La fiesta de la independencia es defendida y proclamada desde la sabiduría de quienes tienen el poder. Es la sabiduría del mundo. Es tanto así, que quienes no hablan de lo “maravilloso” que es ser independientes, es como si estuvieran locos, desquiciados o desadaptados sociales.
La fiesta de la independencia es claramente ideológica en tanto expresa una euforia y un civismo patriótico que por sí misma oculta la ausencia de patria justa y compartida, al tiempo que expresa el rechazo y descrédito de los que luchan verdaderamente por una independencia y soberanía en dignidad y justicia. Estas fiestas de independencia se organizan desde los triunfadores desde el poder que aplasta, al tiempo que aplastan, desacreditan y discriminan a personas y organizaciones honradas, justas y entregadas.
Cuestionar la falsedad y la ideología que se expresa en la fiesta de independencia es situarnos en la dimensión, de abajamiento del mensaje cristiano, de “locura de la cruz” de la que habla el Nuevo Testamento. Si la Iglesia renuncia a esa “locura” renuncia a sí misma y a su razón misma de ser. Este es el motivo por el cual la búsqueda de la “sabiduría del mundo” acaba siendo perniciosa.
Además, como Iglesia hemos de cuestionar estas celebraciones; mientras se usan símbolos que conmueven y movilizan con tambor y banderas, se oculta la verdadera vida dependiente y esclavizada que define a la mayoría de la población hondureña. Como Iglesia hemos de situarnos en el camino de los pobres, y en la escucha y búsqueda de respuestas de sus clamores. En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en lo referente a la vida económica, los documentos de la Iglesia actualizan el misterio de la encarnación afirmando lo siguiente: “Cuando el pobre busca, el Señor responde; cuando grita, El lo escucha. A los pobres se dirigen las promesas divinas: ellos son los herederos de la alianza entre Dios y su pueblo…”
Por ello mismo, la actividad de la sociedad entera ha de estar al servicio de la dignidad de las personas, especialmente de los pobres. Así lo afirma la Iglesia: “La actividad económica y el progreso material deben ponerse al servicio de la persona y de la sociedad dedicándose a ello con la fe, la esperanza y la caridad de los discípulos de Cristo, la economía y el progreso pueden transformarse en lugares de salvación y de santificación”
La opción preferencial de la Iglesia por los pobres, ha de llevar a cuestionar el sistema y el modelo cómo se organizan los bienes que finalmente benefician a muy pocas familias. Por eso, la Iglesia propugna por una reorganización de la sociedad orientada a que los bienes se destinen para el bienestar digno de todos los miembros de la sociedad. Concluimos entonces el presente enfoque, con la siguiente cita que nos ayuda a recordar que la independencia y soberanía la alcanzaremos cuando en la sociedad compartamos equitativamente los bienes de la tierra, y cualquier propiedad privada debe quedar subordinada a la búsqueda del bien común. Así lo dice la DSI: “Los bienes, aun cuando son poseídos legítimamente, conservan siempre un destino universal. Toda forma de acumulación indebida es inmoral, porque se halla en abierta contradicción con el destino universal que Dios creador asignó a todos los bienes”