Miércoles 30, Octubre 2024  

El fantasma del Mitch, 26 años después

Lo decimos de un porrazo: en vulnerabilidad ambiental estamos peor que cuando ocurrió el Mitch, hace 26 años. Una joven señora decía en estos días que prefería no ir a su casa porque las lluvias tenían inundada su casa y las aguas residuales hacían imposible vivir ahí con sus hijos. “Pero no tengo a dónde ir”, acabó su resignada confesión. No hay necesidad de que ocurran fenómenos de alta magnitud para quedar con el agua al cuello. La temporada de lluvias asusta a mucha gente. Y con razón.

Con el Mitch aprendimos mucho de la solidaridad  de los pueblos. Muchísimos países y organizaciones se movilizaron para hacer sentir su presencia solidaria ante las decenas de miles de víctimas de aquella tragedia. Así como ahora, 26 años después, mucha de esa solidaridad vuelve su mirada y su corazón en solidaridad de las víctimas de las guerras activas a lo largo de muchos países del planeta.

Hubo mucha conciencia solidaria, es cierto, pero también mucha mezquindad. Y no solo hace 26 años. La queja de la señora que se ahoga en su vivienda en tiempos de lluvias normales, es la expresión de un pueblo que tras el Mitch ha quedado en estado de precariedad. Todo en sus vidas hace aguas. Desde la acechanza de los fenómenos naturales, pero por igual el desempleo, la inseguridad, la corrupción, la violencia común y la violencia que amenaza a defensores del ambiente y de derechos humanos.

Esta mezquindad que experimentamos con el paso del Mitch, la sufrimos dos décadas después con las tormentas Eta y Iota. Cuando más pasa el tiempo más se ha acentuado la criminalidad estatal y las sinvergüenzadas extremas de robos descarados como en tiempos de la reciente pandemia.   

El Mitch nos dejó la tarea de hacerle frente a sentar las bases de una nueva institucionalidad política y jurídica sustentada en la responsabilidad y plena participación de todos los sectores de la sociedad. Por muy grande que sea la cooperación internacional, nada o muy poco cambiará si la misma entronca con la mezquindad y ausencia de responsabilidad social por parte de las actuales elites empresariales y políticas hondureñas.

El Mitch, 26 años después, sigue siendo un punto de referencia, como lo sigue siendo el Fifí, 50 años atrás. Estos fenómenos naturales dejan al desnudo nuestras precariedades, pero por igual la oportunidad para enlazar la cooperación internacional, el Estado y a los diversos sectores de la sociedad en la construcción de una propuesta nacional desde la cual hacer frente a todas las vulnerabilidades.

Necesitamos juntar todos los esfuerzos y vigores positivos para que Honduras vaya dejando atrás la precariedad que como la señora de su casa inundada merecen vivir en una sociedad con oportunidades dignas para todo mundo y no solo para reducidas familias privilegiadas.