Viernes, 15 Junio 2018

BIBLIA, IGLESIA Y SOCIEDAD

Uno de los temas debatidos en estos días ha sido el de la lectura de la Biblia en los centros educativos.  Más que aislar o individualizar el tema de la lectura obligatoria de la Biblia habría que contextualizarlo afirmando que, en el fondo, se trata de ver cuál es o debe ser el papel de la Iglesia en la sociedad.

Nuestras Constituciones son herederas del pensamiento liberal consolidado después de la Colonia donde se veía como una necesidad separar la Iglesia y el Estado.  Los casi doscientos años transcurridos desde la independencia nos dejan una historia donde no siempre se ha seguido este principio al pie de la letra; llena de altibajos, avances, retrocesos, así como de nuevos planteamientos.  Y, sin temor a equivocarnos, podemos decir que es una historia inconclusa, abierta e inacabada.

Cada país, cada cultura y cada coyuntura político social ofrece matices, posturas y respuestas diferentes.  Igualmente, diversa es la posición de la feligresía puesto que las Iglesias, normalmente, no son “mono” sino “pluri-clasistas”. O, también como sucede actualmente en la Iglesia Católica, se dan divisiones, fracturas o se presentan posturas y movimientos contrapuestos.  Y la otra diferencia grande es que hoy día el monopolio religioso ya no lo tiene la Iglesia Católica, sino que es compartido con cantidad de denominaciones evangélicas y pentecostales.

A nuestro entender con los últimos gobiernos se ha consolidado una alianza tácita entre los grupos evangélicos y los gobiernos de turno.  Con ello se dan dos características notorias: el gobierno ha obtenido una “consolidación y legitimación” alternativa a su proyecto político-social; por otro lado, los grupos evangélicos han dado un giro al proyecto de la modernidad puesto que han asumido como parte de su misión y tarea el mundo de la política.  No solamente se interesan por la política, quieren estar cerca de ella, luchan por ella, hacen política y se benefician de ella.

Es normal que en cualquier proceso electoral del continente haya un partido político evangélico, tengamos presidentes evangélicos, diputados, congresistas, haya bancadas evangélicas y/o negocien el voto de sus iglesias a cambo de poder y beneficios eclesiales.  El reverso de este fenómeno de asunción acrítica del mundo de la política, por decirlo de alguna manera, es que terminan legitimando golpes de estado, que haya congresos y senados corruptos, avalando dictaduras, genocidios, aprobando legislaciones contrarias a los derechos humanos, ecológicos o de los pobres.  El que se aprueban cambios constitucionales o fraudes electorales.  O la venta del país y sus recursos a las transnacionales.

Sin embargo, en estos momentos tenemos otro referente distinto y es el de la Iglesia Católica de nuestro entorno.  A pesar de sus ambigüedades, negligencias y maridajes espurios, se va dibujando una presencia de la Iglesia que rectifica errores, se hace más auténtica, coherente y evangélica.  Se hace libre e independiente ante todo poder.  Se identifica con su misión evangelizadora, se acerca a los pobres, abre caminos de diálogo, justicia y trasparencia.  Desenmascara a la política y políticos corruptos.  Su proyecto eclesial, en contraposición al de nuestros gobiernos, cobija, apoya y anima a los jóvenes para que sean los protagonistas del cambio social y cultural.

En fin, ha abandonado su tarea de legitimar todo tipo de políticas y políticos.  Y por supuesto, reconocer que su misión no es la de luchar contra el laicismo, sus límites y fronteras, sino desde la fuerza y el poder del Evangelio del Reino construir ciudadanía y sociedades fraternas, inclusivas, plurales donde todos tengan cabida.

Aunque tal vez esto suene a discurso apologético es más bien una realidad que va cobrando fuerza, rostro y esperanza.  Se recupera la tarea y misión de la Iglesia como un aporte válido para nuestros países plurales y globalizados.

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