¿Quién transforma la violencia estructural?
La existencia de grupos muy reducidos de personas extremadamente ricas, haciendo alarde de sus lujos y ganancias infinitas en un mismo territorio en donde millones de personas desempleadas y empobrecidas se la rifan para medio comer en el día, son dos caras de un único paisaje hondureño.
Dos caras como de una misma moneda, es decir, que nunca se podrán unir porque una es el reverso de la otra. Cada una se corresponde antagónicamente a la otra, porque una minoría pudiente produce miserables, y las masas de miserables son consecuencia de la acumulación de riquezas. No es un asunto moral, porque unos son malos y otros son buenos. Es algo que trasciende bondades o maldades.
¿Cómo se llama esta realidad?, ya lo dicen los documentos de las Conferencias Episcopales latinoamericanas: Violencia estructural. Es decir, esa relación desigual, inequitativa entre tan poca gente enriquecida y tantos millones empobrecidos, es la raíz de todas las violencias. El papa Francisco lo dice muy claro, y citamos “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia”.
Ese “flagelo”, como dicen, no se resuelve atacando la pobreza con programas asistencialistas ni con ayudas que tienen tintes proselitistas. Menos si en lugar de impulsar políticas agrarias que hagan frente a la injusta tenencia de la tierra, se da prioridad a desalojos. Se resuelve atacando la raíz productora de desigualdad y de violencia.
Una manera de comenzar es que tomemos conciencia de que jamás existiría un grupo reducido de personas con tanta extrema riqueza si no fuera por los millones de personas que a diario aumentan sus cuentas. Y se ha de seguir con la implementación de políticas fiscales y tributarias que corten la continuidad de la acumulación de capitales y aseguren que todo mundo tributa conforme a sus ingresos y ganancias.
El camino hacia un escenario con nuevas oportunidades pasa por la condición de que la gente más golpeada se descubra como pueblo y cada sector salga al encuentro de los demás con la conciencia de ser oprimidos, que identifican a quienes los empobrecen, y a la vez construyen propuestas liberadoras para toda la sociedad. En esto se ha de encarnar aquella consigna que a veces la dejamos en puras palabras: “solo el pueblo salva al pueblo”.
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