Nuestra palabra
Miércoles, 13 de marzo de 2019

Nutrientes hondureños de esperanza

Siendo un país conocido por sus altos niveles de violencia, desempleo, incertidumbre y miedo, y por su alto riesgo para quienes deciden defender sus derechos ante un Estado conducido por el núcleo más mafioso y ladrón de entre todos los políticos hondureños, es frecuente que surjan voces que preguntan e insistan de dónde carajos saca la gente luchadora sus dosis y energías para no deprimirse, tirar la toalla, y sobreponerse ante tantas adversidades.

Hay algunos nutrientes de esperanza que en su conjunto y en racimo, convierten a la gente luchadora en gente esperanzada. Son antídotos ante la depresión y desánimo a la que conducen los dramáticos datos de la realidad. Esos nutrientes se resumen en los siguientes:

Primer nutriente: la fe en el Dios de nuestra Vida, que no en el dios del dinero, ni el que alimenta una fe superficial o desmoviliza a través de espectáculos y religiones de muchas bullas. Es la fe inquebrantable en un Dios que nos lanza con su amor a unirnos a las causas movilizadoras de los pobres, y al encuentro con los demás sin distingos de religiones, sino desde el amor que hermana en la humanidad de los oprimidos.

Segundo nutriente: la memoria de los mártires, de esas personas que fueron asesinadas porque estorbaban al sistema, porque se lanzaron a denunciar la injusticia y abrazaron como suya las causas de los oprimidos. Es la memoria de mucha gente a la que confesamos mártires porque vivieron en constante riesgo, y sabiendo de las amenazas que se cernían, no se echaron para atrás y llegaron hasta el final, hasta ofrendar su vida.

Tercer nutriente: la generosidad de las comunidades desparramadas por laderas, montañas, mesetas, valles, aldeas y barrios populares que muy dueñas de su pobreza abren sus puertas y su corazón en rebeldía y resistencia innatas al individualismo, a los muros y a la sospecha que proceden de los que se afanan en convencernos de que hacer dinero, el consumismo, la propiedad privada y la competitividad son los grandes valores de nuestro tiempo. Con su generosidad, las comunidades nos educan en la solidaridad y en el desprendimiento como valores que no se compran ni se venden.

Cuarto nutriente: la organización con su trabajo en equipo y colectivo, rompe con esa lógica individualista del sálvese quien pueda, y de pronto conlleva a que la gente se sienta fuerte mientras camina con los demás. La organización es fuerza para los pobres, y la gente experimenta que una pueblo desorganizado es carne de cañón para grandes empresas y políticos corruptos, mientras que un pueblo organizado se hace respetar.

Quinto nutriente: la alegría que invade la sangre, los rostros, las miradas y los cuerpos de la gente luchadora. Somos un pueblo alegre, nos reímos hasta de nuestras propias desgracias, y todavía más de quienes nos tienen en desgracia. No es casual que en las movilizaciones y protestas nunca falte el baile improvisado, y al son de los movimientos corporales, nunca faltará alguien que saque de su escondite una guitarra, y de pronto, convertimos las trincheras de lucha contra la dictadura en fiesta popular.

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