El VIH que provoca el SIDA ha sido por mucho tiempo una enfermedad como fue la lepra en el tiempo de Jesús. Todavía hoy, con tanta información que se ha desarrollado, mucha gente sigue marginando a los enfermos de Sida.

¿Qué diría Jesús hoy?

Las páginas de los evangelios están repletas de enfermos. Ciegos, cojos, paralíticos y leprosos. Los textos sagrados tienen el cuidado de vincular a los enfermos con un amplio sector social a los que se identifica como los orillados, los marginados, los excluidos de la sociedad, como los cobradores de impuestos, los pescadores, los pastores, los niños, las mujeres, las viudas, los huérfanos y las prostitutas. Era una población que no sólo estaba excluida socialmente, sino que estaba señalada como pecadora por los códigos de la religión. Era una población desechada. La enfermedad era considerada una maldición.

¿Cómo se planta Jesús ante la persona enferma y ante quienes han sido condenados por pecadores? Se hace amigo y compañero de camino. De Jesús aprendemos la compasión y lucha por la liberación de las personas enfermas y las curó, que luchó contra las leyes que marginaban a los leprosos y enfermos, que se jugó la vida por ellas y ellos, y nos enseñó el camino que hoy podemos y hemos de seguir ante el drama del Vih-Sida.

La juventud y el Sida siguen siendo un desafío para toda la sociedad y para la Iglesia en particular. En nuestro país los centros hospitalarios siguen a veces sin tener siquiera acetaminofén, incluso sin algodón y sin equipos básicos para cirugías y otras necesidades para atender a los pacientes. Es buena noticia que se estén construyendo edificios para hospitales. Confiemos que estos edificios están dotados de todo lo necesario para que sean llamados hospitales. Sabemos que mucha gente es contagiada de dengue y otras enfermedades tropicales, y los pacientes no encuentran condiciones para recibir tratamiento digno.

La Iglesia, seguidora del mensaje evangélico de Jesús, ha de tener en los débiles a los sujetos privilegiados de su mensaje y de su quehacer. Y el distintivo de todo quehacer evangelizador ha de ser la atención y respuesta permanente a la población más débil de la sociedad, y la lucha para dignificar a los que ahora son enfermos y débiles.

Los amigos de la muerte niegan el derecho a la salud a muchas personas. Como Iglesia hemos de situarnos desde toda esa gente enferma como lo hizo Jesús, estableciendo amistad con ella, y así elevar la voz para que reine la equidad y la justicia como hizo Jesús al relacionarse con los enfermos de su tiempo.

Las personas más vulnerables para contraerle Vih-Sida son los pobres, especialmente la gente más pobre de países como el nuestro. Las personas débiles y sin poder, como las mujeres y los jóvenes, muchas veces por la violencia sexual o por la discriminación, sufren más que nadie los dañinos efectos de esta enfermedad. Al sufrimiento de la enfermedad, se añade la dolorosa marginación y rechazo que sufren las personas portadoras del Vih-Sida: son vistas como un peligro y amenaza, y en lugar de víctimas, se les trata como culpables. A todo esto hay que añadir que muchas veces a las personas que padecen esta enfermedad se les viola el derecho a la intimidad y confidencialidad.

De Jesús aprendemos la compasión y lucha por la liberación de las personas enfermas y las curó, que luchó contra las leyes que marginaban a lo leprosos y enfermos, que se jugó la vida por ellas y ellos, y nos enseñó el camino que hoy podemos y hemos de seguir ante el dama del Vih-Sida.