German Rosa, SJ


La reelección del presidente Donald Trump ha sido como una tormenta que ha provocado un gran impacto geopolítico, conflictos, incertidumbres y grandes obstáculos en las relaciones políticas internacionales. Su retorno ha significado una ruptura con la agenda del gobierno de Joseph Biden y ha generado tensiones de gran alcance en múltiples frentes.

Su postura ideológica, política y económica se caracterizan por sus planteamientos populistas, nacionalistas y conservadores. Sus argumentos retóricos populistas pretenden defender a la clase trabajadora norteamericana, sin embargo, cuestan conciliarlos con los beneficios que ofrece a las élites económicas más ricas de su país. En pocas palabras, se identifica su gobierno como un gobierno de los ricos para los más ricos de su país y de nuestro mundo globalizado. No podemos obviar que en su toma de posesión estaban presentes los grandes magnates de las plataformas digitales: Elon Musk de Tesla y SpaceX, Shou Zi Chew de TikTok, Mark Zuckerberg de Meta (Facebook), Sundar Pichai de Google. Y también Jeff Bezos – Fundador de Amazon.

Su ideología conservadora que rechaza las políticas progresistas promueve una agenda que favorece a los negocios, a los inversionistas y los empresarios. Además, fortalece las alianzas con líderes conservadores dentro y fuera de las fronteras de los Estados Unidos fortaleciendo el conservadurismo a nivel global.

Así se hizo sentir en su discurso en la toma de posesión presidencial. En el cual destacó pretensiosamente que la era dorada de los Estados Unidos comenzaba en ese momento que él asumía la presidencia de su país. En dicho discurso expresó una fuerte crítica al gobierno saliente de Joe Biden y las prioridades políticas inmediatas que ya ha comenzado a ejecutar. Entre ellas están: la declaración del estado de emergencia nacional en la frontera con México, el envío de tropas a la frontera, la designación de los carteles como organizaciones terroristas, la declaración de la emergencia energética y la política de “quédate en México”. Mensaje claro para los migrantes que llegan a la frontera sur de los Estados Unidos. Es evidente que su política será la de construir y fortalecer los muros jurídicos, policiacos y militares para reprimir y expulsar a los migrantes.

Se destaca en su narrativa el espíritu renacentista de convertir a los Estados Unidos en una nación orgullosa, próspera y libre, su determinación de perforar los suelos norteamericanos para autosostenerse energéticamente y el expansionismo que trasciende las fronteras norteamericanas con sus deseos de cambiar el nombre del Golfo de México y recuperar el canal de Panamá.

El hecho de haberse salvado del atentado durante su campaña electoral lo ha interpretado como un propósito divino, pues se siente salvado por Dios para hacer a América grande de nuevo: “Make America Great Again”. Una clara muestra de mesianismo político en su discurso presidencial, que, además, fue una mezcla de nacionalismo, promesas de recuperación económica, confrontación cultural y la narrativa de la grandeza de los Estados Unidos. En todas estas pretensiones, afirmó: “No seremos derrotados. No nos intimidaremos. No nos quebrantaremos y no fallaremos”.

De hecho, ya ha comenzado a aplicar su política de seguridad fronteriza ordenando al Departamento de Defensa cerrar la frontera para los migrantes, y ya han iniciado las redadas en fábricas, iglesias, escuelas, y en distintos lugares de trabajo, con deportaciones masivas, suspendió el programa de asilo y reubicación de refugiados, y prohibiendo la entrada de estos. El perfil del presidente Trump calza muy bien con sus posiciones xenofóbicas que criminalizan a los migrantes y ha ordenado adicionalmente controles rigurosos migratorios.

Además, revocó las políticas climáticas de la administración Baiden, retiró a los Estados Unidos de los Acuerdos de Paris que es un tratado internacional histórico que combate el calentamiento global. Y en el ámbito de la salud, retiró la participación de los Estados Unidos en la Organización Mundial de la Salud.

Con un decreto también liberó a los participantes en el motín del Capitolio del 6 de enero del 2021 al concluir su primer mandato. Y en otro ámbito, anunció fortalecer la inversión en la infraestructura de la inteligencia artificial con $500 mil millones, suspendió las ayudas por tres meses a terceros países y comenzó el cambio en la política comercial con un enfoque de “América Primero” (“America First”).

En todo este discurso no podemos olvidar sus promesas de campaña de imponer aranceles a Canadá y México, resolver el conflicto en Ucrania y transformar la industria automotriz.

En resumen, estamos ante el perfil de un presidente caracterizado por el populismo nacionalista, el conservadurismo, las políticas proteccionistas y antiglobalización, las deportaciones masivas y la criminalización de los migrantes, y el desinterés por el cuidado de nuestra casa común.

Con respecto a los países de América Latina y el Caribe, las relaciones estarán basadas en intereses económicos e inmediatos que garanticen la prosperidad y que beneficien a las élites económicas de los Estados Unidos. Sus alianzas se establecerán con gobiernos de corte populista y autoritarios. No es casualidad que haya invitado a su toma de posesión al presidente Nayib Bukele de El Salvador y Javier Milei presidente de Argentina. Esta tendencia pragmática tiene los riesgos significativos para la democracia porque ignora la importancia de los derechos humanos y las crisis que están siendo evidentes con la emergencia de gobiernos dictatoriales, las electo autocracias y las electo dictaduras en nuestro continente. 

Otro aspecto que caracterizará las relaciones de la administración Trump con nuestros pueblos latinoamericanos y caribeños será la lucha contra el narcotráfico. Buscará establecer acuerdos con países aliados para fortalecer la cooperación militar y policial, y de esta manera combatir las organizaciones criminales y el tráfico de drogas. Su prioridad en este caso será la asistencia militar más que la económica.

En este contexto se prevé tensiones diplomáticas con gobiernos que no sean considerados aliados o que no estén alineados con su política exterior.

En este panorama oscuro y difícil, la reacción de los países latinoamericanos y caribeños deben articular una política propositiva que construya puentes para garantizar el respeto de los derechos humano de los migrantes, los beneficios mutuos de inversiones en la región, una estrategia de seguridad para extirpar el narcotráfico y el crimen organizado.

Pero también, América Latina y el Caribe tienen que fortalecer sus relaciones con los tratados de relaciones comerciales, la cooperación recíproca y enfrentar los graves problemas que están causando las inversiones mineras y de los megaproyectos en el continente. Hay que fortalecer las alianzas políticas diplomáticas latinoamericanas y caribeñas buscando el mayor beneficio para nuestros pueblos. Esto marca una nueva era en las relaciones políticas y económicas de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Pues, se apuesta por la diversificación de las relaciones comerciales reduciendo la dependencia de los Estados Unidos y el multilateralismo en un mundo globalizado en el cual no podemos encerrarnos en nuestras fronteras.

La política es el arte de lo posible porque es capaz de lograr lo que no se alcanza por otros medios. En el caso de las relaciones internacionales con el gobierno del presidente Donald Trump, la política está retada para lograr con audacia lo imposible. Dadas todas estas limitaciones reales y obstáculos que deben enfrentar los gobiernos latinoamericanos y caribeños.

Por otra parte, es imposible olvidar que los países de América Latina y el Caribe han sido considerados como el patio trasero de los Estados Unidos en sus relaciones políticas internacionales. Y cuando emerge una figura política como el presidente Trump no podemos ignorar el discurso del presidente James Monroe del 2 de diciembre de 1823 en el cual proclamó la Doctrina Monroe que se ha resumido en la frase: América para los americanos. Dicha política establecía que cualquier intervención europea y extranjera en América Latina y el Caribe sería considerada una amenaza de seguridad para los Estados Unidos. Esta doctrina sienta las bases para la influencia de los Estados Unidos en la región. Sumado a esto, fácilmente establecemos una relación estrecha entre la doctrina Monroe y el lema político de Donald Trump: América Primero (America First).

Dicha doctrina fue ampliada a principios del siglo XX por el presidente Theodore Roosevelt con la política del “Big Stick” o “la Política del Gran Garrote”. El presidente Roosevelt hizo una síntesis de la política con la fuerza. Lo que implica que los Estados Unidos debería resolver sus conflictos internacionales mediante la diplomacia, pero, si ésta falla, la fuerza puede ser utilizada para lograr los objetivos estadounidenses.

En estos tiempos que se requiere de la audacia de lo imposible en las relaciones políticas internacionales, cuánto hace falta que los líderes políticos de los Estados Unidos vuelvan a las buenas tradiciones de su política exterior, y que se nutran con las raíces de “la Política del Buen Vecino” proclamada por el presidente Franklin D. Roosevelt en 1933. La cual buscaba mejorar las relaciones con los países latinoamericanos y caribeños.

La política del Buen Vecino pretendía mejorar las relaciones con los pueblos latinoamericanos y caribeños mediante el respeto a la soberanía y la no intervención militar. Y promovía la cooperación y el respeto mutuo entre las naciones.

Y cómo no recordar a Jimmy Carter que en los años de 1977 – 1981 se centró en el respeto de los derechos humanos en su política exterior. Incluso, condicionando la ayuda a los países latinoamericanos y caribeños al respeto de los derechos humanos de sus ciudadanos.

Sin embargo, en la actualidad nos encontramos ante un presidente que parece seguir el lema de la Doctrina Monroe y la política del Big Stick o la política del Gran Garrote. Ante este gran desafío, los gobernantes de nuestros pueblos deben ser capaces de actuar con audacia por el bienestar de nuestros países y alcanzar acuerdos constructivos, lo que parece imposible en las relaciones políticas con la administración del presidente Donald Trump. Sin embargo, no hay que olvidar que la política actual exige la audacia de lo imposible y nos invita a trascender los límites de lo posible.