Nuestra palabra

Miércoles, 17 de Abril de 2019

Semana Santa, una liturgia para seguir a Jesucristo

Durante largos siglos, la Iglesia ha alimentado la devoción popular de la Semana Santa que acentúa la pasión, el dolor y en general el ambiente de muerte y de tumbas. Dentro de esta tradición, el Viernes Santo ha venido a ser el día central de las devociones populares, y dentro del mismo, la mayoría de la gente devota participa con recogimiento en las procesiones del Viacrucis y del Santo Entierro.

Esta tendencia a acentuar la pasión y la muerte del Hijo de Dios deja en un segundo plano la celebración de la vigilia pascual en la que se anuncia y celebra la pascua del Señor, el paso de la muerte a la vida, el triunfo de Dios sobre todos los signos de muerte. La luz vence la oscuridad. Con frecuencia, tendemos a ser más cristianos de viernes santo y mucho menos cristianos del Domingo de resurrección.

Si hemos de buscar una explicación a esta tendencia de celebrar con mayor impulso los ritos del dolor y de la muerte de Jesucristo, tendríamos que volver nuestra mirada a la propia realidad histórica y cotidiana de los pueblos sufrientes tanto hondureños como latinoamericanos. La realidad humana de los pobres está atrapada en tan malas noticias y de pasión impuesta que es muy difícil que no acabe expresándose en la liturgia religiosa de la Semana Santa.

La Semana Santa es en efecto la memoria de la pasión y muerte de Jesucristo. Pero es una memoria que tiene un rumbo muy definido: el triunfo de Dios sobre la muerte, y por ello, la liturgia de la Semana Santa culmina con el domingo de Pascua, precedido por la imponente liturgia de la Vigilia Pascual que, de testimonio del triunfo de la luz sobre las tinieblas, de la alegría sobre la tristeza, de la Vida sobre todos los signos de la muerte.

Los cristianos confesamos a Jesús Hijo de Dios que nació pobre, creció en edad, sabiduría y en gracia de Dios, predicó el Reino de Dios, fue capturado y condenado a muerte de cruz por los romanos confabulados con las autoridades políticas y religiosas judías, murió con terribles gritos de dolor y de desesperación, fue enterrado, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.

Esta confesión es la que celebramos en la liturgia de la Semana Santa. Hacemos memoria de este misterio salvífico, no para quedarnos ni en el pasado ni en los ritos vacíos, sino para que nos ayuden a ser fieles al Evangelio en la realidad presente.

Es una liturgia que quiere ayudarnos a descubrir en el mundo de los pobres de hoy a los cristos crucificados, y la Semana Santa debía ser entonces un momento muy especial para que la Iglesia renueve su compromiso de luchar para bajar de la cruz a los pobres que hoy son crucificados, y para luchar por un mundo en donde toda la gente, en lugar de experimentar sufrimientos y muertes injustas, experimente la solidaridad y la justicia compartida de un pueblo que ha construido un mundo que experimenta la presencia de Jesucristo resucitado.

 

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