

Cultura de la mendicidad
Un rasgo de la sociedad hondureña que destacó el último sondeo de opinión pública del ERIC es la mentalidad pragmática resignada. Por un lado, la gente dejó de creer en las instituciones públicas y dejó de creer en ella misma como sujeto transformador. Hablamos de la gente que no se compromete para vigilar el quehacer del gobierno, no le interesa la política ni lo público y no participa en las organizaciones de su comunidad para defender los bienes naturales y públicos. Y, por otro lado, esa misma gente está esperando en la comunidad la bolsa solidaria, los bonos, y todas las ayudas que pueda recibir sin importar de donde vengan. “Del lobo un pelo”, dirá más de alguno.
Este pragmatismo resignado es el resultado de las medidas compensatorias ante los desastres que provocaron los programas de ajuste estructural, también conocido como Neoliberalismo. En Honduras las conocemos desde los años 90s, comenzó con el Programa de Atención Familiar (PRAF) en el gobierno de Callejas y desde entonces los gobiernos avanzaron a configurar el presupuesto nacional desde la lógica de programas asistencialistas como la Vida Mejor o la Red solidaria, debilitando las políticas públicas y construyendo gobiernos como auténticas plataformas electorales.
Este pragmatismo resignado, es lo que alimenta la cultura de mendicidad. Los gobiernos viven con la mano extendida ante otros países y organismos financieros, los diputados viven con la mano extendida de la directiva del Congreso Nacional o de casa presidencial, el activista en el municipio está con mano extendida esperando al diputado, y el votante está esperando al activista, al diputado o al político para recibir una ayuda cambio del voto. Quien más dé, más votos obtiene.
Lo mismo pasa con los empresarios, parece que no confían en ellos mismos, siempre están buscando exoneraciones, evadir el fisco o alguna concesión con el gobierno de turno. Siempre hablan mal del estado, pero no pueden funcionar sin hacer negocios con el Estado. En la sociedad hay un sector importante de la población que también pasa con la mano extendida de las remesas, y las ON´s están esperando los fondos de la cooperación internacional. Aquí nadie se salva.
Este circuito vicioso de la mendicidad es uno de los desafíos más grandes para el país, y pasa por volver a creer en nosotros como sujeto transformador, pasa por recuperar el espíritu de lucha como pueblo y tomar conciencia de que hay otras maneras de hacer, hay otras maneras administrar los recursos del país, otras maneras de organizar la economía y otras maneras de organizarnos cómo pueblo.
Y aquí es donde el gobierno de Doña Xiomara y el partido político en el poder tienen un gran dilema: impulsar políticas e inversión pública que ayude a cambiar la brutal desigualdad social o seguir con las medidas asistencialistas que solo alimentan la fiebre electoral. De una cosa estamos seguros, con bolsas solidarias no hay refundación, la ley de justicia tributaria es una luz para este caminar.

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