Jueves, 06 Julio 2023  

“Mal paga el diablo”.

Nadie abandona por aventura la comodidad de su casa, por muy humilde que esta sea, para emprender caminos de incertidumbre y con la angustia en el estómago por saber que a ese lugar nunca más podrá regresar. Nadie abandona la casa donde invirtió su vida, donde creció la familia, donde habitan tantos recuerdos, si no fuera porque en ese lugar la vida se volvió un dolor ingrato por la mano del sicario.

Nadie se aleja del calor y la complicidad de la familia, a pesar de sus imperfecciones. Nadie en su sano juicio abandona el sabor de su comida familiar y menos abandona el encuentro y sonrisa de sus vecinos. Nadie lo haría, si no fuera porque ahí ronda la mano asesina del minero.

Nadie abandona su comunidad donde los niños fueron a la escuela, donde se construyeron amistades de la infancia, donde se trabajó colectivamente para que todas las familias tuvieran agua, donde todos se aferraron a cuidar el río por el bien de las futuras generaciones. Nadie abandona su tierra si no fuera porque ahí solo te espera la muerte ordenada por la voz del agroindustrial.

Según el ACNUR, en Honduras, la violencia ha provocado el desplazamiento de más de 247.000 personas, una muestra de las angustias invisibles de un país que se desangra en silencio, con la esperanza en que la nueva Ley de desplazamiento sea torniquete que ayude reducir la hemorragia.

Lo irónico en la violencia de los defensores del ambiente, es que los mismos que un día llegaron al país con una mano adelante y otra atrás, fueron abrazados por la gente y les abrieron todas las oportunidades y hoy son los principales verdugos de la población que defiende sus ríos y montañas, aplicándoles la máxima fascista: encierro, entierro o destierro. Bien dice la sabiduría popular que “mal paga el diablo a quien bien le sirve”.

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