En Centroamérica la democracia sigue siendo una alta deuda pendiente, y en lugar de una institucionalidad sólida, nuevas expresiones autoritarias que buscan embelesar a la sociedad se han apoderado de nuestros pequeños Estados. Sin embargo, soñamos con una Centroamérica en donde construyamos democracias no solo políticas sino económicas, sociales y culturales, sin oligarquías y sin esas feroces alianzas entre élites oligárquicas y transnacionales.
El talante más profundo desde nuestra fe cristiana en estos tiempos neoliberales extremos es resistirnos al falso brillo del capital y a los falsos brillos de los nuevos autoritarismos. Y estamos llamados a encender luces desde la periferia porque el brillo del capital conduce irremediablemente a la destrucción, al desastre. Solo las luces que encendamos al margen de ese gran falso brillo sobrevivirán e iluminarán el camino del Buen Vivir que ha de surgir de las cenizas de la destrucción de las diversas industrias extractivas.
Una de las tareas para saber situarnos en estos tiempos convulsos es la de reinventar el imaginario de la organización popular y social desde el respeto a todas las diversidades, que articule la política con lo social y comunitario, y se sacuda a los autoritarismos construidos desde el poder mediático como ocurre en El Salvador.
Las luces que se construyen desde la periferia no parecen existir porque están opacadas por el gran brillo del capital. Pero son luces que no se apagan, a pesar de la impunidad y de los nuevos dictadores construidos desde lo mediático, que parecen “cools”, pero son tan crueles o más que los dictadores rudos del pasado. Son luces de gente que pasa desapercibida haciendo el bien. Ese heroísmo cotidiano es una reserva espiritual, mística y ética que ha de alimentar las luchas sociales y populares. Y nos ayuda a redescubrir el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo.
Esa generosidad no se aprende en manuelas, ni en formaciones o talleres, ni se apropia en cursos de teología. Se aprende del testimonio de la gente humilde. Usted va a una comunidad, y tan pronto ingresa a una casa humilde y de escasos recursos, y siempre encontrará una sonrisa, una taza de café y una hamaca en donde descansar. De esta generosidad hospitalaria que tanta falta hace en los círculos políticos y eclesiásticos, se ha de alimentar la formación de nuevas generaciones de liderazgos. Los nuevos liderazgos o son generosos y se alimentan de la gratuidad, o no serán nuevos liderazgos. Esto supone una inserción en el mundo histórico de los pobres. No se puede alimentar una nueva generación de liderazgos si seguimos privilegiando estructuras institucionales que dan seguridad en tiempos fluidos y de ebullición.
Estos tiempos nos invitan no a ver hacia los autoritarismos “coolls” que nos embelesan con sus redes sociales, sino a volvernos al misterio de la Encarnación. Dios se hizo humanidad, y se hizo como los demás abajándose, y desde esa perspectiva nos muestra un nuevo camino. La Iglesia debía tomar en serio el llamado del papa Francisco, perder el miedo a la calle, al barrio y a la juventud marginalizada, y desde esas realidades repensar y actualizar la identidad de la misión evangelizadora. Tenemos el desafío de ser Iglesia sencilla. Necesitamos formular, entender y construir hoy, en este siglo veintiuno, la manera más sencilla de ser Iglesia, sin quedarnos viendo hacia arriba hacia los nuevos autoritarismos. Y sabiendo ser conciencia crítica y propositiva en una sociedad pluralista, violentada y compleja.
San Óscar Romero, Monseñor Romero sin más, el más universal de los salvadoreños, es el guía nuestro en todas las circunstancias, y nadie pudo dudar de su fidelidad a la vida de los pobres desde su fe y amor al evangelio. Las palabras que mejor recogen esta fidelidad quedaron recogidas de la manera más espléndida en la siguiente formulación, y lo citamos textualmente: “Lo que marca para nuestra Iglesia los límites de esta dimensión política de la fe, es precisamente el mundo de los pobres. En las diversas coyunturas políticas lo que interesa es el pueblo pobre…Según les vaya a ellos, al pueblo pobre, la Iglesia irá apoyando desde su especificidad de Iglesia, uno u otro proyecto político. O sea que la Iglesia así es como mira la situación actual: apoyar aquello que beneficia al pobre; así como también denunciar todo aquello que sea un mal para el pueblo”.