La cicuta y la cruz
¿Se puede vivir en el sistema dominante sin cuestionar el orden establecido? ¿Se pueden rechazar las creencias en los dioses de la sociedad? ¿Se puede vivir aceptando la injusticia? Estos grandes planteamientos llevaron a Sócrates a beber el veneno de la cicuta y a Jesús de Nazaret a la cruz.
En nuestros días, estas preguntas se reformulan y se plantean de la siguiente manera: ¿Es posible vivir de manera conformista en un sistema que legitime la corrupción y la impunidad? Así se lo han planteado y respondido con sus vidas tantos defensores de derechos humanos, de las comunidades y sus bienes comunes; también de periodistas y personas que se han opuesto al sistema de corrupción, impunidad e injusticia. Todas ellas, personas asesinadas a mansalva, silenciadas sus vidas, condenadas de otra manera a beber el veneno de la cicuta y el sacrificio de la cruz. Y la mayoría de estos crímenes siguen en total impunidad.
Así ocurrió muchos siglos atrás con Sócrates y con Jesús de Nazaret. Ambos cuestionaron a los dioses de sus tiempos y la ilusión de un mundo perfectamente organizado, el cual no tenía que cambiarse y por eso los apartaron del camino.
Acusado de corromper a la juventud porque cultivaba el espíritu crítico y propositivo, cuestionaba las normas y la ilusión de que todo iba bien en su contexto y, además, porque proponía el camino de la verdad. Así estorbó y le hicieron beber el veneno de la cicuta a Sócrates.
Juzgado por predicar un Dios totalmente diferente y cuestionar las estructuras religiosa que tenían el monopolio de la salvación, finalmente, así fue apartado del camino y condenado a la cruz aquel judío marginal llamado Jesús de Nazaret.
Vale la pena seguir los caminos de la verdad y de la justicia. Cuestionar los dioses del poder y del dinero de nuestro tiempo, continuar exigiendo la CICIH, demandar procesos electorales democráticos, que a la derogación de las ZEDE se exija seguir la lucha por la soberanía agraria y ambiental, suspender la denuncia de la necesaria extradición, acabar con el inservible estado de excepción y llegar al final con las investigaciones que hagan justicia a los asesinatos de defensores ambientales como Berta Cáceres y Juan López. Es posible que la cicuta y la cruz sigan muy presentes en la vida de tantas personas que buscan la verdad y la justicia en la sociedad, luchando por un país sin corrupción, impunidad y crimen organizado. La cruz y la cicuta no son un mensaje fatalista del eterno retorno del crimen y de la muerte; más allá del sepulcro resplandece la luz de la vida y un mundo de esperanza y justicia que vence la muerte.
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