Cuando creímos que los tiempos anunciaban aires nuevos, democratizadores para la sociedad, se abrió el escenario verde olivo y moteado. Y se avala con la bendición de muchos que dijeron NO al militarismo en tiempos de JOH y de la siempre mal nacida narco dictadura.

Los militares actuaron con firmeza para implementar el golpe de Estado. Entonces todo mundo los repudió.  A partir de entonces salieron de los cuarteles como en tropel. JOH se dio el taco de conformar la Policía Militar del Orden Público, como su guardia pretoriana. ¿Han cambiado automáticamente porque cambió el gobierno?

Quién iba a decir que ese engendro moteado –nacido para reprimir y salvaguardar las rutas del narcotráfico, que dejó regueros de sangre tras las protestas en contra de la reelección, y sin haber pasado por juicio y condena judicial alguno– se convertiría en el brazo armado preferido y consentido por la actual administración pública. Y tras hincarse ante las cámaras de televisión, su comandante invocó ante la admiración piadosa de mucha gente, la voluntad divina para no volver a caer en la corrupción, porque para dar cuentas solo a Dios y nunca a la justicia terrenal hondureña.

Las élites políticas y empresariales no se sienten a gusto gobernar sin la fuerza de los militares. Tienen miedo, por ello se hacen un nudo para protegerse en torno a un proyecto que conduce a rendir culto al color verde y moteado del liderazgo militar. Y de ribete al color azul sublime de las cúpulas policiales, que tampoco dan cuenta de sus relaciones ilícitas y vinculantes con la criminalidad organizada.

El peligro actual es que ante la ola de violencia y criminalidad, en lugar de investigar, perseguir, enjuiciar y condenar a los auténticos barones de las maras de altísimo vuelo, se persiga masivamente y a rienda suelta a los supuestos delincuentes callejeros y juveniles, y que quienes diseñen, avalen y dirijan esta operación de orden y seguridad sean quienes están estrictamente vinculados al Pacto de Impunidad. Y lo saben: ningún operativo de fuerza o reactivo resolverá por sí solo el agudo y hondo problema de violencia y seguridad. Solo lo calma, porque luego se alborotará más.

Y todavía más grave que, en plena propuesta de supuesta construcción democrática, se nos imponga el pensamiento militarista desde las alturas oficiales, recordándonos que en la lógica militar no se discute, no se consulta, se obedece y punto. Y así, con aplauso popular incluso de nuestra tan especial izquierda oficialista, avancemos a lo que los políticos, altos empresarios y militares siempre soñaron: tener un pueblo políticamente obediente y no deliberante, con más éxito cuando quien lo grite y clame sea el “el pueblo llano, municipal y espeso”, de la ironía propia del laureado poeta allende la frontera vecina.