la empresa o se utilizan para apoyar proyectos que benefician a los socios y sus comunidades, como capacitación técnica, un hospital comunitario y financiamiento asequible: “Este es un círculo virtuoso: si las comunidades y la tierra son bueno, la producción y los beneficios también son buenos”.

Trabajadores de Hondupalma sembrando maíz. El maíz se utiliza a veces como cultivo intercalado entre las plantaciones de palma aceitera. Al reservar algunas áreas para cultivos alternativos, los agricultores pueden apoyar la seguridad alimentaria local y generar ingresos adicionales. (Imagen: Iolany Pérez)

Eduardo Hernández, presidente de la junta directiva, dice que otro elemento que hace diferente a Hondupalma es que tiene una empresa subsidiaria, Energéticos Renovables Hondupalma, que genera electricidad renovable exclusivamente para la empresa matriz, utilizando biogás producido a partir de las aguas residuales aceitosas sobrantes del proceso de extracción de aceite de palma. La central tiene una capacidad de producción de 2000 kilovatios hora y abastece el 45% del consumo eléctrico total de Hondupalma.

Elvin Hernández reconoce la importancia del modelo cooperativo de Hondupalma, no solo como una alternativa en cuanto a la tenencia de la tierra, sino también para mitigar los impactos ambientales de la producción de aceite de palma, y ​​la clave está en la visión de la empresa. “No es lo mismo lo que está pasando en el Valle del Aguán, donde tres familias acumulan ganancias para sí mismas”, dice. “En cambio, Hondupalma es una empresa con sentido de comunidad y respeto por la tierra, creada con el fin de mejorar la calidad de vida de las comunidades”.

Desafíos socioambientales

Para satisfacer la demanda, el aceite de palma ofrece un rendimiento mucho mayor que otros aceites vegetales. Pero los desafíos que han afectado a la industria en el sudeste asiático, incluida la deforestación, la pérdida de biodiversidad y el conflicto social, también están presentes en Honduras. Por ejemplo, en el caso de los parques nacionales Punta Izopo y Jeanette Kawas ubicados en el extremo este de la bahía de Tela en el norte de Honduras, el cultivo de palma aceitera se ha apoderado de entre el 20% y el 30% de las áreas protegidas respectivamente. ¿Qué propone Hondupalma ante esta realidad? Por su carácter campesinoy de origen cooperativo, muestra que en Honduras es posible una empresa palmicultora que supere los conflictos históricos de tenencia de la tierra. Pero, ¿es posible mitigar el impacto ambiental atribuido a la industria del aceite de palma?

Eduardo Hernández dice que la empresa reflexiona constantemente sobre el impacto ambiental del monocultivo y asume la responsabilidad de minimizar los efectos colaterales del cultivo de palma aceitera. Sin embargo, la palma aceitera es el único cultivo que puede soportar las constantes inundaciones del Valle de Sula, dice.

En los últimos años, Honduras ha estado experimentando cada vez más períodos de sequía seguidos de fuertes lluvias. La sequía es un problema para las palmas aceiteras porque necesitan mucha agua. Honduras se encuentra dentro del “corredor seco” , una gran extensión de tierra en América Central que también cubre Guatemala, El Salvador y Nicaragua. La región y su agricultura son particularmente vulnerables a los riesgos asociados con el cambio climático, y esto a su vez ha tenido un impacto económico significativo y ha amenazado la seguridad alimentaria.

Si bien Honduras cuenta con abundantes fuentes de agua, el acceso a las mismas, especialmente al agua potable segura, es cada vez más escaso. La privatización de pozos y reservas de agua potable, la contaminación por aguas servidas o desechos animales, más el consumo por parte de las industrias extractivas sirven para agotar, deteriorar y reducir las fuentes de agua.

Una protesta contra la privatización de las fuentes de agua en el norte de Honduras. El cultivo de palma aceitera consume mucha agua, lo que exacerba los problemas de acceso en un área cada vez más propensa a la sequía. (Imagen: Peg Hunter / Flickr , CC BY NC )

El ambientalista hondureño Juan Mejía advierte sobre la amenaza que representa la expansión del cultivo de palma aceitera. “Cada palma africana, a partir de los 12 años, consume un promedio de 40 a 50 litros de agua por día. Esa cantidad de agua que se extrae de la palma no se puede reponer”, dijo.

La sequía y la falta de infraestructura de abastecimiento han provocado una verdadera crisis hídrica que afecta a gran parte de la población hondureña.

Sin embargo, Hondupalma afirma someterse a estándares internacionales de certificación como los de la RSPO, que exigen el cumplimiento de compromisos sociales y ambientales, entre ellos una gestión ética y transparente, el respeto a los derechos humanos y laborales, y la conservación de los ecosistemas. Y ese es el compromiso constitutivo de la empresa, dice Eduardo Hernández, porque “la apuesta de la empresa es la comunidad; aquí nadie trabaja para hacerse millonario o acumular ganancias para un pequeño grupo. La misión es mejorar la vida de los socios de la empresa y esto pasa por el cuidado de la tierra.”

En materia de áreas protegidas, Hondupalma ratifica su compromiso de respetarlas y preservarlas a través de visitas a sus plantaciones y la asignación de códigos que garantizan que las reservas nacionales no se vean afectadas. “Hondupalma enseña que es posible una relación armoniosa entre los agricultores, las empresas, la producción de palma y el medio ambiente”, concluye Elvin Hernández. “Pero para ello tiene que renunciar al acaparamiento de tierras, al dinero como fin y a la violencia como medio”.

Un camión que transporta frutos de palma aceitera sale de una de las plantaciones de Hondupalma hacia el molino de la empresa. Anualmente, estas plantaciones producen alrededor de 178.000 toneladas de racimos de frutos de palma. (Imagen: Iolany Pérez)

Las carencias de Hondupalma

El ambientalista Juan Mejía tiene claro algunos de los retos con Hondupalma: “Puedo hablar de las maravillas de Hondupalma, y ​​luego de las deudas que aún tiene”.

Una de esas deudas -o problemas- es la grave falta de rotación en la dirigencia: “Los socios que recuperaron terrenos en los años 70 y 80 y crearon la base de Hondupalma, hoy son de edad avanzada, y sus hijos no necesariamente quieren tomar encima.» Mejía se refiere no solo a la falta de jóvenes que se suman como socios, sino también a un cambio en los valores y principios de los que sí lo hacen. Otro tema es el ambiental: es cierto que la cooperativa es respetuosa de los estándares internacionales relacionados con la responsabilidad social y ambiental, pero no hace más de lo necesario.

En un panorama político y empresarial enormemente desafiante, Hondupalma ha tenido un gran éxito en sus primeras décadas. De cara al futuro, es probable que estos desafíos, en particular, sobrevivir en un mercado competitivo con márgenes pequeños, dominado por empresas respaldadas por familias poderosas, perduren. Encontrar un liderazgo que preserve los principios colectivos de la empresa, que hasta ahora han ofrecido un modelo alternativo convincente, podría ser vital para asegurar su éxito en el futuro.

Iolany Pérez es una periodista hondureña. Trabaja como periodista en Radio Progreso desde hace más de 15 años, realizando programas informativos y de análisis sobre medio ambiente, política y sociedad.