Nuestra palabra
Sábano, 05 de Enero 2019

Los migrantes de la caravana

Los rostros de los migrantes, que van en la ruta que los lleva hacia Estados Unidos, es la expresión de los que sufren, en carne propia y de manera directa, los embates de un sistema inhumano alimentado por el neoliberalismo que se reduce a la macabra ecuación de generar las mejores ganancias al menor costo posible. Un sistema manejado por la oligarquía de este país que busca despojar a la población de todos sus bienes hasta el grado de quitarles su país, desterrarlos y mandarlos expulsados de sus territorios.

En la caravana de migrantes que por ahora están en Tijuana, México, hay niños y niñas, muchos jóvenes. Esos menores que los vomita el sistema educativo, que han quedado fuera de toda posibilidad de acceder a una educación gratuita y de calidad. Son niños, niñas y jóvenes desamparados por la impopularidad de las leyes impulsadas por los políticos y por este gobierno usurpador del poder.

Allí van los jóvenes, muchos chavos y chavas, que forman parte del ejercito de los desempleados, los expulsados del sistema laboral, y perseguidos por la violencia, amenazados por los grupos criminales que operan a sus anchas con unos gobernantes que son cómplices y compadres en el negocio sucio.

En esa caravana están campesinos y campesinas. Esos hombres y mujeres que no tienen un pedazo de tierra para cultivarla y que se cansaron de ser el barzón de los terratenientes. Son hombres y mujeres del campo que a punta de bala, chantaje y engaños fueron despojados de las mejores tierras, y un gobierno que no apuesta a los pequeños agricultores sino a los grandes empresarios y empresas transnacionales.

En la caravana que está en Tijuana hay muchas mujeres que huyen de la violencia cultural, que no quieren morir a manos de un gobierno que las margina, las invisibiliza y las criminaliza. Un sistema que las hace a un lado, que las utiliza para sus fines y que no les proporciona los espacios para que puedan desarrollarse. Las mujeres ya no quieren ser víctimas del sistema patriarcal cuya violencia está acabando con sus vidas.

En la caravana, más del 90 por ciento son hondureños y hondureñas que desean un mejor porvenir para sus familias, que son trabajadores y trabajadoras que no se rajan, que tienen claro que, tal y como están las cosas en el país, un país secuestrado, sus posibilidades de llevar una vida digna se acaban.

Los migrantes le gritan en la frontera y en su propia cara al presidente Donald Trump que NO son ni terroristas ni delincuentes, son trabajadores internacionales que van en busca de lo que su propio país les niega. La caravana es la expresión de la grave crisis que Honduras viene arrastrando desde hace años y que los gobernantes, presentes y pasados, no han sabido resolver.

Los migrantes aspiran a vivir una vida mejor que se exprese en acceso a un empleo digno, seguro y bien pagado, a una educación gratuita y de calidad, a servicios de salud que centren su atención en la persona humana y no se convierta en mercancía para hacer ricos a unos pocos en detrimento de las mayorías. Aspiran a que se respete el derecho de acceder a un pedazo de tierra, a una vivienda y vivir a un ambiente seguro. Esas son las principales demandas de la caravana que hoy reclama sus derechos en tierras extrañas.

 

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