En tiempos proselitistas –que en Honduras es todo el tiempo– los políticos aprovechan todo: el dengue, la corrupción, los migrantes y en estos días los escándalos de los partidos políticos embarrados en el narcotráfico.
En todos los tiempos los partidos políticos siempre dan un paso al frente para decir que luchan contra la corrupción y el narcotráfico, y cada partido lanza las piedras sobre los otros partidos. Narcos son los otros. Los políticos tienen una enorme capacidad para sobrevivir exitosamente a todas las coyunturas del país. Sus dirigentes tienen incluso la virtud de proponer y hacer realidad las reformas políticas, y convertirlas de inmediato en factores para afianzarse más en el poder. Tuercen las leyes a su favor para caer siempre como el gato, parados.
Nunca está de más volver de cuando en cuando sobre los políticos de esta patria herida, ellos se entienden, no importa la ideología, no importa si en el Congreso Nacional se lanzan gritos, o si aparecen un video o muchos en donde los políticos aparecen haciendo negociaciones con narcos de alto calibre.
Los políticos siempre se acaban entendiendo, siempre acaban en cuartos oscuros, poniéndose de acuerdo en el reparto de cuotas de poder. Ahí donde se ha torcido la ley, ahí han estado presente los partidos políticos; donde ha existido abuso de poder e impunidad, ahí han estado los partidos políticos; ahí donde ha existido mentira y demagogia, ahí han estado presente los partidos políticos, no importa del color y del lenguaje que sea.
La Iglesia no puede quedarse sin decir de frente su palabra, y de iluminar esta realidad. Ya lo dijo de manera tan bonita Monseñor Romero: “La palabra de Dios tiene que ser una palabra que toque la llaga del presente, las injusticias y los atropellos de hoy, y esto es lo que crea problemas. Esto ya es decir: ‘La Iglesia se está metiendo en política’…la palabra de Dios ilumina por una parte lo horrible, lo feo, lo injusto de la tierra y alienta el corazón bueno, los corazones que, gracias a Dios, abundan” (Monseñor Romero, Homilía del 4 de diciembre de 1977)
Los políticos nuestros han instaurado un concepto de política que es sinónimo de suciedad y de podredumbre, de triquiñuelas y de acuerdos de cúpulas. De manera que la política, como expresión esencial de las personas en su dimensión pública, está inmediatamente asociada con la maldad y con lo torcido.
Recuperar la política es uno de los desafíos centrales de nuestro tiempo. Necesitamos la política. Pero la necesitamos liberada de la podredumbre en la que se encuentra. Trabajar por una nueva cultura cívica y ciudadana es tarea política y ética de primer orden. La Iglesia llama esta labor, la política del bien común, como el criterio número uno para el buen gobierno,
El bien común es el criterio que debe estar en la base de todo quehacer público, conforme a la Doctrina Social de la Iglesia.Y en nuestro tiempo, a nuestra Iglesia ha de acompañar e iluminar desde el Evangelio a la población más pobre y que sufre las consecuencias de la podredumbre de la política. La Iglesia hondureña ha de poner signos inequívocos de que vive, está y defiende a los más pobres. El lugar privilegiado de la Iglesia es el mundo de los pobres. Ellos son criterio para la propia identidad de la Iglesia. San Óscar Romero dijo al respecto estas formidables palabras en su homilía una semana antes de su asesinato: “Los pobres han marcado el verdadero caminar de la Iglesia. Una Iglesia que no se une a los pobres para denunciar desde los pobres las injusticias que con ellos se cometen, no es verdadera Iglesia de Jesucristo”
En este tiempo de tanta incertidumbre, inestabilidad y miedos ante escenarios oscuros que se pueden abrir, la Iglesia hondureña, de manera muy especial, ha de poner su tienda y el Evangelio entre los sectores sociales y populares que defienden los derechos humanos, los bienes naturales y la tierra, y particularmente el derecho a la libertad de expresión y a vivir en democracia.
Desde este lugar, la misión de la Iglesia se llenará de contenido, y su palabra y testimonio contribuirán a recuperar su credibilidad como continuadora de la vida y misión de Jesucristo en nuestros días. ¿Cómo ha de ser la iglesia?, dejemos que sea Monseñor Romero quien nos lo diga, como conclusión de nuestro enfoque de fe: “Queremos ser voz de los que no tienen voz para gritar contra tanto atropello contra los derechos humanos. Que se haga justicia… Una Iglesia que se instalara sólo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvidara el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera Iglesia de nuestro divino Redentor”