Nuestra palabra

Miércoles, 10 de Abril de 2019

¿Qué hemos de celebrar en Semana Santa?

Los intensos calores de abril quedan asociados de inmediato con las tradicionales, y a veces olvidadas, devociones de semana santa. El calor invita a playas, ríos y excursiones. Y la feligresía activa se prepara con sus sombrillas y camándulas para las procesiones. Sin embargo, una vez que llegamos al calendario de semana santa, ¿Qué es lo que no puede faltar para que sea Semana Santa? ¿Qué es lo esencial de la semana santa?

Hay quien podría pasar la semana entera en procesiones y devocionarios, y sin embargo no vivir lo esencial de la semana santa, porque lo esencial no son las procesiones, aunque a mucha gente devota le guste y le ayude a su piedad. Para quienes profesamos la fe en Jesucristo, lo esencial de semana santa se encuentra en responder a la pregunta de cómo ser fiel a Jesucristo en nuestra historia personal, familiar, comunitaria y social.

Podríamos participar en muchísimas procesiones y devocionarios tradicionales, pero si las mismas no nos impulsan al compromiso con quienes padecen en carne viva el vía crucis, esas procesiones serán muy buenas, pero algo fundamental de cristianismo les falta. Es decir, lo esencial de la semana santa es volvernos al Evangelio para seguir en nuestra historia presente a los crucificados y animarnos en la esperanza de la resurrección sin abandonar jamás el compromiso con el camino de la cruz.

La Semana Santa es en efecto la memoria de la pasión y muerte de Jesucristo. Pero es una memoria que tiene un rumbo muy definido: el triunfo de Dios sobre la muerte, y por ello, la liturgia de la Semana Santa culmina con el domingo de Pascua, precedido por la imponente liturgia de la Vigilia Pascual, en la cual se testimonia el triunfo de la luz sobre las tinieblas, de la persona nueva sobre la persona vieja, de la Vida sobre todos los signos de la muerte.

Los cristianos confesamos a Jesús Hijo de Dios que nació pobre, creció en edad, sabiduría y en gracia de Dios, predicó el Reino de Dios, fue capturado y condenado a muerte de cruz por los romanos confabulados con las autoridades políticas y religiosas judías, murió con terribles gritos de dolor y de desesperación, fue enterrado, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Cuando lo mataron muchos lo abandonaron, pero otros le siguieron, especialmente mujeres.

Esta confesión es la que celebramos en la liturgia de la Semana Santa y a través de ella buscar ser fieles al Evangelio en la realidad presente. Por eso mismo, la Semana Santa ha de ser entonces un momento muy especial para que la Iglesia renueve su compromiso, como lo dice nuestro mártir jesuita, Ignacio Ellacuría, de luchar para bajar de la cruz a los empobrecidos que hoy son crucificados.

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