Mucha gente se pregunta por qué Dios permite tanto sufrimiento humano. ¿Dónde está Dios en el sufrimiento, zozobra, persecución y deportación de miles de migrantes, muchos de ellos compatriotas nuestros? El Evangelio de San Mateo, nos recuerda que ante la gente que sufre, Jesús dijo: “Todo cuanto hicieron por uno de estos mis hermanos más pequeños  conmigo lo hicieron” (Mateo  25, 40).

Jesús no ama ni busca arbitrariamente el sufrimiento ni para él ni para los demás, como si el sufrimiento fuera grato a Dios. Hay quienes creen y sienten que a Jesús se ha de seguir porque así ponen a sus pies su sufrimiento. Y está bien. Pero desde una lectura honrada del Evangelio, nos damos cuenta de que Jesús se compromete con todas sus fuerzas para hacer desaparecer de la humanidad el sufrimiento. Toda su vida fue una lucha por arrancar el sufrimiento que se da en las enfermedades, en los abusos, en las manipulaciones, en la muerte.

El que quiera seguir a Jesús no podrá ignorar a los que sufren. No puede ignorar a la población migrante que hoy es víctima de ese gran poder imperial en cuya cúspide se encuentra la gente más rica del mundo. La primera tarea de quienes seguimos al Señor ha de ser quitar el sufrimiento en la vida de los que están cerca de nosotros. No hay derecho a ser feliz sin los demás ni contra los demás.

Tomar la cruz es seguir fielmente a Jesucristo, aceptar las consecuencias dolorosas que se pueden venir por esa fidelidad. Este es el sufrimiento que sólo se puede rechazar dejando de seguir a Jesús. Jesús no comenzó invitando a tomar la cruz. Comenzó anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. La invitación a tomar la cruz surge al final por causa del Evangelio.

¿Cuál es entonces la voluntad de Dios?: salvar a la humanidad. Y una salvación desde la entrega, desde el amor que ha de llevar hasta las últimas consecuencias, que es la entrega hasta la muerte. Dios no creó el dolor, ni está en quien produce dolor. Dios no puede aceptar el dolor, el sufrimiento de los migrantes, ni puede estar con Trump ni su cúpula productora de sufrimiento humano. Dios está en los migrantes que sufren mientras son maltratados en su camino incierto y mientras son perseguidos, capturados y deportados.

Jesús torturado vivió supremamente esta fidelidad al amor liberador de la humanidad. Cuando le sobrevino la cruz, Jesús no se rebeló ni se resignó…Lo que es redentor en Jesús no es la cruz ni la sangre, sino su actitud a amar, su actitud de perdón y de fidelidad en la cruz. Por eso toda la vida de Jesús, y de un modo supremo en la cruz, es redentora. La muerte ratifica y expresa supremamente la constante fidelidad de Jesús en toda su vida, de no dejar nunca de amar.

La cruz y la muerte no pueden legitimarse. Siguen siendo un crimen. Si legitimamos la cruz y la muerte, estamos legitimando la cruenta realidad marginalizante de los migrantes, y nos convertimos en crucificadores y productores de migrantes. Pero la cruz y la muerte no lograron oscurecer sino clarificaron en extremo el amor y la fidelidad de Jesús a la voluntad salvadora de Dios. Y esto es lo que sostiene nuestro compromiso con los migrantes.

Nuestra misión con ellos no es por razones morales, es decir, porque sean buenos, ni porque resulta de un análisis sociológico. Está bien que hagamos análisis e interpretemos lo que hay de trasfondo en las decisiones económicas y políticas que conducen a las redadas de migrantes de su deportación. Pero desde nuestra fe, nuestra solidaridad con ellos no es porque sean buenos o malos o porque son solamente víctimas. Es porque en ellos Dios sufre y es crucificado.  Nuestro compromiso con los migrantes y la lucha por bajarlos de su cruz es por fe, porque en ellos sufre el Señor Jesús, y en comprometernos con ellos, se juega nuestra fe y nuestra identidad eclesial.