¿Dónde está el encanto de aspirar a un cargo público?
A la inmensa mayoría de quienes aspiran a un cargo de elección popular le encanta servir a su pueblo. Les fascina y al pueblo lo llevan en lo más hondo de su corazón. Así lo dicen y lo expresan con pasión en sus discursos. Les mueve el amor por Honduras, o por su municipio. Nada de amor al dinero o a privilegios, eso no existe. Solo les mueve la entrega a la patria y a la democracia. No hay gente más demócrata y más abnegada que la que anda en campaña política electoral. Ya sea antes o cuando ya la ley establece el período de campañas.
Hay quienes, habiendo sido alcaldes por una, dos, tres, cuatro o más veces, siguen con más ímpetu que antes con sus palabras llenas de amor por la transformación. No importa que con ese cargo se hayan forrado de dinero y de propiedades. No es eso lo que los mueve, sino su vocación de demócrata y el respeto a la ley. Unos más, otros menos, todos los precandidatos coinciden en ser distintos a los demás, porque mientras los demás buscan aprovecharse del Estado y abusar del pueblo, ellos sí están comprometidos con los cambios que el país está necesitando.
Si es por el discurso, todas las precandidaturas tienen la honestidad y la lucha contra la corrupción entre sus promesas. No existe en la faz del territorio nacional gente más desprendida y honesta que aquella que se lanza al ruedo electoral, o pre electoral. Algunos de los más emblemáticos de la política, dicen que combatirán el crimen organizado y el narcotráfico, y para ese propósito lo que menos importa es si han sido señalados en la justicia estadunidense o si aparecen en alguna de las listas vinculadas con actos reñidos con la honestidad. Esas son minucias. Ellos o ellas dicen que están bañados de honestidad, y por eso mismo aspiran a una candidatura popular.
Si la gente fuese de verdad honesta, muy poca aspiraría a puestos de elección popular en un país con problemas tan profundos como el nuestro. Lo pensarían en serio, y sería la misma gente la que rogaría a personas de reconocida trayectoria de vida sencilla y honrada para que los representara en puestos públicos. Para qué engañarnos, el encanto de las candidaturas no es tanto por servir como lo vociferan, sino porque la administración de las instituciones ha sido fuente, y lo sigue siendo, para escalar económicamente, para enchambar a familiares y círculos de amistades y por los privilegios que esos puestos representan en una sociedad con bajos niveles de escolaridad y formación política.
Que hay gente honesta y comprometida que aspira a un cargo de elección popular, la hay. Y que ha servido y busca defender los derechos de la población oprimida. Por esta gente, que tristemente es minoría, vale la pena seguir creyendo en procesos electorales. Lo dramático del asunto es que toda la gente que aspira se mete en el saco de esta minoría honesta y servidora. El saco entonces se hace grandísimo. ¡No hay para dónde agarrar en estas nuestras hibueras!
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