Sobre heridas y precariedades
En estos días de torrenciales aguaceros, tormentas e inundaciones salta de un porrazo la vulnerabilidad, que no es sino el drama de una sociedad herida en todos sus tejidos. Herida en su infraestructura, en sus viviendas, en sus maltrechos empleos, en sus instituciones públicas, y en las decisiones para proteger la vida de la gente más indefensa. Y hasta en las ruindades de quienes usan las desgracias para sacar provecho.
Estar en estado de vulnerabilidad nos recuerda que somos una sociedad precaria, es decir, frágil en todas sus dimensiones. Tiene que ver con la vida cotidiana de la inmensa mayoría de nuestras familias, como esa familia que vive en una casa con láminas viejas y podridas, que tiene su casa a orillas de un río o de una quebrada que en tiempos de aguaceros o de tormenta como los de estos días, se inunda o se derrumba.
Quizás esa familia depende del sueldo de la obrera de la maquila o de la remesa que envían sus familiares indocumentados. Si a esa mujer la despiden de la maquila o a los indocumentados los deportan, esa familia ya no tendrá para comer los tres tiempos diarios, y menos para comprar medicinas o para enviar a los niños a la escuela. Y de remate quedan damnificados con las inundaciones.
Eso es precariedad. La gente vive, trabaja, sueña o se alimenta, sin saber a carta cabal cómo le irá mañana, el siguiente mes o el próximo año. Así es la vida de la inmensa mayoría de las familias hondureñas. Las inundaciones o deportaciones desnudan esta precariedad.
Para la gran mayoría de las familias es una hazaña conseguir para comer dos tiempos de comida. A veces se las ingenian para distribuir un tiempo de comida con sopas repetidas o comida reciclada para engañar a los niños, pero solo es un tiempo repartido malamente en dos. Eso es la precariedad de un pueblo herido en todos sus tejidos humanos. Lo demás es politiquería y adornos para la campaña en la que ya estamos.
La temporada de lluvias, con sus amenazas e inundaciones, profundiza las heridas y la precariedad familiar y social. Sin una propuesta profunda de política de prevención que institucionalice respuestas estables y duraderas, que toquen de raíz lo que origina la precariedad, nunca se romperá el ciclo perverso de la angustia familiar hondureña en cada temporada de tormentas. Sin políticas públicas de fondo, todo lo que se diga sobre vulnerabilidad no pasará de ser asistencialismo, proselitismo y demagogia. El paisaje politiquero en cada temporada lluviosa. Así va de maltrecha la vida.
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