Nuestra palabra
Miércoles, 14 Noviembre 2018

Y parieron un ratón

Cuentan de aquella fábula sobre los truenos, terremotos y estruendos de los montes para acabar pariendo un ratón. ¿No es acaso eso el tan publicitado diálogo nacional que está concluyendo? ¿Qué realmente ha salido de toda esa alharaca en la que nos metió el Departamento de Estado de los Estados Unidos en plena connivencia con el enclenque régimen de Juan Orlando Hernández?

El 21 de diciembre del año pasado, cuando el calendario marcaba el inicio del invierno en el hemisferio del norte, el más alto jefe de la diplomacia de Estados Unidos para América Latina le hizo saber al candidato nacionalista que el gobierno de los Estados Unidos anunciaría al día siguiente su reconocimiento como candidato ganador a condición de que convocara a un gran diálogo nacional con participación de todas las fuerzas sociales y políticas del país.

Ni lento ni perezoso, Juan Orlando Hernández declaró por todos los medios su llamado a dialogar argumentando con las melifluas y ridículas expresiones de que lo hacía para reconciliar a la familia hondureña. Cuando el 27 de enero Juan Orlando Hernández se clavó la banda presidencial, y mientras era bendecido por las iglesias y tenía en las calles a todos los cuerpos armados, y la ausencia total de mandatarios del mundo, reiteró su compromiso de convocar a ese gran diálogo nacional.

Apareció la ONU, con un conspicuo funcionario chileno que tan pronto asumió la representación en Honduras de ese organismo mundial, comenzó a tomar poses y formular expresiones que hacían recordar al Supermán de las tiras cómicas o a un Tarzán en los más crudos tiempos de la selva. El diálogo se presentó como la tabla salvadora del país entero, y así lo expresó el cuerpo diplomático europeo, y así lo vociferó la sociedad civil financiada por instituciones vinculadas al gobierno de los Estados Unidos.

Y allí estuvieron los meros achichincles de Juan Orlando Hernández y los de no menor categoría representantes de Nasralla y Luis Zelaya, hasta se abrieron cuatro mesas de negociaciones. La cosa se puso color de hormiga. El diálogo nacional del Departamento de Estado ha sido la gran respuesta que el país entero ansía.

Qué importan los conflictos entre empresas mineras y comunidades; qué importa el aumento a la energía; qué importan los acuerdos que asumen los políticos para afianzar sus privilegios; qué importa la estigmatización y criminalización de defensores de derechos humanos; qué importa a fin de cuentas que diez mil hondureños vayan en camino hacia el norte huyendo del espanto inseguro en el que unos cuantos vividores han dejado en el país. Lo que importa es que el diálogo ha sido exitoso.

Seguramente saldrán muchas páginas que repetirán aquello de buscar la reconciliación de la gran familia hondureña, y seguramente habrá muchas páginas con propuestas muy bien redactadas sobre reformas, reformas, reformas y más reformas. Todas ellas para que los políticos las pongan en marcha. Así el diálogo cumplió su cometido: un lugar de entretenimiento en las alturas para buscar acuerdos entre cúpulas, con unas cuantas reformistas y llamados vehementes a que el gobierno respete los derechos humanos. Unas reformitas y unos llamaditos a la conciencia, exactamente como el estruendo y cataclismos de los montes que acabaron pariendo un ratón.

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