Mientras escribía y ahora usted lee estas líneas, Norma, Elena, Virginia, Astrid, Anita, Nora, Claudia, Domitila, Karla, Victoria y María están pensando, con lágrimas en los ojos, en sus amados parientes privados de libertad, encarcelados por el actual régimen. Ellos, posiblemente, están sin comer, sin bañarse, durmiendo en el suelo y sin tomar agua. Dígame usted si es fácil comerse unos frijoles con polillas o el arroz con heces de ratones; así están viviendo los privados de libertad en la cárcel de máxima seguridad, ubicada en el municipio occidental de Ilama, Santa Bárbara, conocida como “El Pozo”.
Las mujeres, durante siglos, hemos estado presentes en cada una de las trincheras de lucha por la defensa y reivindicación de los derechos de la humanidad. Sí, las mujeres están de frente con el cuerpo, con la vida. Es imposible no darse cuenta que las mujeres lloran a sus privados de libertad. En este proceso solo hay dos padres. Son las mujeres las que exigen libertad para sus presos. Cierre los ojos e imagine por un instante a su ser amado –hijo, hermano, padre, tío, pareja- encerrado, sin poder verlo, tocarlo y sin saber que, al menos toma agua. ¡Es doloroso!, abracemos su lucha.
Amor infinito que rompe rejas
Norma Ordoñez, mujer joven, es madre de tres hijos, dos de ellos están en “El Pozo”. José Orlando y Daniel Santos, 21 y 22 años respectivamente. Al mencionar sus nombres cierra los ojos, seguro que con la intención de no dejar escapar lágrimas de dolor, rabia e impotencia; finalmente los abre y dice “mis hijos crecieron en un hogar riguroso, de principios, involucrados en el negocio familiar –venta de comida- y participaban en la Iglesia Filadelfia”. Continúa diciendo “mi niño de 13 años llora cuando recuerda a sus hermanos, le ha pedido a Dios que sus hermanos salgan en libertad y que cuando eso ocurra se bautizará, es una promesa”.
Norma, de piel trigueña, es una mujer fuerte con sonrisa encantadora, sonrisa que se ha vuelto escasa. Ha bajado 15 libras: “estuve varias semanas sin comer, mi esposo también ha bajado de peso. Recuerda que la comida favorita de sus amados hijos son el pollo frito con tajadas y las baleadas, en medio de lágrimas, se le escapa una sonrisa y dice ¡puro carbohidratos!; hemos dejado de comerlo para evitar el dolor por su ausencia.
Ella es la única madre que hasta la fecha puede visitar sus parientes en “El Pozo”. Logró sacar el carnet que piden en los centros penales de Honduras, algo que no fue fácil dice: tuve que llevar todos los documentos que exigen, esperé casi dos meses para volver y acariciar a mis hijos, corroborar que están vivos.
El resto de familias lograron ver sus parientes, sin necesidad de carnet, el pasado 31 de diciembre de 2017. Eso fue posible por la intervención de defensores y defensoras de derechos humanos, de la zona Norte, ante el Mecanismo Nacional de Prevención Contra la Tortura, Tratos Crueles, Inhumanos o Degradante (CONAPREV). En esa oportunidad varios jóvenes defensores de derechos humanos acompañaron a las familias y tomaron su testimonio de viva voz.
“Ya se acabó esa época en que las personas ingresaban y salían de los centros penales a la hora que querían”, dijo el sub director del Instituto Nacional Penitenciario, German Mcneil. Los estrictos requisitos que deben cumplir las personas para visitar a sus familiares privados de libertad se vuelven casi imposibles, sobre todo si son de escasos recursos económicos. Según el artículo 10 del Reglamento de Visitas, para la obtener el carnet de visitas tienen que cumplir los siguientes requisitos:
1)Copia de la Tarjeta de Identidad de cada uno de los visitantes o Pasaporte en caso de ser extranjero;
2)Constancia de vecindad del municipio donde reside;
3)Constancia de Antecedentes penales vigente;
4)Constancia de antecedentes policiales vigente;
5)Tres (3) fotografías recientes (tamaño carnet);
6)Tres (3) cartas de referencias personales del visitante;
7)Certificación donde indique el parentesco con la persona que va a visitar;
8)Certificación de matrimonio en el caso de ser cónyuge de quien visita o declaración jurada debidamente autenticada por notario, cuando se trate de unión libre;
9)Nombre de la persona privada a visitar.
Una vez presentada la información recibirá el carnet para visitas, el mismo tiene vigencia de seis meses. Norma cuenta que tuvo suerte, le tocó esperar 24 días, en la mayoría de los casos se tarda hasta tres meses.
Sueños arrebatados
José Orlando Santos Ordoñez de 22 años, cursaba el primer año de Ciclo Común, trabajaba con su madre en el negocio familiar, Norma expresa que no le quedaba de otra. En Honduras no hay oportunidades para los jóvenes, es difícil que consigan un empleo digno.
Según el Banco Mundial, en el 2015 Honduras ocupó la tasa más alta en América Latina de población, entre 15 y 24 años de edad, de los catalogados “NINIS, es decir que en la actualidad hay más de 800 mil jóvenes que ni estudian ni trabajan.
A sus 23 años, Daniel Eduardo Santos Ordoñez estudiaba el segundo año de Ciclo Común, trabajaba en una moto taxi. Tenía que buscarle a la vida, dice su mamá, desde hace dos años tiene pareja. “Voy a ser honesta, mis hijos no participaron en las protestas y no porque sea malo, tenemos todo el derecho a manifestar nuestro rechazo, pero es injusto, muy injusto, que mis hijos estén encerrados y acusados de delitos que no cometieron. Usted va y consulta a los vecinos sobre su comportamiento y darán fe que tan buenos hijos son, no se meten en problemas con nadie”, expresa Norma.
Esta madre recuerda que sus hijos nacieron con un año de diferencia. Desde niños eran muy unidos, jugaban juntos, soñaban con terminar sus estudios y tener su negocio propio. Esos sueños fueron arrebatados por el régimen de Juan Orlando Hernández. Norma nunca olvidará el 26 de diciembre de 2017.
Madrugada de cacería
Las mujeres coinciden: el 26 de diciembre de 2017 fue una cacería en Pimienta, Cortés. Rememoran que lo “cateos” estaban a la orden del día. Ese día la Policía Militar, junto a policías COBRAS, tuvieron trabajo desde la mañana rodeando las viviendas. En la madrugada rompieron portones y puertas de varias casas. Otra interrumpe: “es que el dolor del doctor Raúl Ugarte – alcalde de Pimienta- es grande, lleva cuatro períodos gobernando, siempre ha ganado el alcalde y el presidente, pero este año no fue así”. Al otro extremo del espacio de reunión, una mujer más dice que este año la gente votó por el alcalde, pero no por Juan Orlando Hernández, el alcalde no se lo esperaba, no se lo esperaban, por eso ni fiesta hizo.
Norma recuerda que su casa estuvo rodeada por elementos COBRAS y agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), luego llegaron otros 10 elementos golpeando la puerta y gritando que la abrieran. “Me levanté toda nerviosa para abrir la puerta, cuando ellos entraron sentaron en el corredor de la casa a mi compañero de hogar para interrogarlo, le preguntaron cuántos hijos tenía, que cómo se llamaban, incluso, cuando preguntaron por la edad de mi hijo de 13 años no creyeron y nos tocó mostrar la partida de nacimiento”.
Agrega que le dieron vuelta a la casa,” según ellos buscaban armas y electrodomésticos robados, los muy descarado me dijeron: “no se preocupe señora, lo que buscamos ya lo encontraremos”, pero no encontraron nada”.
Cuando le consultaron sobre sus dos hijos ella respondió que uno estaba en el cuarto y el otro no estaba. José Orlando estaba en casa de la suegra: “me obligaron a que le llamara y como mi hijo no debía nada se vino, al llegar le tomaron fotografías, luego dijeron que se lo llevaría por seis horas para investigación, no volvieron”.
Ese día fue uno de los más largos, recuerda, esperando la entrega de sus hijos que nunca ocurrió. Les mantuvieron todo el día en la DPI, a las 10 de la noche los trasladaron a la Primera Estación de Policía en San Pedro Sula. La noticia más dura no tardaba en llegar; el 27 de diciembre, más o menos a las cuatro de la tarde, los llevaron a “El Pozo” acusados de incendio y otros estragos, daños agravados en perjuicio de la Secretaría de Seguridad y atentado contra miembros de la Policía Nacional.
Es tan grande la perversidad de las autoridades que al llegar a “El Pozo” les raparon la cabeza. Norma tiene claro que la intención es hacer pensar a la gente que ellos forman parte de maras.
Que sus hijos vuelvan a casa y disfruten un delicioso pollo frito con tajadas de guineo y comer baleadas, preparadas con amor, es el anhelo de Norma.
Por: Dunia Pérez
Feminista, defensora de derechos humanos del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación, ERIC-SJ.