Miércoles 03, Abril 2024  

El uso del nombre de Dios y de los pobres

En nuestros ambientes religiosos o eclesiásticos hay dos palabras que solemos usar o escuchar con frecuencia. El nombre de Dios y el nombre de los pobres. Y no tiene nada de extraño ni debía ser criticable que se usen, porque lo divino es lo que da identidad a quienes se congregan en torno al culto o a una liturgia, como el apostolado social busca respuestas a las necesidades de los pobres.

El asunto comienza a complejizarse cuando echamos las miradas en el entorno de quienes usamos esas dos palabras. No faltan autoridades religiosas que tienen una afinidad y cercanía con gentes adineradas, lo cual no debía ser problema. El asunto se complica cuando quienes tienen vínculos estrechos con gente adinerada, acaban defendiendo sus intereses y justificando sus prácticas.

Cuando esto sucede, se corre el peligro de usar el nombre de Dios para rituales y liturgias, y el nombre de los pobres para prácticas de beneficencia. Ya no solo defienden la gente adinerada, sino que usan el nombre de Dios y el nombre de los pobres para parecer personas generosas. Hacen obras caritativas a los pobres, pero casi nunca defienden sus derechos.

Cuando en esta perspectiva se usa el nombre de Dios, lo que trasluce es un auténtico ateísmo práctico porque se origina en quienes conducen los hilos de la institucionalidad productora de injusticias. En un ambiente así, el nombre de Dios suele usarse para todo.

Se usa sobre todo para dar legitimidad divina a gobiernos, cuyos líderes a su vez, suelen estar vinculados con prácticas ilícitas y a veces de criminalidad vinculadas con el narcotráfico. Y a su vez, se usa el nombre de Dios para calmar o sosegar a los pobres con unas esperanzas que en la realidad histórica y en las decisiones económicas y políticas se les niega.

Algunos países, como Estados Unidos, incluso pusieron el nombre de Dios en su dinero, al tiempo que existen líderes religiosos que llegan al extremo de bendecir bancos y negocios de muy oscuros orígenes. Se ha conocido de funcionarios que nunca les falta la expresión “Dios le bendiga” cuando usan sus puestos para desviar y malversar los recursos públicos.

Usar el nombre de Dios para sostener privilegios, y usar el sagrado nombre de los pobres para sacar beneficios personales o de grupo, es una idolatría. Ningún privilegio, poder y dinero se pueden justificar en nombre de Dios. Con el Dios vivo y misericordioso no podemos jugar sin caer en idolatrías que nos deshumanizan y destruyen.

La opción preferencial por los pobres no se basa en filantropías o beneficencias, sino en defender sus derechos ante quienes los atropellan. Vivir el compromiso de fe desde la gente oprimida, es el lugar y el modo privilegiado para amar a toda la sociedad, y para evitar la manipulación del nombre de Dios.