Nuestra palabra
Viernes, 16 Noviembre 2018

Mártires: compromiso de fe y justicia

La década de los ochentas en Centroamérica, fue una década en la que se sentaron las bases de una transición político democrática que permitió, entre otras cosas, la consolidación de las élites y grupos de poder económico, político y militar en la región. Además de los aires de finalización de dos visiones ideológicas en el mundo, expresadas en la caída del muro de Berlín.

El tiempo y la situación que vivimos en Centroamérica en esa década, hubo sangre y muerte con fenómenos como el desplazamiento forzado de comunidades, el desaparecimiento y asesinato de líderes, sindicales, estudiantiles, obreros y religiosos. En definitiva, una década perdida para la cultura de defensa y promoción de los derechos humanos y una profundización de la vulnerabilidad de los mismos.

En ese contexto la iglesia jugó un papel fundamental para la construcción del reino de Dios, expresado en la búsqueda permanente de la fe y la justicia, que tenía como fin último, ser la voz de las mayorías empobrecidas y la promoción, protección y respeto de los derechos humanos de la sociedad. La denuncia de las injusticias y el anuncio de la construcción colectiva, con los pobres, por los pobres y desde los pobres, haciendo valer la vigencia del mensaje cristocéntrico del evangelio.

Es así que esa década comenzó con el asesinato del obispo Óscar Arnulfo Romero, hoy San Romero de América y finalizó con el asesinato de los sacerdotes jesuitas de la Universidad José Simeón Cañas y dos de sus colaboradoras. Marzo de 1980 y noviembre de 1989, respectivamente. Todos, asesinados por su compromiso de fe y búsqueda de justicia, en El Salvador.

El 16 de noviembre los sacerdotes, Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López y López y sus colaboradoras, Elba y Celina Ramos, fueron asesinados por un grupo especial de las Fuerzas Armadas salvadoreñas. Hoy hacemos memoria de su testimonio de fe, su compromiso y lucha en favor de las grandes mayorías empobrecidas.

Sin duda esos años fueron duros para la iglesia salvadoreña, pero también fueron la oportunidad de renovar y dar testimonio de su opción preferencial por los pobres. Crearon y corearon al unísono al Dios que construye su casa, desde el sufrimiento y las hilachas de vida de la gente. Dios dejó plantada su semilla de victoria sobre la muerte y el poder de los opresores.

Con la denuncia de las injusticias y los atropellos a los ciudadanos y ciudadanas, pero también con la claridad del anuncio de la esperanza y la dignidad, se fueron esbozando los pilares de resistencias y luchas pacíficas, que culminaron con sentar las bases de una cultura y acuerdos de paz.

Entonces si con la vida y el asesinato de San Romero, Dios pasó por El Salvador, con el testimonio y asesinato de los mártires de la UCA, ese mismo Dios, se quedó para instalarse y renovar la construcción de su Reino, aquí en la tierra.

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