Miércoles, 08 Noviembre 2023  

Emergencias y un nuevo modelo: una única tarea

Honduras no está preparada para hacer frente a tormentas, huracanes o terremotos. Es una típica sociedad vulnerable. La experiencia nos dice que ningún desastre tras un fenómeno natural está desvinculado de las decisiones políticas y económicas de las sociedades. En el caso de Honduras, y especialmente después del Mitch, los desastres forman parte del paisaje de la deteriorada vida de la población, y golpean de frente y casi exclusivamente, a los sectores que en asuntos de distribución de los bienes y recursos, llevan la peor parte.

Los desastres ocurren en sectores que ya sufren las peores cargas de las decisiones políticas y económicas de los gobiernos. Allí donde ocurren desastres producto de fenómenos naturales, es donde se han talado los bosques y en donde falta agua potable. Allí donde suceden desastres en los tiempos de lluvia es donde tampoco hay centros de salud, y en donde abunda la gente enferma, donde la educación es deficiente, donde no hay centros de recreación y en donde campea la violencia juvenil.

Los “desastres” naturales representan una señal que deja al descubierto la pobreza reinante y desnuda las inequidades que predominan en la sociedad. Si a lo anterior sumamos el alto grado de centralismo burocrático, la corrupción y la incapacidad de gestión del Estado, podemos comprender mejor la necesidad existente de fortalecer el tejido social y las capacidades locales.

El tiempo actual es oportuno para la organización en defensa del ambiente. En estos últimos tiempos en la zona del Valle de Sula, particularmente, en la margen derecha de la cuenca baja del Río Ulúa, se ha ido desarrollando la organización de pobladores de las comunidades para la protección de los cultivos, exigir la construcción de bordos, la canalización en serio de los ríos y la vigilancia social en torno al presupuesto de las municipalidades. 

La tarea no se puede reducir a emergencias y menos a regalías o asistencialismos. En tiempos de emergencias todo apoyo a damnificados es valioso, pero la tarea de fondo es el desarrollo de la organización para impulsar, junto a instancias comprometidas desde el Estado, un modelo social, ambiental, político y económico que al final de cuentas desarrolle capacidades humanas y ambientales para que los fenómenos naturales en lugar de ser una amenaza y sinónimo de desastres sean oportunidades para crecer en solidaridad e identidad como pueblo.