Un día de 1979 lo dijo San Óscar Romero: “Un periodista o dice la verdad o no es periodista…”
Sin duda, la tarea esencial de quien tiene que ver con la palabra y con los medios de comunicación es poner la verdad sobre la realidad por encima de los intereses de los grupos de poder. Y así es la Palabra de Dios, pone la realidad y el sufrimiento de la gente oprimida por encima de las ideologías o intereses de grupos.
El Evangelio es todavía más preciso con esa sentencia de nuestro Señor Jesucristo universalmente conocida: “Ustedes serán mis verdaderos discípulos si guardan siempre mi palabra; entonces conocerán la Verdad, y la Verdad los hará libres” (Juan 8, 31-32)
San Romero es sin duda el modelo de comunicador social, y logró actualizar de la manera más lúcida el mensaje del evangelio. En su palabra encontramos la mejor inspiración para una práctica humanizadora de la comunicación y una interpelación de aquellas formas y medios de comunicación deshumanizadoras. Monseñor Romero puso la palabra, su voz, sus homilías, los medios de la Iglesia al servicio de la realidad y de la justicia desde los pobres y al servicio de la verdad.
Monseñor Romero reconoció el papel importante y maravilloso de los medios de comunicación. Sin embargo, lamentó que en lugar de ponerse al servicio de la verdad, estos importantes medios confundieran y se desviaran de la verdad. Así lo dijo un día, y citamos textualmente: “Quiero decir que esos medios maravillosos como el periódico, la radio, la televisión, el cine, donde grandes masas humanas están comunicando un pensamiento, muchas veces son instrumentos de confusión. Esos instrumentos, artífices de la opinión común, muchas veces se utilizan manipulados por intereses materialistas y así se convierten en mantenedores de un status injusto, de la mentira, de la confusión: se irrespeta uno de los derechos más sagrados de la persona humana, que es el derecho a estar informado, el derecho a la verdad” (Homilía, 7 de mayo 1978)
San Romero, como modelo de comunicador y evangelizador de nuestro tiempo, ante el peligro de que los comunicadores que denuncia y se sostienen en la verdad, fueran marginados, dijo lo siguiente, y lo citamos: “No le tengamos miedo a quedarnos solos si es en honor a la verdad. Tengamos miedo de ser demagogos y andar ambicionando las falsas adulaciones del pueblo. Si no le decimos la verdad, estamos cometiendo el peor de los pecados: traicionando la verdad y traicionando al pueblo” (Homilía, 25 de noviembre 1979)
Si una persona dedicada al periodismo se ciñe a lo que nos advierte Monseñor Romero, nunca recibirá premios de la gente de poder ni de sus instituciones. No recibirá premios, sino amenazas. Quien se mantiene en la verdad y no se deja sobornar por quienes manejan los hilos del poder, pagará un precio. San Romero pagó ese precio con su vida. Lo mismo ocurrió con otro gran comunicador social, el jesuita mártir, Ignacio Ellacuría. Este hombre comprometido con su palabra al servicio de la verdad y de la justicia, supo situar la crítica a los medios de comunicación en el marco de una crítica a la democracia. Escuchemos sus palabras: “el gobierno y los propietarios de los principales medios de difusión masiva, suelen hablar de libertad de opinión y de prensa como derechos fundamentales y como condición indispensable de la democracia. Pero si esa libertad de opinión y de prensa sólo la pueden ejercitar quienes poseen medios no adquiribles por las mayorías, resulta entonces que la libertad de prensa y de opinión así ejercida, es un hecho que hace imposible la democracia”
Ellacuría fue mucho más allá. Consideró que la labor de la palabra no es sólo potestad del periodista con título. Es potestad del pueblo, y que la palabra ha de tenerla y recuperarla el pueblo desde sus propias comunidades, y así concluimos citando textualmente sus palabras: “Que el pueblo haga oír su voz, que el pueblo reflexione, desde el punto de vista de la Iglesia, en sus comunidades de base; desde el punto de vista social…Que reflexionen sobre la situación del país, que exijan ser bien informados. Que hagan sentir cómo se necesita cuanto antes un desarrollo económico profundo del país, cómo se necesita que se resuelva su problema de injusticia”.