Nuestra palabra
Miércoles, 19 de Diciembre 2018

El nombre de Dios y el nombre de los pobres

La manera más eficaz de ocultar la ausencia de Dios, es poner su nombre como reparo para justificar lo que hacemos. Para el caso, ningún funcionario público ha usado más el nombre de Dios que Juan Orlando Hernández. Si por eso fuera, sería el funcionario más devoto y espiritual, sin embargo, ya sabemos qué busca y qué defiende este señor. A partir de ese ejemplo, nada hay más manipulable que el nombre de Dios, y para ciertos grupos es el nombre más eficaz para hacer negocio o para ocultar fechorías, tanto en la política como especialmente dentro de los círculos religiosos, como nos recuerda el papa Francisco.

Esto hace recordar lo que dice el Evangelio, cuando Jesús advierte a sus discípulos que no deben jurar en vano, ni por Dios, ni por la Biblia, ni por el templo ni por nada sagrado. Con ello Jesús relativiza y le quita valor a la sacralización en la que se sustentaban las autoridades religiosas de su tiempo, las cuales basaban en Dios y en la religión todo su poder, su dinero y sus privilegios.

En nuestros ambientes religiosos o eclesiásticos hay dos palabras que solemos usarlas con frecuencia. El nombre de Dios y el nombre de los pobres. No pocas autoridades religiosas son especialmente amigas de gentes muy ricas. Las defienden, las ensalzan, obviando el modo como llegaron a hacerse adineradas. Sin embargo, nunca dejan de hablar en nombre de los pobres. Usan esos nombres en vano, porque a Dios se le usa para rituales y liturgias que dan legitimidad a sus prácticas insolidarias, y a los pobres se les usa para prácticas de beneficencia y presentar a gente rica y corrupta como personas no solo honorables, sino filantrópicas y generosas. Hacen obras caritativas a los pobres, pero nunca defienden sus derechos.

El nombre de Dios se usa para todo en sociedades con tanto ateísmo práctico como el de las élites nuestras. Se usa para dar legitimidad divina a los gobiernos y se usa para calmar a los pobres con unas esperanzas celestiales que en la realidad terrena se les niega. Algunos países ponen el nombre de Dios en su dinero, al tiempo que existen líderes religiosos que llegan al extremo de bendecir bancos y negocios oscuros.

Jesús advierte a cada uno de sus seguidores que no se puede jugar con el nombre de Dios cuando las motivaciones de fondo son de insolidaridad. Mucha gente que dice creer en Dios y que expresa una piedad externa, con sus hechos de injusticia, corrupción e impunidad está mostrando su idolatría y su ateísmo práctico. Usar el nombre de Dios para sostener privilegios y usar el sagrado nombre de los pobres para sacar ventajas personales o de grupo, es una idolatría. Ningún privilegio, poder y dinero se pueden justificar en nombre de Dios. Con Dios no podemos jugar sin caer en idolatrías que nos deshumanizan y destruyen.

Solo con el testimonio de vida sencilla, entregada en defensa de la gente oprimida podemos ser llamados hombres y mujeres seguidores de Jesucristo como buena noticia para los pobres.  La opción por los pobres no se basa en la filantropía o la beneficencia, sino en defender sus derechos antes quienes los atropellan. Vivir el compromiso de fe desde el lugar de los oprimidos es el lugar y el modo privilegiado para amar a toda la sociedad y para evitar la manipulación del nombre de Dios.

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