Viernes, 18 julio 2025  

Creer en nuestras propias fuerzas

Cuando la gente cree en sus propias fuerzas y capacidades, por muy pobre que sea, siempre surgirán oportunidades para sacar adelante el futuro. Por el contrario, cuando la gente se deja vencer por las angustias, o se ha quedado esperando que le den migajas o limosnas, entonces las oportunidades se cierran, y el futuro solo puede ser de miseria humana y espiritual. Y de continuas manipulaciones por fuerzas extrañas y externas.

¿Cuáles son las actitudes y sentimientos que más dominan en esas zonas en donde dejó imborrables huellas el capital de las empresas extranjeras? Pesa mucho la herencia de anclarse en el pasado, en esa nostalgia que dice que todo tiempo pasado fue mejor. Y desde esa actitud nostálgica, las personas y comunidades difícilmente harán frente a sus angustias con dignidad y con la frente en alto. En esos lugares hacen sus nidos los politiqueros de todos los partidos, especialmente en tiempos de campañas.

Además de los políticos que llegan con regalías a cambio de un indigno voto, en estos lugares, petrificados en la nostalgia del pasado infecundo, tiene cabida algún pastor cargado de un cielo que se promete a quienes se encierren en sus miedos, huyendo de sus culpas y pecados. Si alguien lleva algo para regalar, abundan las manos extendidas, pero si algún despistado llega sin nada en la mano y con propuestas de organización, las puertas se cierran y las manos no se extienden ni siquiera para un saludo pasajero.

El daño más profundo que heredamos de las compañías bananeras y de todo tipo de enclave fue haber inyectado anemia espiritual en comunidades para dejarlas sin fuerza propia, para dejarlas con una mentalidad puesta en que otros, los de afuera, vengan a resolver sus problemas. Ese daño significa que las transnacionales se robaron el espíritu de un pueblo que dejó de ser luchador en altas dosis, y al arrebatar esa dignidad, la gente quedó sin fuerza dentro de su corazón para emprender con brillo un nuevo andar.

Siempre esperan que el brillo venga de otros iluminados. Es una anemia que se propaga y cruza tiempos y generaciones. El daño que las compañías transnacionales han dejado en la sociedad no solo es material, sino un daño profundamente espiritual. No solo se llevaron riquezas materiales, sino que arrancaron el espíritu de la población trabajadora. Ese espíritu es el que hoy hemos de saber inyectar en las nuevas generaciones para que nos convenzamos de que a la lucha por conquistas y derechos materiales, se ha de unir la lucha por alcanzar la dignidad de un pueblo que cree en sí mismo.

Esa dignidad es fuerza espiritual que convertida en lucha como comunidad organizada puede hacer de las pobrezas y calamidades más hondas un instrumento para la transformación de la sociedad. El asunto no se resuelve solo con cambiar instituciones o gobiernos. Es algo más de fondo: que la gente se llene de espíritu para luchar por su propia dignidad mientras se va haciendo pueblo en el camino.

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