La migración inversa, marcada por el retorno forzado o voluntario de miles de personas, no es un simple cambio de ruta: es una crisis humanitaria que suele pasar desapercibida. Frente a esta realidad, el XIII Encuentro Sociopastoral de la Red Jesuita con Migrantes reafirmó la urgencia de mirar con compasión y compromiso a quienes migran, retornan o resisten. Más que un evento, fue un espacio de escucha, discernimiento y renovación del compromiso en red.
Por Comisión Centroamericana de Medios (CCAM)
La ruta de regreso: migración inversa y crisis humanitaria
Nadie se va para volver así. Nadie sueña con el retorno como destino. Sin embargo, en Centroamérica, las rutas migratorias están girando. Una nueva oleada, silenciosa y fragmentada, recorre el continente de norte a sur. La llaman “migración inversa”, pero es mucho más que eso: es el colapso de una promesa y la urgencia de reinventarse en tierra propia.
El fenómeno ha crecido en los últimos meses. Se manifiesta sobre todo en deportaciones forzadas y retornos voluntarios. Los vuelos no se detienen. Llegan salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, venezolanos, haitianos, incluso africanos o asiáticos que cruzaron selvas y desiertos, y que, tras ser expulsados desde México o Estados Unidos, terminan en un país que no conocen ni eligieron.
Olvido estatal y violencia institucional
Los Estados centroamericanos no están preparados para acoger. En El Salvador, por ejemplo, algunas personas deportadas —sobre todo venezolanas, pero también salvadoreñas— han sido enviadas directamente a centros penitenciarios. Se criminaliza el intento de migrar, como si el error fuera haber apostado por una vida mejor.
A nivel regional, las políticas avalan o replican lógicas importadas desde el norte: detenciones arbitrarias, privación de libertad, tratos crueles e inhumanos. Los compromisos internacionales en materia de derechos humanos parecen quedar en segundo plano frente a la presión política o al miedo al desborde. Y mientras tanto, la migración inversa crece sin respuestas articuladas.

Boquete 2025: un alto para sentir, pensar y resistir
En este contexto se realizó el XIII Encuentro Sociopastoral de la Red Jesuita con Migrantes de Centroamérica (RJM-CAM), del 9 al 12 de junio, en Boquete, provincia de Chiriquí, Panamá. A una hora del cruce fronterizo de Paso Canoas, entre cafetales y montañas, se dieron cita representantes de obras jesuitas y organizaciones aliadas de la región.
El propósito fue agradecer el camino recorrido, discernir el presente y renovar nuestro compromiso con el futuro de la migración desde la dimensión sociopastoral, que —junto con la investigación y la incidencia— constituyen los tres pilares que la RJM ha sostenido desde su fundación. Fue también una pausa necesaria para reflexionar, actualizar diagnósticos, compartir experiencias y reforzar nuestra cercanía con quienes migran, retornan o resisten.
Se revisó lo vivido desde el último encuentro en El Progreso, Honduras. Se habló de nuevas rutas, nuevos rostros, nuevas violencias. Se analizaron los efectos del debilitamiento de la cooperación internacional, especialmente de Estados Unidos, que ha obligado a muchas organizaciones a reducir equipos, cerrar programas o suspender operaciones. Justo cuando más se necesitan, refugios, centros de acogida y servicios psicosociales están en riesgo o en retroceso.
Paso Canoas: humanidad entre fronteras
Uno de los momentos clave del encuentro fue la visita a Paso Canoas, frontera entre Panamá y Costa Rica. Allí, cada día, unas cien personas migrantes —en su mayoría venezolanas— cruzan con hambre, miedo y cansancio. Algunas son deportadas desde México, otras vienen tras largas travesías. Muchas cruzan de noche, para evitar controles. Lo hacen con niños en brazos, mochilas vacías y esperanzas frágiles.
Cristofer Pérez, del Servicio Jesuita para Migrantes en Costa Rica, lo dice sin rodeos: “Muchos de los que atendemos regresan en condiciones inhumanas, sin nada, casi sin dignidad”. Por eso, cada gesto cuenta. Como el de Susana Duarte Platero, maestra jubilada y sobreviviente de cáncer, que lidera un grupo de vecinos que ofrece café, galletas y chocolate caliente a quienes llegan en la noche. Su familia también fue migrante: “Después de todo lo que viví, quiero ayudar a quienes más lo necesitan”, cuenta. Su gesto es pequeño, pero tiene la escala de lo humano.
Allí también están las religiosas de una comunidad intercongregacional. Reina Perla, Hna. Del Buen Pastor, recuerda cómo en la crisis del Darién se trasladaron para asistir a los migrantes. Hoy, aunque el flujo hacia el norte ha bajado, su labor sigue. Porque quienes vuelven también necesitan una mano.

Acompañar más allá de la asistencia
Uno de los ejes del encuentro fue reafirmar el sentido del acompañamiento. No basta con un plato de comida. Es necesario escuchar, mirar a los ojos, compartir la dignidad. Porque el acompañamiento sociopastoral es una forma de decir “estoy contigo” cuando el mundo parece decir “no perteneces aquí”. Como señala la hermana Norma Hernández, coordinadora de la RJM-CAM: “No somos solo activistas. Acompañamos porque creemos en un Dios que camina con su pueblo. Acompañar es una opción espiritual, no solo una función social”.
El padre José Luis González, SJ, referente de la red, subraya los desafíos actuales: enfrentar políticas cada vez más restrictivas que criminalizan a quienes migran y fortalecer redes de solidaridad. Pero también hace un llamado a ir más allá de lo inmediato: “Debemos responder a las causas estructurales del éxodo —la pobreza, la corrupción, la violencia— y no limitarnos a mitigar sus consecuencias”.
La salud mental fue otro tema recurrente. El dolor no siempre es visible. Muchos migrantes retornan con duelos acumulados, traumas no hablados, vínculos rotos. La atención psicosocial, dicen desde la red, no puede ser una opción secundaria. Es un pilar fundamental.
Una red con alma, historia y horizonte
Detrás de la articulación actual de la Red Jesuita con Migrantes hay una historia que comenzó en 1998, cuando los Provinciales jesuitas de América Latina reconocieron la migración como uno de los signos más urgentes de los tiempos. Encargaron al hermano Raúl González Fabre, SJ, sistematizar lo que ya se hacía y proponer un camino. Así nació una propuesta de trabajo con tres raíces: presencia cercana, comprensión profunda y defensa pública.
La contradicción Norte-Sur fue identificada desde el inicio como el eje estructurante. Y la migración, como frontera del dolor, pero también como lugar privilegiado para el testimonio cristiano. Hoy, esas intuiciones siguen vigentes.
Conclusión: una red con alma en el sur que resiste
La migración inversa no es un fenómeno cualquiera, es una crisis humanitaria que pasa desapercibida, el reflejo de un mundo que no ha logrado ofrecer condiciones dignas para todos. Pero también es un lugar donde, en medio del dolor, brota una esperanza nueva. El XIII Encuentro Sociopastoral concluyó con una Eucaristía presidida por Monseñor Luis Saldaña, Obispo de David, en un ambiente festivo y a la vez comprometido. Porque si algo deja claro este Encuentro es que la Red Jesuita con Migrantes está tejida por personas que creen, con esperanza y compromiso, que vale la pena seguir caminando junto a quienes siguen cruzando fronteras.
